Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *La ley y el “disculpe usted”

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Llama la atención –no mucho, la verdad- el hecho de ver que se ha detenido a un universitario en la ciudad de México, acusado de terrorismo y otras cosas, y que fuera detenido por elementos federales, mantenido, para variar, en completo aislamiento, que en buen castellano se puede decir que es algo equiparable al secuestro, dado que nunca presentaron orden de arresto o algo similar.
No podrían faltar, posterior a su declaración, las afirmaciones en el sentido de que fue amenazado con ser violado, con ser objeto de represalias en su persona y la de sus familiares. Todo lo que conocemos que es típico de algunos elementos de cuerpos de “seguridad”.
Es cuando pensamos si realmente vale la pena tener las autoridades que tenemos en materia de seguridad pública.
Un individuo, en serio y en broma decía que si veía de un lado de la calla a una banda de maleantes y del otro lado a un grupo de policías, sin dudarlo, correría a los maleantes, para salvaguardar su integridad. Triste comentario, pero que a muchos a veces nos llena la cabeza.
¿Son confiables las autoridades? Una pregunta que todos nos hacemos a diario, y aunque hay elementos realmente valiosos, de repente sale uno que otro animal con placa de autoridad que echa por los suelos la idea que teníamos de los que guardan la ley y son objeto de comentarios de toda índole.
No podemos los mexicanos estar sujetos, por un lado, a criterios de gente que vive al margen de la ley, y por el otro, a la inseguridad que nos otorgue el estar con alguna autoridad correspondiente.
Suponemos que cualquier elemento de seguridad, del nivel que sea, de la corporación que sea, debe garantizarnos que hay un respeto a la ley. México está muy lejos de estos conceptos, y lo vimos el pasado 2 de octubre, cuando un grupo de delincuentes escudados en la etiqueta de universitarios que –lo vimos en televisión nacional- arremetieron contra comercios y policías justificando su agresión con la absurda idea de que fueron vejados hace 41 años.
Nada hay más ilógico, pero aún más grave es el hecho de que los sueltan por falta de pruebas. O sea que lo que vimos todos en la televisión no existió, y los vándalos que robaron no robaron; probablemente fue un holograma lo que vimos.
Y entonces, cuando tú no has hecho nada, cuando has vivido dentro de la ley y todos los ordenamientos sociales y judiciales, y te detuvieron y vejaron, te revisaron en forma por demás ilegal e inmoral, fueron a tu casa y te esculcaron todo bajo el pretexto de un cateo, cuando amenazaron a tu pareja, a tus hijos y a ti mismo, pero resulta que, por presiones mediáticas o sociales no eras el delincuente que pensaron ellos, te dejan ir y te dicen, indudablemente: “disculpe usted”.
Claro que el daño moral ya está hecho, y eso nunca lo sopesa la autoridad, como si no tuviera consecuencia en el desarrollo de las personas que, luego de un acontecimiento de esta naturaleza nunca vuelven a ser los mismos.
Recordamos la experiencia como un secuestro: después nada es igual.
Sin embargo, en esos y otros casos, la gente se disculpa y se va sin indemnizar no en aspectos materiales sino emocionales. Mínimo, debieran asumir su papel y financiar la terapia que se necesita para volver a ser lo que éramos.
Es necesario acabar con la frasesita de “usted disculpe”, y exigir a quienes lo tienen que hacer, que investiguen bien y sobre todo, que no se detenga a personas cuya honorabilidad han puesto en duda los elementos de las corporaciones; nada hay más ilegal que detener inocentes, y México se caracteriza porque, cuando alguien nos difama o demanda, primero nos detienen y luego se investiga: si sales culpable, pues ya te sigues donde estabas, pero, por el contrario, si se determina tu inocencia, solo te piden una disculpa tonta, fuera de lugar y altamente dañina para tu desarrollo emocional.
Se necesita acabar con esos elementos que utilizan la difamación y la amenaza como métodos “científicos” para arrancar confesiones.
México merece otra realidad y otra policía, otras autoridades judiciales.
Imagine usted, de qué forma estaremos de cabeza que hasta un ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación –Ortíz Mallagoitia- se niega a reconocer su papel protagónico en un México que requiere de respuestas, y se niega también –por supuesto- a que le sea reducido el sueldo cuando es verdaderamente insultante lo que ganan estos señores.
Y, ¿en manos de esos individuos está la justicia?
Por eso sucede lo que sucede.
Hay que dejar las disculpas y propiciar que las autoridades hagan una investigación más científica, seria y conscientes de que se puede errar, pero no tomar como rehenes a los ciudadanos con tal de limpiar una reputación por demás alterada.
Los malos policías, los malos ministros, los malos mexicanos son los que nos tienen como estamos: es tiempo de cambiar y pugnar porque todos hagamos lo que nos corresponde, de esa forma, nos dejaremos de pretextos estúpidos y de frasesitas tan dañinas como “usted disculpe”.
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