Con el mes de septiembre llegaron muchas cosas: vientos, lluvias providenciales… y las insustituibles banderitas tricolor.
En las esquinas, en plazas y fuera de instalaciones públicas puede verse un carretón de madera que tiene para ofrecer todo tipo de emblemas tricolor: banderas de diversos tamaños, desde uno minúsculo hasta la monumental, así como prendedores, broches de cabello, aretes, collares, cornetas y tambores, o silbatos, todos, con una característica singular: están manufacturados en tres colores: verde, blanco y rojo, los colores de México, la patria.
Junto a cada carretón se encuentra por lo general a una persona de baja estatura y color cobrizo; originarios de la zona sur o centro del país, los vendedores de recuerdos mexicanos hacen su presencia en las calles de Victoria, como sucede en cualquier rincón del México que nos ha tocado vivir y que, en septiembre se viste de gala para recordar aquella gesta encabezada por Miguel Hidalgo: el grito que prácticamente da inicio a la guerra por la Independencia.
Rogelio es de Puebla, de un ranchito cercano a la capital de aquel estado. Su semblante es seco, como casi todos los habitantes de aquellos lugares; está preocupado por las ventas de souvenirs, ya que asegura que iniciaron hace unos días con bajo volumen de ingresos, quizá por la crisis, quizá por la recesión o el ingreso a clases. Está, sin embargo, optimista: “p’al día 15 a más tardar nos emparejamos”, asegura.
Como muchos de sus paisanos, Rogelio duerme en uno de los hoteles que hay en Victoria para gente de escasos recursos económicos. Varios de ellos se quedan en el mismo cuarto, y temprano salen a vender sus recuerdos. No revela quien los trae, pero sí deja claro que los reclutan y les dan la mercancía para su venta, a cambio de un salario bastante modesto.
Es la realidad de los vendedores de recuerdos, de todos esos artículos que comenzamos a ver en cada esquina y que nos recuerdan nuestro mexicanísimo origen. Los listones tricolor hacen su presencia en nuestra existencia cotidiana. Independientemente de las calles que se han vestido de tonos patrios para recordar el mes de la patria, o de los aparadores donde muchos comerciantes cambian sus etiquetas color fluorescente por otras verde, blanco y rojo, aprovechando para reetiquetar algunas cositas, pensando en que les haga justicia la patria.
La venta de estos productos tiene su lado humano en el rostro de cada uno de los vendedores, y alegría en el que llega y contento lleva algo para la casa, el carro o la novia. Es el mes en que se puede gastar unos cuantos pesos –muchos o pocos, según el gusto, la conveniencia y el presupuesto- para sentirnos más mexicanos, y esperar, entre otras cosas, el grito del día 15 en la plaza, claro, sin olvidar el partido de la selección de fútbol para el día 5. Todos esos factores que nos hacen sentir más mexicanos que nunca.
Como un verdadero ejército llegan a la ciudad; se les ve en cualquier esquina, en cualquier parte, dispuestos al regate clásico del potencial cliente que llega para adquirir algo, una bandera, un rehilete… algo que puedan colgar del espejo retrovisor, o traer como llavero y, en algunos casos, para los hijos que quieren siempre algo nuevo, algo diferente… algo patrio.
Estar dispuestos a “echar” un grito envalentonado, salir al jardín, pero siempre con un distintivo similar a los que vemos en aeropuertos de todo el mundo y que nos marcan como seres especiales; los mexicanos, a pesar de criticar a un mal gobierno federal o estar en desacuerdo con la mediocridad de muchos, o de quejarnos de la crisis y del conformismo que invade a la mayoría, seguimos amando nuestro terruño, y entre mentadas de madre y maldiciones no dejamos de reconocer nuestra sangre azteca, o huasteca, o maya…. Lo mismo da, siempre y cuando sea originaria de la tierra del Aztlán y sus alrededores.
Desde cinco modestos pesitos puede uno invertir en su mexicanísimo recuerdo hasta 150 o 200 que es lo que cuestan las grandes banderas o los adornos sofisticados. Algunos, inclusive, tienen etiquetas que rezan: “made in China”, y que son producto de la diversificación y apertura comercial que nos orilla a consumir barato, pero malo.
Las banderitas comienzan a ondear en nuestras calles, en los automóviles o bicicletas; algunos recuerdos pasean en las trenzas de las niñas o engalanan el rostro de las jovencitas. Unos más, como llaveros o distintivos únicamente, pero todo nos lleva a disfrutar el mexicanísimo mes de la patria.
En tanto, ellos, los vendedores de “souvenirs” esperan que ni la Influenza ni la crisis les afecten, que no les “peguen” en sus ventas, y tienen la ilusión de regresar a su natal Puebla con los carritos vacíos, y un poco de dinero para paliar la difícil situación económica que les ha orillado a dejar sus sembradíos y convertirse, aunque sea por un mes, en “promotores del orgullo mexicano”.
Prepararse bien, a fondo, comprando lo que necesitamos para el grito y las fechas que lo rodean: en algunos casos, la compra de bebidas “espirituosas” que nos ayuden a envalentonarnos más, la botana y la carnita o frijoles charros; la bandera y el color verde, blanco y rojo en el rostro, para entonces, contentos como siempre, poder alzar la voz hacia el norte del país, cruzando el Bravo, para poder iniciar la fiesta. Es entonces que tenemos el ánimo de gritar: ¡“Viva México, Cabrones”!
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Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *Un grito mexicano
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