Mujeres en situación de calle se convierten en abuelas a los 30 años, porque la sexualidad es precoz en ese sector. Como siempre han vivido sobre las banquetas, rechazan ayuda y albergues que les dan las autoridades
MÓNICA ARCHUNDIA [email protected]
El Universal
En las calles de la ciudad deMéxico las abuelas viven con sus hijos y nietos, pero su pelo no luce cano, su piel no está arrugada y su andar no es pausado. Se han convertido en abuelas a los 30 y tantos años porque gran parte de su vida la han pasado en la vía pública, donde también vieron crecer a sus hijos y ahora a sus nietos.
De acuerdo con Mario Ramos, director del Programa Hijos e Hijas de la Ciudad del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia en el Distrito Federal (DIF-DF), la nueva generación de niñas y niños en situación de calle no entiende lo que significa el concepto casa, porque nuncan han conocido una.
Por eso cuando se les invita a formar parte de una casa hogar se muestran reticentes a asistir.
Claudia Alejandra entiende a medias lo que es una casa porque sólo cinco de sus 22 años los pasó en una.
El resto lo ha vivido en calle, al lado de su madre, Gabriela Picón, de 38 años, a quien ya convirtió en abuela.
Mario Ramos asegura que en las calles de la ciudad ya hay tres generaciones de población en calle: abuela, hijos y nietos porque la sexualidad es precoz.
Es el caso de Gabriela, quien tuvo a Claudia a los 16 años. Ahora ella espera unas gemelas y muestra orgullosa su vientre de tres meses de gestación.
Aunque su mamá asegura no desear vivir en un albergue, Claudia manifiesta su deseo de estar bajo techo cuando nazcan sus hijas. Su forma de hablar evidencia un retraso mental leve al referirse a su madre afirma: “La quello mucho”, mientras le pide otra quezadilla.
“¿Otra?, espérate, me la paso taloneando y paleteando nada más para comprarle sus cosas y luego le traigo un taco y me sale con que le dio asco, pero yo la entiendo a mi bebé”.
Claudia es uno de los cinco hijos que Gabriela tuvo con su primer pareja y es la única que permanece a su lado; el resto se encuentra con su abuela, en Estados Unidos. Hace tres meses y medio que Gabriela salió de la cárcel, luego de purgar una pena de cinco años por 25 pesos que asegura no haberse robado.
Ahora también está embarazada. Tiene dos meses de gestación, pero no muestra preocupación alguna, lo que en realidad le ocupa es el embarazo de su hija, a quien abraza con efusión.
“Mientras yo esté, mamá, a mi hija no le falta más que nada”, afirma despidiendo aliento alcohólico.
Ellas están juntas en la calle porque se han acostumbrado al ambiente.
Gabriela explica: “Sabemos a lo que estamos expuestas, pero queremos andar aquí, con la banda, lo que es”.
Se mueven en la zona de Garibaldi y al referirse a sus nietas en gestación, Gabriela señala emocionada:
“Yo a toda madre que voy a tener a mis bebecitas, por eso que le traigo que su ropa, que su comida”, explica.
Ayudan a los “sin casa”
El DIF capitalino trabaja con esta población en situación de calle a través de 30 educadores de calle y aunque su objetivo es atender a niños, desde recién nacidos hasta chavos de 18 años, también lo hacen con mujeres embarazados o con hijos, sin importar sus edades.
A través del Programa de Hijos e Hijas de la ciudad, que comenzó en febrero de 2007, no se proporciona alimentación a quienes viven en las calles, sino que se realizan actividades lúdico-afectivas con diferentes temáticas: educación para la paz y derechos humanos.
También se les canaliza a alguna casa hogar para que reciban atención; sin embargo, no todos aceptan, como Gaby, una joven de 18 años que enfrenta un segundo embarazo en condiciones insalubres, en la vía pública.
“Sí me han ofrecido un albergue, pero yo les he dicho que no”, señala mientras inhala el activo con el que ha mojado un trozo de papel y lo lleva a la zona de su boca. Este ya es su segundo embarazo. El 3 de mayo tuvo su primer hijo, aunque una semana después falleció porque presentaba deficiencia en el corazón y los pulmones. Gaby nunca dejó de monearse, ni lo hace ahora que sabe que lleva otra vida dentro de sí.
La adicción es algo difícil de dejar para ellos, explica Rocío, quien carga a su bebé de apenas dos meses de nacido.
“No le doy leche porque está infectada con activo y mota”, explica sin preámbulo, mientras juega con la mamila de su pequeña Ana. A sus 22 años ya es madre dos veces. Su hija mayor está bajo la tutela de su abuela, lejos de la vía pública, pero Ana permanece a su lado, en el punto de reunión al que llega todos los días —dice— después de pasar la noche en un cuarto de hotel con su pareja.
Con ellas, los educadores de calle sólo pueden platicar, tratar de convecerlas para que asistan a los servicios de salud que les brindan las autoridades, para que reciban apoyo de un albergue y tramiten sus documentos de identidad porque eso —explica Ramos— es un proceso de descallejerización que, entre otras cosas, les permitirá asistir a la escuela.