Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *Cuotas “de género”

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No hay duda que cuando se habla de “cuotas” de género siempre se establecen algunos intercambios de conceptos que poco o nada tienen que ver con una charla civilizada: los machos, que no conciben el hecho de que la mujer ocupe “sus” espacios, y las feministas, que consideran que tienen todo el derecho del mundo, aunque no lo hayan merecido.
En este sentido, hemos de aclarar que el feminismo es tan bueno o tan malo como el machismo, es decir, los extremos, pensamos, nunca son positivos. Tan importante es el varón para la mujer como ella para el hombre. Somos complemento y entre ambos podemos hacer muchas cosas.
Hay aspectos que nunca cubrirá la mujer, y otros que, con toda certeza, el hombre nunca entenderá ni cubrirá adecuadamente.
En ese sentido, comentábamos con personas allegadas que los varones podremos ser magníficos padres, especiales, únicos, insustituibles, pero nunca jamás podremos ser buenos como madres, y las damas podrán ser lo mejor para sus hijos, sobre todo cuando son abandonadas por el padre de ellos, pero jamás serán un padre.
Hay cosas que se pueden complementar, ajustar, pero otras que no se podrán cambiar.
En ese sentido, es realmente criticable la actitud de algunos dirigentes políticos que piensan que hay que dar “cuotas de género” a la mujer, mismas que, como vemos en el Congreso de la Unión, no se respetan en la realidad y solamente se otorgan para cumplir con las apariencias.
El hecho de que las mujeres diputadas renuncien para dar paso a sus suplentes varones habla de la poca efectividad en las políticas de género, y por otro lado, también del poco valor que les da el varón en sus organizaciones, pero también el que ellas mismas se dan.
¿Cómo es posible que renuncien por una cuota de género? En este sentido, tenemos que defender la premisa de que deben llegar al Congreso de la Unión –en este caso- quienes tengan la representación popular, quienes hayan obtenido una mayoría entre los ciudadanos, sean hombres o mujeres.
No somos de la idea de que en tal o cual gabinete debe haber un porcentaje de mujeres y otro de varones. Somos de la idea de que tienen que estar quienes garanticen un mejor funcionamiento: los más capaces, las más preparadas y quienes se manejen con mayor índice de honestidad y eficiencia.
Pero en ese sentido, es bastante criticable la actitud de las damas que, en un acto sumiso entregaron sus renuncias al cargo que el pueblo les otorgó.
Nada hay más cobarde que dejar una encomienda que se buscó por el voto, y que, al llegar al cargo, se deje en manos de otro. No han entendido que la gente votó por una persona determinada, no por los amigos o copartidarios de ésta, que no queremos los “cambalaches” de una por uno, o de uno por una.
En Tamaulipas hemos tenido buenas experiencias en cuanto a servidoras públicas se refiere; recuérdese a Ana Teresa Luebbert, a Mercedes del Carmen Guillén Vicente o a la senadora Amira Gómez Tueme, por solamente mencionar a algunas.
Y en los cargos de menor importancia, igual hay del sexo femenino como del masculino. Aquí, al parecer, lo que vale es la capacidad laboral y de gestión, o así lo entendemos, pues.
Hablan en algunos círculos de la equidad de género, sin embargo son ellas las que critican al que no se levanta del asiento en una pesera, argumentando que es “poco caballero”, o las que afirman que tienen que ser ellas las que en primera instancia tengan que recibir tal o cual beneficio. No son capaces de entender que hay varones que necesitan pasar primero o llevar a cabo antes que nadie un determinado trámite.
Tan mala es una como otra cosa.
Y la verdad, a esas damas que dejaron el cargo en el Congreso de la Unión, nuestra condolencia por no haber sabido defender lo que les corresponde y asumir actitudes sumisas y poco dignas de una luchadora social o de alguien que se debe al pueblo.
Cuando uno está trabajando y tiene un accidente, acude –o lo llevan- a los servicios médicos y ahí, igual puede ser doctor o doctora, cuando lo importante es quien nos salvará la vida.
Y ese criterio debería prevalecer en todas partes, no solamente en un hospital o un grupo de diputados que, al inicio de su gestión, ya comenzaron mal: en la primera sesión faltaron más de 30, y en la segunda, quitaron el cargo a compañeras suyas, en afanes machistas y egoístas, temerosos seguramente de que estas damas pudieran opacar lo que ellos mal hacen.
Un reportero… Una reportera. . . Siempre resultará igual en cuanto a género: lo importante es quien lleva la nota principal, quien ha tenido la sagacidad para entender que independientemente del género que les haya tocado poseer, tienen la capacidad de enfrentar una realidad, como varones o como damas, pero sin ofuscarse, sin intimidarse, sin ser egoístas ni tontos.
Quien acepta que el sexo de enfrente mande, manipule y decida está mal en todos aspectos, porque no hay algo más que un hombre o una mujer. Insistimos, están ubicados en planos iguales, y si usted no lo quiere ver, acuda con el oftalmólogo y con el sociólogo, para que le ubiquen en lo que ve y lo que debe asumir como parte de esta sociedad abrumada por muchos problemas como para apurarse si la que llega cumple o no con la estúpida “cuota” destinada a “las viejas”. Nada hay más malo, en serio.
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