Muchos de nosotros pensamos ahora cuando queremos comunicarnos en la herramienta del siglo: el correo electrónico. Pero, antes, ¿Cómo nos comunicábamos?
Existían, y algunos lo recordamos, el correo y el telégrafo, que eran medios para hacer llegar las noticias; en el caso del telégrafo, era una comunicación casi inmediata, aunque corta, breve, donde el ahorro de palabras era fundamental.
En el caso del correo, había oportunidad de explayarse y decir cuanta cosa quisiéramos: había la posibilidad de hacer todo un relato, tal y como sucede ahora con el correo electrónico, a quienes muchos todavía le conocen como “email”, que es lo mismo, pero en una abreviatura en el idioma inglés.
El caso es que el correo está desapareciendo para las nuevas generaciones, dado que pocos muchachos lo emplean por diversos motivos: quizá el principal es que ahora cada persona cuenta con su ordenador personal y hay WiFi en prácticamente cualquier parte, lo que nos permite conectarnos a veces haciendo un abuso del recurso tecnológico: hay quien se conecta solo por mostrarse ante los demás, con poca efectividad, pero, bueno, cada quien lo hace de acuerdo a sus necesidades… o carencias.
El correo tiene graves problemas: se ha “descubierto” que solamente en la oficina de Victoria hay miles de cartas que no se han entregado, supuestamente porque no estaba el destinatario.
Quiero comentarle al lector que en una ocasión hice una compra de un Disco Compacto por correo en una tienda americana. A los dos meses llamé para reclamar que no había llegado mi pedido y ellos, amablemente, me dijeron que lo habían enviado hacía casi 45 días y que me mandarían otro. A los dos meses, nada de disco y la consabida molestia.
Acudí a las oficinas de correo y cuál fue la sorpresa, que al lado del escritorio del encargado, en la planta baja, estaban dos cajas de Amazon.com, la tienda donde adquirí el disco; curiosamente, las dos estaban a mi nombre y eran los discos que meses atrás me habían enviado. Esa es la eficiencia del correo en México: cuatro meses arrumbados a un lado de un escritorio, junto a cientos de paquetes y sobres.
Hemos pensado también en esas tarjetas postales que desde Málaga enviamos a los amigos hace 16 meses y nunca llegaron, o probablemente se encuentren en esos montones que tienen los empleados de SePoMex, una de las instancias oficiales más ineficientes, burucráticas y deficientes que hay en el mundo entero. Su falta de profesionalismo y pésima calidad son reconocidas en el mundo, y no es broma.
Hay otros países donde el servicio del correo es bueno, confiable. Estados Unidos, por ejemplo, peca de eficiente: ahí siempre llegarán los envíos a su destino, y si no está el destinatario, hay avisos y reportes. Sería bien interesante darse una vuelta por las oficinas del correo de México para ver todas esas piezas que nunca llegarán a su destino y que gracias al conformismo y apatía de quienes cobran ahí (porque no trabajan) seguirán poniéndose amarillentas, viejas y empolvadas.
No les importa el tipo de noticia que viene dentro, son ineficientes y mediocres como pocas cosas en el mundo.
Es aquí cuando pensamos en la posibilidad de que nuestros diputados federales pugnen por una privatización de Correos, porque tenemos un ejemplo de que cuando algo se privatiza funciona mejor: Telmex. Ahora, tenemos un mejor servicio que hace 30 años y mejores tarifas, oportunidades y muchas otras cosas. Carlos Slim ha demostrado que privatizar es llevar al éxito a una instancia, empresa o servicio.
Correos da tristeza por la trascendencia que pueden tener las piezas, y como dice una noticia aparecida el día de ayer, solamente dan prioridad a los impresos comerciales, porque reciben tajada, tanto administradores como algunos empleados menores. La corrupción y mediocridad es el pan de todos los días en la zona de los timbres postales, buzones y sobres de varios tamaños.
Llegar a sus oficinas deprime: huele a viejo, a mohoso, da flojera ver la apatía de los que ahí asisten para cobrar quincenalmente; las instalaciones son desagradables y el trato más.
Correos debiera desaparecer de instancias oficiales en bien de loa 110 millones de mexicanos. A todos nos daña el no recibir una correspondencia, por muy superficial que pudiera ser, pero para eso pagamos un porte postal, para que llegue a su destino, pero estos hombres que antaño recorrían a pie las calles, ahora en motos y bicicletas son más ineficientes.
Quizá lo que les haga falta es regresar a caminar para sentirse nuevamente responsables de sus cargas tan valiosas para nosotros los ciudadanos.
El lector recordará aquellas valijas voluminosas de donde sacaban sus cartas para nosotros. Hoy, en la motocicleta llegan y a veces dejan cartas, a veces, las avientan, las doblan, las maltratan. Dicho sea en otras palabras, no tienen el mínimo respeto por la correspondencia, que viene a ser la esencia de su trabajo, el justificante del por qué ellos cobran cada quincena.
Ojalá se privatizara, en bien de todos, honestamente.
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Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *Las cartas que no llegaron
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