Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *¿Quién los certificó?

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Quien conoce a la gente en Victoria no dejará mentir acerca de algunos de los habitantes de la capital de Tamaulipas. Aquí prácticamente todos –o casi todos- nos conocemos y unos, aunque no sabemos quienes sean, hemos escuchado acerca de su desarrollo familiar, personal y social. Victoria es, como dicen algunos, un hermoso “rancho” donde se vive bien y se disfrutan muchos beneficios de los sitios pequeños.
Sin que sea peyorativo el término de rancho; un buen amigo periodista decía de Victoria “Little ranch”, y del Distrito Federal “big ranch”, ejemplificando que uno era un sitio pequeño en relación al otro. Ninguno de los dos es rancho en el sentido de ofensa, y además, hablar de rancho no quiere decir que tengamos un nivel inferior de vida. Los ranchos son tan especiales como cualquier punto, y tienen sus encantos, como también sus problemas.
Bien, quien conoce a José Florencio Bringas, el gerente de la Comisión Municipal de Agua Potable y Alcantarillado, o al ingeniero Montelongo, quien se encarga de aspectos de mantenimiento y demás, sabe que hablamos de dos personas honorables, con un amplio sentido y vocación de servicio, conocidos por su honestidad y don de gentes, sin que lo anterior suponga que hablamos de “súper personas”: tienen sus virtudes y defectos como todos nosotros.
Ir a la COMAPA a pagar el recibo del agua se ha convertido en una penitencia que debiera asignarse a quien se porta mal en casa: la verdad, pone de malas a cualquiera llegar, por ejemplo, en lunes, y ver que de las cuatro cajas habilitadas para el pago únicamente hay dos funcionando, porque en las otras dos, con todos sus kilos de exceso y la indiferencia en el rostro, se ubican detrás del mostrados dos mujeres almorzando a la vista de todos los usuarios que vamos a pagar, o a intentar hacerlo.
Dicen que es una conquista sindical el que tengan su hora –o media hora- de comida, pero ningún reglamento antepone “la obligación a la tragazón”, diría el buen Deutsch. Lo anterior quiere decir que si bien es cierto que en prácticamente todos los trabajos les dan tiempo para sus alimentos, cuando hay muchos clientes o usuarios no se les permite ir, y eso es más que lógico.
En el Hospital de Especialidades todos los empleados tienen sus horarios de comida, pero antes, deben dejar el servicio en orden y sin gente esperando; igual en el Hospital General de Ciudad Victoria, en la SEDESOL o cualquier dependencia oficial.
Y el sindicato nada tiene que ver con eso.
En la COMAPA están presumiendo por ahí de alguna de esas certificaciones de ISO 9000 que alguien ofrece, regala o vende, según sea el caso.
Los parámetros de calidad están muy devaluados, porque ahora se los dan a quien cumple con lo que dice un manual durante la visita de los que lo determinan, y cuando pasan, se olvidan de esa calidad. Suponemos que eso pasa en COMAPA, porque lo que vivimos este lunes deja muy mal parados a quienes otorgaron ese privilegio.
Sabemos que el contador Bringas es una persona que quiere hacer bien las cosas; le hemos entrevistado y nos ha declarado todo lo que están haciendo en aras de tener un eficiente servicio en todos sentidos, pero escapa a veces de sus manos el controlar la indiferencia de su personal.
Esas mujeres de veinte o treinta años de servicio que parasitan a través de una ventanilla, son tan dañinas como el AH1N1, porque lo único que propician son epidemias, en este caso, contagiando a los nuevos de su apatía y mediocridad.
Nos sumimos en un ambiente que da pie al término “burocracia” en sentido peyorativo: muchas veces dicen: “no te burocratices” queriendo decir “no agarres malas costumbres, no te hagas rutinario y mediocre”, y eso lo saben los sindicatos oficiales.
Claro, los líderes no se ocupan de ello, solamente cuando les corren a alguien.
Bien, si usted tiene necesidad de ir a la COMAPA a hacer algún trámite, tome su Dalai, tu té de tila y aguante porque seguramente encontrará a esas personas que realmente dejan mucho que desear de la calidad.
Queremos compartir con usted que durante el trámite de queja que hicimos, pasamos por no menos de diez cubículos, y en ninguno había gente empleada en su lugar, es decir, todos andaban fuera, o almorzando o haciendo otra cosa menos el trabajo.
Y además, en tiempos de crisis, todas las computadoras prendidas, los climas prendidos, las luces encendidas, como si no hubiera que cuidar los recursos.
Esos sí merecen baja, cese o ser corridos, porque no responden, en primera, a la situación económica que nos obliga a ahorrar, y en segunda instancia, quizá la más importante, a la política que hemos visto en la autoridad estatal en el sentido de entregarse como servidores públicos para regalar calidad y calidez en la atención.
Deberían copiar un poco de su jefe, el contador Bringas, quien sí sabe lo que es servicio público, y sus subordinados, ponerse “la pila”, para exigir a los haraganes que hagan lo que tienen que hacer, o que se vayan a casa a holgazanear a gusto, porque no es justo que vivan del dinero público y nos traten mal. Así de claro.
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