Ejercer el periodismo no es nada sencillo.
Entraña, tener la sangre fría y caliente cuando se toca un tema, pero nada es más especial que cuando en éste se involucra un familiar al que se quiere, al que se ama y que lucha desesperadamente por lograr que no se pierda la luz de los ojos que le da vigor a su vida.
En mis más de 30 años de periodista han pasado por mis manos cientos de notas y miles de datos y de nombres que mueven las vibras del cuerpo esporádicamente y que al paso del tiempo se disuelven y que quedan como un recuerdo que luego lo arrasa el viento.
Y es que el periodista está tan cerca de la noticia y a la vez tan lejos de ella.
Tan cerca, porque es testigo de un hecho que pasa a formar parte del rotativo del día siguiente.
Tan lejos, porque son solo como datos fríos que no conmueven, que se ignora su verdadera importancia y que lo hace sentir que ya cumplió con la cuota diaria.
Pero insisto en que cuando directamente un familiar se convierte en un actor el tema es diferente, porque altera el estado de ánimo y, luego, superada la prueba, la preocupación, el temor y el cansancio se transforma en júbilo y en agradecimiento.
Y cómo no, si mi madre Eulogia fue uno de los cientos de viejecitos que fueron favorecidos con la Campaña Oftalmológica que impulso desde el DIF Tamaulipas la señora Adriana González de Hernández, en el Hospital General, donde docenas de médicos extranjeros pusieron al servicios de nuestros viejos su paciencia y su basta experiencia.
Mueve fuerte el sentimiento observar como llegaron al nosocomio los ancianitos con un rostro de esperanza. optimista y juguetones en busca del auxilio de esos galenos con visible vocación de servicio y respeto a su profesión.
También, ver por los ventanales del hospital como descendían de las camionetas del DIF estatal y como eran acomodados con cuidado y con cariño en su silla de ruedas por el personal de la institución para que reciban la atención adecuada.
A mi madre la opero de los ojos un médico brasileño que le robo el corazón y por quién a diario pide a Dios que lo cuide y que guíe sus manos para que evite que las sombras apaguen los años de vida de muchos viejecitos.
Compartí el sufrimiento de familiares que padecieron ceguera y nada es más doloroso, porque a pesar de que se aferran a no tropezar la oscuridad los venció y les trajo después otros padecimientos, por eso descansan ya.
Desde la presidencia municipal de Ciudad Victoria la señora Adriana dio prueba de que los viejecitos son su devoción y ahora como primera dama de Tamaulipas demuestro que nuestros viejos merecen una atención de lujo, porque es lo menos que se puede hacer por quienes nos regalaron la vida y nos formaron.
A ella, a la señora Adriana, la conocí a finales de los años ochenta en la Calle Hidalgo cuando la aborde para entrevistarla para unas cápsulas informativas que solicitó Radio Red de México a todos los corresponsales nacionales sobre el trabajo que realiza la radio en nuestro país.
Sencilla, muy propia y dispuesta, acepto algunas preguntas sobre el tema y su opinión rodó por las cientos de afiliadas radiofónicas que tenía esa empresa a lo largo de nuestra nación.
Nunca imaginé que aquella señora se convertiría años después en la primera dama del municipio de Ciudad Victoria y del estado de Tamaulipas y ni que ahora desde su trinchera sea altamente calificada por su carisma, por su don de persona y por su capacidad dentro y fuera de nuestra entidad.
Vaya pues nuestro agradecimiento a ella, a sus colaboradores, al director del Hospital General, Jorge Salinas y a su joven vocero, Carlos Prieto, quienes juntos hicieron posible con esa jornada que nuestros viejos conserven la luz.
Y a su esposo, el Gobernador, Eugenio Hernández Flores, a quien a propósito le deseo que Dios lo colme de bendiciones con motivo de que cumple un año más de vida, porque como dice Mario Benedetti en uno de sus poemas.
“En la calle codo a codo”.
Eugenio y Adriana, son mucho más que dos.
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