Bombero de N. Laredo vive en la pobreza extrema por falta de apoyo

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– Es voluntario desde hace 5 años, pero sin salario.

Gastón Monge/EnLíneaDIRECTA

Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Con apenas 20 años de edad, José Antonio Díaz Oviedo vive con la esperanza de ser contratado como bombero de esta frontera, ya que desde hace cinco años presta sus servicios como voluntario, sin salario, sin prestaciones, y lo peor, tener que mantener con 500 pesos semanales como ‘pizzero’ a su madre enferma y tres hermanos menores, uno de ellos, Rosalba, con un hijo a cuestas.

José Antonio vive en una de las colonias más populosas y más empobrecidas de la ciudad, la Voluntad y Trabajo IV, y pese a que las autoridades municipales saben de su miseria, ninguno de los programas orientados a combatir la pobreza, ha tocado a la puerta de su humilde vivienda hecha de pedacería de cartón y de madera a punto de derrumbarse.

El es uno más de los seis millones de pobres nuevos que se sumaron a los ya existentes en el país, y que el presidente Felipe Calderón anunció apenas la semana pasada como pobres alimentarios, pero que en realidad viven en la extrema pobreza, al igual que las 70 mil personas que la Diócesis de Nuevo Laredo ya reconoció hay en la ciudad.

Pese a sus carencias y a que se especializó como paramédico, José Antonio aún espera el ‘milagro’ que le permita integrarse como bombero y poder ganar un salario digno, porque ese ha sido desde niño su sueño; ser bombero y ayudar a las personas.

“No me hacen caso en bomberos, me dicen que ya merito, y así me han traído durante años”, explica con cierta pesadumbre al ser entrevistado en la estrecha y desvencijada puerta de su humilde vivienda.

“Soy voluntario porque me gusta ser bombero. Ese ha sido mi sueño desde que era un niño”, explica con emoción, aunque en sus ojos se nota una sombra de tristeza, al saber que nadie se ha preocupado por prestarle la ayuda que tanto necesita.

Una casa cualquiera

Su casita ubicada en el cruce de las calles Tuxpan y Río Jordán, consta de dos pequeños cuartos divididos entre sí por un viejo ropero y madera humedecida por el piso de tierra, el que mantiene enfermos de manera casi permanente a todos.

Dos viejas camas le sirven a su familia como refugio por las noches, para conciliar el sueño que les permite evadir su triste realidad, y aunque cuenta con energía eléctrica, no tiene agua potable ni drenaje, situación que merma gracias al apoyo de sus compañeros bomberos que cada semana deciden ayudarlo.

Cuando llueve, el agua penetra la fragilidad del techo de láminas de cartón y de madera, y hace que la pobreza de su interior se clave como filosas dagas en el ánimo del joven bombero, ya que el agua de lluvia que inunda las calles aledañas a su domicilio, penetra incontenible por el piso de tierra que se convierte en pantano familiar.

“Se mete el agua por todos lados y se siente muy feo. En el invierno es muy fría la casa, necesito un piso de concreto, pero ningún programa social ha venido para apoyarme”, reniega.

Aún así, José Antonio sueña también con poder estudiar la preparatoria y si se puede, una carrera profesional, pero su pobreza se lo impide.

“Quiero seguir estudiando; me gusta la escuela, pero aunque quiera no puedo porque soy muy pobre y el único que trabaja en la casa”, se lamenta aunque no reniega de su pobreza, sino de la poca ayuda que recibe.

Pero ese no es el único pesar que tiene el bombero. La casa que habita es prestada, porque el propietario que les cobraba renta, dejó de asistir cuando emigró a Estados Unidos y no sabe de él, aunque está conciente que de un momento a otro aparecerá, y tal vez le pedirá el desalojo.

Autoridades desconocen el caso

De este caso no tiene conocimiento Juan Francisco Hinojosa Maldonado, ‘alto comisionado’ del programa de combate a la pobreza en la ciudad, quien dice que los indicadores de la pobreza son tener piso de tierra, excusado de pozo o letrina y no servicios básicos, y aunque José Antonio reúne las características, hasta el momento el funcionario lo desconoce.

Ufano, comenta que en varias colonias, mediante un censo, determinó que más de 500 familias ya fueron beneficiadas con el programa del que es titular, el que aún no llega hasta la vivienda de José Antonio.

“Este bombero no está dentro de las prioridades que en este momento tenemos, pero veremos que podemos hacer por él”, explica tras reiterar que no es prioridad para el programa, al menos no en este momento.

Al preguntarle a José Antonio si comen carne en su casa, sorprendido responde: “¿Carne? Aquí no la conocemos, y la leche es apenas para la bebé”.

Y es que la crisis ya perforó los raquíticos 500 pesos semanales que gana por las tardes y noches, como repartidor de pizzas, y que le alcanzan apenas para que su familia coma huevo 4 veces por semana, carne una vez por mes, y leche una vez por semana, aunque la tortilla la consuman a diario.

“Soy pobre y nadie viene a ver que es lo que necesito. ¿Qué más puedo decir?”, sintetiza con esas palabras su humilde condición.

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