Interiores/CARLOS LÓPEZ ARRIAGA *Cuestión de identidad

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Cd. Victoria, Tam.- Le llaman juego de espejos a ese laberinto múltiple donde el observador ha perdido la capacidad para distinguir entre la verdad y sus reflejos, es decir, entre la realidad objetiva y su enmarañado juego de simulaciones.

Acaso descubra el hilo negro la autoridad federal cuando dice que la extorsión, el cobro de piso, la venta de protección y el secuestro constituyen delitos que demandan atención inmediata, antes aún que el narcotráfico.

Parientes unos y otro, sabido es que puede subsistir el segundo sin los primeros. Es cuestión de niveles y jerarquías. A riesgo de parecer esquemático, se diría que afloran tres:

1.- El trasiego en masa de estupefacientes a la Unión Americana es negocio de primer nivel, básicamente de mega-empresarios.

2.- La venta local está en manos de cuadros secundarios, ejecutivos de mediano nivel y gerentes regionales.

3.- Al atraco a la población (secuestro, extorsión y derivados) parece asunto de sicarios y jefes menores, ayudantes y personal de infantería que busca con ello “completar para el chivo”.

Como parte de las reglas no escritas y los valores entendidos que se establecieron en la Unión Americana desde la postguerra, el gobierno se hace de la vista gorda respecto al primero y segundo niveles (mayoreo y menudeo de narcóticos) a condición de combatir con eficacia el tercero.

Y la razón es muy sencilla. Sabido es que el verdadero “músculo” de la democracia norteamericana no reside en su aburrido y bipolar modelo de partidos, sino en las sociedades intermedias, asociaciones y grupos del más diverso orden, gremiales, vecinales, de profesionistas, productores, comerciantes, consumidores, contribuyentes, padres de familia, miembros de iglesias y demás.

Importa señalar que en una sociedad tan individualista como la estadounidense, el delito se combate con más prisa cuando ofende de manera directa a los intereses privados de la población.

Por esta razón, desde los años sesentas, numerosos líderes de opinión pública tipifican el consumo de drogas como una forma de esparcimiento que (nociva o benigna) finalmente descansa en una decisión personal.

Como el cigarrillo y el whiskey…

Y la percepción es diametralmente opuesta cuando se trata de prácticas que atentan contra la integridad personal, la vida, la seguridad de las familias y un valor que para la cultura anglosajona es sagrado: la propiedad privada.

Por ello (salvo en las leyendas de Hollywood) poco sabemos de persecuciones efectivas contra los grandes jefes de la droga en el vecino país del norte. Y no las hay porque desde hace mucho forman parte del sistema.

Tras muchas generaciones, el mundo legal y el ilegal han encontrado una forma heterodoxa pero funcional de coexistencia.

Y la condición fundamental para que el bajo mundo forme parte de la vida americana es que no perturbe al mundo de la superficie.

Si dos mafiosos dirimen a punta de bala un asunto de drogas en los pasillos de un centro comercial, lo preocupante no será que vendan drogas, sino que hayan sido incapaces de disputarse el mercado sin trastornar la paz ciudadana.

Y es precisamente cuando se altera la paz de los negocios y las familias, donde encontramos el punto de quiebra en el que los asuntos ilegales se politizan y se pudren.

La presión misma de la opinión pública pedirá la cabeza de jueces y magistrados, alguaciles, fiscales y jefes policiacos.

Algunos de ellos caerán, otros simplemente no podrán reelegirse. De ahí la necesidad de mantener acuerdos con el mundo “de abajo” en aras del orden público.

En una sociedad tan distinta como la mexicana las cosas no funcionan así y acaso esto sea parte de nuestra tragedia actual.

De los norteamericanos aprendimos el individualismo que nos lleva a preocuparnos únicamente por salvar el pellejo propio, pero jamás la voluntad de asociación que tienen nuestros vecinos cuando reconocen que un problema rebasa el ámbito particular.

Por ello estamos políticamente desarmados ante la inmensa capacidad de maniobra que hoy exhibe el crimen organizado, su infiltración en corporaciones, barandillas, demarcaciones, ministerios, juzgados y hasta en el ejército mismo.

Ciertamente, tenemos una vida de partidos bastante endeble. Sin embargo (peor aún) carecemos del tejido social capaz de pedir cuentas a la ineficacia, corruptelas y defecciones del Estado.

¿Cuestión de identidad?… Hoy en día, el miedo y la impotencia han llegado a grado tal que no se necesita pertenecer al crimen organizado para amedrentar a comunidades enteras con el clásico cobro de piso o la venta de protección.

En este mundo clonado, donde las copias desplazan rápidamente al modelo original (y no es necesario ser alguien, tan sólo parecerlo) abundan los imitadores que lucran del temor colectivo asumiéndose como representantes de tal o cual poder establecido para demandar el más caro tributo, a cambio de la seguridad o la vida de sus clientelas.

Pero luego ocurre (y cheque usted el humor cruel de estos asuntos) que cuando llegan los “de verdad” montan en cólera al escuchar que el asustado comerciante o vecino ya pagó y dice andar al corriente con sus cuotas, ignorando que durante meses estuvo engordando el bolsillo a extorsionadores “piratas”.

Juego de espejos, efectivamente.

¡Laberinto múltiple!…

BUZON: [email protected]

WEB: http://vivatamaulipas.blogspot.com

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