Fechado en Santiago de Compostela, Galicia, España: Era la primavera del año de 2006, en una de esas tardes de melancolía que hacían que las calles de Santiago fueran más interesantes. Uno de esos lugares tradicionales que marcan las guías y la tradición, era ese pequeñito pub llamado “Modus Vivendi”. Es de los lugares más antiguos de la zona histórica que abraza esta legendaria ciudad.
La entrada, plena de carteles que anuncian conciertos, exposiciones, marchas y pláticas, junto con un viejo teléfono de monedas y la puerta de dos alas, con pequeños cristales con marcos de madera.
El interior… una barra con seis o siete bancos; ceniceros de cerveceras y el despachador de Estrella Galicia no podía faltar. Al otro lado, como cantó alguna vez Sabina con la Dúrcal, estaba ella…
Pocos éramos los comensales. De hecho, estábamos prácticamente solos: ella, un hombre y yo.
“Me das un Alvariño, por favor” fue la frase que rompió el silencio entre los tres.
Después de varios minutos, ella dijo: “mira, que por qué no te unes a la tertulia, que somos pocos, hombre”. Comenzamos a charlar de cualquier cosa. El recuerdo de la mujer de la sonrisa amable quedó grabado en aquel viaje tan especial.
-¿Cómo te llamas?, me dijo
-Carlos, respondí. ¿y tú?
-Zuriñe
-¿Qué significa ese nombre? Le dije, a lo que respondió: Blanca, en gallego.
Charlamos unos minutos, varios, reímos y compartimos algunas cosas. Le dije del motivo de mi viaje y ella, asentía con la cabeza y me regalaba algunas frases acompañadas de su sonrisa.
Minutos después, al pedir la cuenta, dejé en ese lugar un recuerdo del México que añoro cuando estoy fuera: unas monedas para la vitrina que, cuidadosamente guarda souvenirs de todo el mundo: lo que hay en ese pequeño espacio es increíble: billetes y monedas de sitios tan increíbles como Israel, Cuba, Rusia, Argentina o nuestro mismo México tan querido y añorado. Pequeños prendedores y timbres postales, boletos de conciertos y propaganda de toda índole; un par de lámparas de cuarzo dan vida a los recuerdos que vamos dejando los que llegamos al Modus.
Los encuentros en ese lugar se sucedieron por varios días. Zuriñe siempre me regaló una sonrisa y excelente trato, nada más.
¿Quién era? Una mujer joven, delgada –muy delgada- y de estatura alta, con el pelo rizado y casi siempre vestida con los inseparables jeans. Llegar al Modus a platicar con mi amiga Zuriñe era parte de la rutina que había creado en ese viaje. Nos hicimos buenos amigos.
En plena lluvia de junio, en el año de 2009, camino por estas calles que alguna vez “retrató” García Márquez con su inolvidable testimonio titulado “Viendo llover en Santiago”, -cuya edad sobrepasa el cuarto de siglo- y llega el momento de regresar a mi habitación para preparar el regreso a casa.
Tomo el autobús amarillo, la línea 15 que recorre el trayecto entre el Campus Sur de la Universidad de Santiago de Compostela y el Campus Norte, donde se ubica el Burgo das Nacións, donde tengo la habitación 3055.
Entrego mis 90 céntimos a cambio del billete de autobús y me dirijo al fondo.
Estaba ahí, junto a la puerta, ataviada con un hermoso vestido rojo y medias negras, una gabardina color marrón y su hermosa sonrisa. Zuriñe me regaló el saludo de siempre acompañado de su brillante mirada, hoy, oculta por unas discretas gafas negras: “Hola, qué milagro” fue la frase que recibí después de tres años.
-“Quien lo iba a decir, después de tantos años”, dijo.
El reencuentro –casual porque así sucedió- ha sido producto de una curiosa e interesante charla de autobús:
“He terminado de estudiar y viajado un poco; ya no trabajo en el Modus, pero estoy en un pub por pequeños espacios en tanto puedo conseguir un empleo”, me dijo.
Explicó también que durante este tiempo ha dejado de trabajar en el pub porque es demasiado difícil estudiar y trabajar en horarios que orillan a estar activos hasta altas horas de la madrugada. Ahora, al término de sus estudios, ha decidido viajar al norte y sur de España a visitar a algunos amigos, pero también a reiniciar la búsqueda de un empleo que le permita vivir decorosamente en tiempos que el “paro” –así le llaman al desempleo aquí- está haciendo presa de miles de españoles.
Como suele suceder en estos casos, el intercambio de experiencias de manera muy rápida se sucede conforme avanza el transporte rumbo al destino de cada uno de nosotros. Zuriñe recibe el recuero de Victoria, la capital de Tamaulipas y producto de la intensa morriña que me hace regresar: un pequeño llavero que forma un huarache de piel, de esos que se pueden comprar en el mercado “Argüelles” por unos pesos, pero que a cambio dan mucha alegría a quien lo recibe como un presente mexicano. Son apreciados –muy apreciados- los regalos que llevamos de ese lugar que Dios ubicó en el continente americano y baña con las aguas del Golfo de México y el océano Pacífico, pero que en la parte oriente tiene como fiel testigo de la gente buena la tierra que nos abriga y que conocemos como Tamaulipas, en el mero noreste mexicano, donde un tiempo se le conoció como la “Costa del Seno mexicano”.
“¡Hombre!, que bonito está –dijo- ¿es para mí?”
-¡Claro!, respondí
Recibí una sonrisa como regalo, y una mirada alegre, sincera, como siempre recibí cuando iba a tomar una copa de Alvariño y a compartir su charla.
“Mira, qué bonito está, y seguramente me traerá suerte para encontrar trabajo”, contestó al tiempo en que lo abría para poner sus llaves en él.
Zuriñe hablaba de su vida y lo que ha sido durante las últimas semanas o meses. No sé, pero ha sido un buen motivo para remembrar cosas.
“Bien, aquí llego”- dijo. “Estoy segura que el “piecito” que me has regalado me traerá suerte y encontraré empleo”. Zuriñe se dirigió a la puerta donde abrió su sombrilla azul para seguir su destino.
Yo… en el autobús, rumbo al Burgo, a preparar el viaje de regreso a casa, contento por haber vuelto a saludar a mi querida amiga, Zuriñe: Blanca, en gallego.
Con el mes de septiembre llegaron
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