Marías; retrato de pobreza y marginación social

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Cd. Victoria, Tamaulipas.-A ellas se les conoce simplemente como las Marías, mujeres que son voz y rostro anónimo, un eslabón más de la pobreza extrema, cada fin de año llegan a las principales ciudades de Tamaulipas, arrojadas por la pobreza y la desesperación de no tener ni el alimento seguro en sus lugares de origen.

Para ellas cualquier esquina, cualquier crucero, cualquier pedazo de calle es bueno para buscar una navidad soñada, que traducida en sus palabras no es más que tener un pan que llevarse a la boca y un poco de dinero para llevar a las familias que dejaron en otros puntos del país que lo mismo pueden ser Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas o Chihuahua.

Como cada diciembre, desde hace cinco años, Rosa Cruz ha llegado a la capital de Tamaulipas, en donde dice sentirse la visitante incómoda, pues junto con Rosita, su hija de cinco años ha tomado parte de una banqueta en el 10 Hidalgo, de la zona centro, en donde dice que padece desde el acoso de los inspectores de la Presidencia municipal, hasta el desprecio de hombres y mujeres que la ven como apestada:

-Hasta me dicen holgazana y huevona, aunque después me arrojan la moneda, es triste, pero que le voy a hacer, si es la única esperanza de llevarme unos pesos para la familia, con lo que saco y lo que vende mi marido que vende nochebuenas en las calles, ya la vamos pasando y juntando centavos para el regreso, porque allá dejamos otros cuatro hijos, solo nos trajimos a Rosita, porque es la más chiquita, los demás están de encargo con una parienta.

Tímida en el hablar, Rosa oculta parcialmente su rostro con un rebozo, diciendo que así se siente más cómoda:
-Como si no fuera yo la limosnera, menciona mientras acaricia la carita de su hija que se ha dormido plácidamente en su regazo

-Mucha gente me ha dicho floja y que me ponga a trabajar; como si eso fuera fácil, en ninguna casa me admiten con hija, además si en las calles me ven con desconfianza, en las casas mucho más, mejor por eso y porque tenemos que comer aunque sea lo indispensable, mientras mi marido vende en la calle, nosotros nos venimos también al centro de la ciudad, aquí la gente se conduele y no falta la moneda, el juguete o el alimento para la niña.

Cuenta que cada año, apenas empieza diciembre y en su pueblo -Santiago Meztitlan- una docena de hombres y mujeres se organizan para venirse hasta la ciudad; en donde los hombres son contratados como vendedores ambulantes y las mujeres con todo e hijos se dedican a pedir caridad; durante el mes que están por estas tierras, rentan un cuartito de vecindad en la Colonia Mainero, en donde viven todos juntos.

Al igual que Rosa, Guadalupe Sánchez se siente extranjera en su propia tierra, a sus 42 años de edad carga sobre sus hombros el peso de la pobreza ancestral de las de su raza.

-Yo soy india de Veracruz, de Tontoyuca, de donde vengo las mujeres y los hombres se mueren de hambre si no salen a otras partes, en mi caso vengo contratada desde allá, me pagan 50 pesos diarios y desde que amanece hasta que anochece ando recorriendo calles ofreciendo los artículos que pueden ser bambú –como ahorita- borreguitos o muñequitas, con ese dinero tengo que comer, como no se puede más solo doy una comida al día, de esos tacos que venden a dos pesos en el mercado, o a veces entre todas las que venimos, compramos huevos y los hacemos en el cuarto que nos rentan.

Dice tener cinco hijos que la esperan en su rancho:
-Mis hijos ya están grandes, el más chico tiene 10 años, así que se queda con los mayores, que lo cuidan, Dios primero voy a juntar cuando menos para mandarles lo de la cena de navidad, para que no estén del todo solos, mi mamá la va a pasar con ellos que entienden que tenemos que salir a otros pueblos, porque ahí no hay nada en que trabajar.

Apostadas en la calle principal y algunos cruceros de la localidad, mujeres como Elizabeth Terán, aseguran que no han tomado la calle por gusto:

-Para no morirme de hambre junto con mis chiquitos, salgo a la calle a pedir ayuda, para gente como yo la vida es cada vez más difícil porque ni siquiera la comida del día tenemos segura, pero la verdad que allá en el pueblo -San Juan Mixuac- la cosa es mucho peor para los pobres; no tenemos nada, por eso fue que a mi me invitaron a estas tierras a vender artesanias, traía la esperanza de juntar un dinerito para ayudarle a mi marido, porque el esta muy malito, tiene 30 años y la diabetes lo esta acabando, porque no hay para las medicinas; a veces que la enfermedad lo deja, se va al jornal, pero lo que saca no alcanza para el doctor, mucho menos para mantener a los chamacos y es que aparte de estos dos, tenemos una niña de seis años, que se quedó con él, para hacerle compañía.

Comparte parte de su vida y la de las demás:
-Venimos huyendo de la necesidad, porque aquí bien que mal la gente nos ayuda a darle pan a los niños, allá y en otros pueblos no nos bajan de indias apestosas, en la ciudad nos ven con desprecio, con asco.

¿Y cómo las ve la gente? –Se le pregunta
-Nos ven como de segunda, como fuereñas que no valemos nada, como holaganas porque nos miran tiradas en el piso pidiendo el peso o comida; pero de que otra forma le podemos hacer? Mucha gente me ha dicho guevona y que me ponga a trabajar; como si eso fuera fácil, unas venden cosas y otras como nosotras nos venimos también al centro de la ciudad, aquí la gente se conduele y no falta la moneda.

Y así, unidas por la pobreza y la necesidad, son mujeres ajenas a los derechos más elementales; para ellas no hay alimento, ni vivienda…pura necesidad.

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