¡Vibradores para la histeria!

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Estos aparatos existen desde el siglo XIX. Los especialistas dieron cuenta de que el orgasmo tranquilizaba a las histéricas

Corría el siglo XIX. La histeria (del francés “hystérie”, y del griego “hystera”, que significa útero) era considerada una enfermedad del útero. Por tanto era una enfermedad meramente femenina. De pronto, casi se convirtió en pandemia. Haga de cuenta, como ocurrió en México con la influenza. Primero uno, dos tapabocas en la calle. Después, 10 millones. Así con la histeria. Uno, dos grititos histéricos y después, millones de histéricas jalando sus cabellos por las calles.

¿Sería acaso que el crecimiento de esa “enfermedad”, entre cuyos síntomas estaba el insomio, la retención de fluidos, el abdomen distentido, espasmos musculares, irritabilidad, pérdida de apetito, dolor de cabeza, enojo y uno que me encanta: “tendencia a causar problemas”, se debió a que tenía como remedio al orgasmo y como principal proveedor de éste a un vibrador?

Sí. Imagine una receta con una escritura de médico indescifrable para usted, histérica: tres orgasmos al día, al inicio; después, uno cada 8 horas. Si siente dolor o histeria, aplíquelo cuantas veces sea necesario. Firma: Dr. Johnnie.

La histeria femenina algún tiempo se curó con orgasmos. Era el año de 1880 cuando se multiplicaron las histéricas en el mundo, cuyo remedio era ese agradecido masaje en el clítoris proporcionado por algún médico acomedido.

Los especialistas dieron cuenta de que el orgasmo tranquilizaba a las histéricas, que el estado de irritabilidad disminuía y que la lubricación bajaba el nivel de ansiedad. No había paciente que no saliera de aquellos consultorios, con las enaguas y la crinolina arrugadas, y su mejor sonrisa, imagino yo. Envidia de aquellas.

Ese fue uno de los primeros usos de los vibradores y consoladores usados por las mujeres para “aplacar su mal”. Como toda enfermedad, las pacientes asistían con frecuencia a recibir su tratamiento, hasta que aquello se volvió incontrolable, se convirtió en pandemia, e incluso algunos comercios como Sears, Roebuck and Co. comenzaron a vender esos aparatos para la autocuración con modelos y tamaños distintos. Un aparato ultramoderno que llegó incluso antes que la plancha eléctrica misma. Imagine usted. Antes que quitar las arrugas es más importante siempre la felicidad.

Hoy, por supuesto, no se cree que la histeria proviene de esta parte del cuerpo ni tampoco que es exclusiva de las mujeres. He conocido a tantos hombres histéricos en mi vida que no creo que ningún masaje en ninguna parte del cuerpo pueda quitarles su mal. En fin.

Después los vibradores salieron de los aparadores y cedieron su lugar a las planchas eléctricas porque algún avispado encontró que aquellos aparatos de masaje placentero podían tener, ¡oh oh!, connotaciones sexuales.

Así, se escondieron en las sex shop en donde siguen hasta hoy en todos sus modelos y tamaños para las partes nobles del cuerpo femenino o masculino con o sin histeria

Hoy se han convertido en los favoritos de todos los juguetes sexuales. Al menos de los míos sí. Algunas se atreverán a usarlos solas o acompañadas. Pero estoy segura, podría jurar, que la gran mayoría no. Todavía hay un tabú gigantesco que nos rodea a las mujeres en un cerco que nos hemos puesto nosotras mismas.

Muchas tendrán miedo de ir solas a una sex shop y escoger o preguntar siquiera por el modelo de su preferencia o irán con su pareja y reirán con los modelos que allí encuentren o las fotos que miren en los empaques, sin comprar nada al final.

Creo que si las mujeres del siglo XIX se atrevían a comprar estos aparatos y a fingir en muchos casos una supuesta enfermedad para hacer uso de ellos, ¿por qué ahora tememos hacer lo que nuestras congéneres hicieron años atrás? ¿Qué de malo tiene la vibración hoy en día? ¿Por qué de pronto se volvió pecaminosa?

Yo misma dudé la primera vez que usé el primero hace ya muchos ayeres: “cómo se usa esto”, “dónde se prende”, “hacia dónde da vueltas”, “ay, Dios mío”.

Hoy tengo una colección de ellos. Me gustan sus formas, sus colores, sus vibraciones, sus tamaños, sus texturas. Y también, como la mujer frívola que todas llevamos dentro, he sucumbido a las modas de estos como cuando la serie Sex and the city hizo que se agotara el modelo “Rabbit”.

Yo tengo mi conejo morado, con bolas color plata. Incluso sucumbí también al comprar el pequeño vibrador de moda para clítoris con forma de pato. No tuve patos ni en mi bañera de niña. Y ahora, aunque me parece un poco ñoño me encanta tenerlo en mis cosas de ducha, por si de pronto un día estoy histérica y se llega a ofrecer. No quiero que mis pobres compañeros de trabajo paguen las consecuencias de mi mal humor si un día no tengo sexo.

Y casi que puedo decir, como consejo de compra, que las mujeres elijan su vibrador como escogen zapatos o una blusa linda. Así, de primera vista, tocando, imaginándose en ellos. Y así seguir hasta que la colección sea casi interminable. Para jugar, para divertirse, para recrearse, para quitarse la histeria, para usarse entre dos, para una penetración doble, para saber qué te hace estallar y qué te mata de aburrimiento. Para jugarse entre lesbianas. Para excitar a tu chico como espectador mientras te tocas, te humedeces y gimes de placer con una cosa de plástico en la mano. Para tener un momento de extrema humedad en noches calurosas si no hay hombre o mujer entre tus sábanas.

También debo decir que un dildo o vibrador nunca sustituirá a pene ni sexo alguno. Es simplemente un aditamento. De los mejores que la histeria tuvo a bien inventar.

Por eso en este post abogo por el día en que en una tienda departamental pueda poner en el carrito de compras un vibrador, junto con una plancha eléctrica, la comida para mi gato, el jabón para lavar, frutas y verduras y un bote de crema chantilly. A ver si así algún día alcanzamos la modernidad del siglo XIX. Dios mediante.

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