Tras bambalinas de la gran urbe emergen Bangladesh, La Maldita Vecindad, La Perrera, El Hoyo y La Nopalera, entre otras
Gabriela Romero Sánchez
Bangladesh, La Maldita Vecindad, La Perrera, El Hoyo, El Corral, El Nopal, La Nopalera y Las Abejas, son los nombres con que se conoce a algunas de las 69 ciudades perdidas identificadas por el Gobierno del Distrito Federal como los sitios donde viven los “pobres entre los más pobres”.
Se les puede encontrar sobre el Eje Lázaro Cárdenas, en Benito Juárez; otras a no más de 500 metros del Periférico, en la colonia Arvizu, Álvaro Obregón, o a no más de 10 minutos de Los Pinos, en la colonia Tacubaya, en Miguel Hidalgo.
Incrustados en edificios, negocios o casas cuya fachada, puerta o portón oculta los laberintos que forman los estrechos pasillos que dan acceso a más de un centenar de cuartos de no más de tres por tres metros, en los que se encuentran cocina y recámara.
Los patios con sus altares, la mayoría dedicados a la Virgen de Guadalupe, sirven para que sus habitantes velen a sus muertos, ante la falta de dinero para pagar una funeraria.
Al recorrer algunos de estos predios el panorama es el mismo: familias de escasos recursos o en extrema pobreza, hacinadas en pequeños cuartos, techos de láminas de asbesto sostenidos con vigas de madera a punto de colapsarse, pasillos de no más de un metro de ancho; lavaderos de cemento desmoronándose por el constante uso, en donde por igual se lavan ropa o trastes; cables de luz colgando sin orden.
En voz baja sus inquilinos se refieren a los problemas de delincuencia, a la venta de droga y alcohol, pero por temor a represalias o porque algún familiar o amigo se dedica a ello, no se atreven a denunciarlo.
A no más de 500 metros del Periférico, al borde de una barranca, por lo que es catalogada zona de alto riesgo, se ubica El Corral, en la colonia Arvizu. Al cruzar el portón de metal lo primero que llama la atención es el altar a la Virgen de Guadalupe. Desde hace casi 60 años vive ahí María, en una pequeña casa de no más de tres cuartos construidos con parches de madera, láminas de asbesto o tabique, que levantaron sus abuelos.
Una barranca llena de basura, que sirve de alimento a ratas y perros, y a la que tiene salida el drenaje del predio, marca el final de El Corral. En el otro extremo, enlazadas por un puente de cemento, hay dos viviendas más.
En la esquina del Eje Central Lázaro Cárdenas y Matías Romero, agazapadas tras una barda viven aproximadamente 50 familias entre paredes de madera y techos de láminas de asbesto. Para llegar a su hogar, los inquilinos caminan por estrechos pasillos, que con frecuencia son escenario de peleas entre familias completas, generadas incluso por diferencias entre niños.
A la entrada hay un tablero de madera con 42 medidores, de los que se desprenden cables de luz a no más de dos metros de altura. Poco más adelante está el altar dedicado a la Guadalupana, donde acostumbran velar a sus muertos. “No tenemos para pagar funeraria”.
A tan sólo 10 minutos de Los Pinos, entre los callejones olvidados de Tacubaya, se ubica La Ciudad Perdida. Tiene acceso por la calle de Becerra 88, Mártires de Tacubaya 115, Héroes de la Intervención 29 y 37, esquina con 11 de Abril. Ocupa una manzana completa, en la que más de 100 familias han construido sus pequeñas viviendas con madera y/o tabique, sus techos son de lámina de cartón.
Sus primeros habitantes llegaron hace más de un siglo; entonces las viviendas eran de adobe con techos de madera.