Interiores/CARLOS LÓPEZ ARRIAGA *Vulnerabilidad extrema

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Cd. Victoria, Tam.- Catástrofes naturales como el tsunami de Asia (diciembre 2004), el huracán “KATRINA” en Estados Unidos (agosto 2005) y el terremoto en Haití (enero de 2010) se caracterizan por su periodicidad larga, pues suelen transcurrir entre intervalos amplios de tiempo que en ocasiones abarcan el tránsito de varias generaciones.
Ciertamente, ya sabemos que en Haití tiembla, que Louisiana se encuentra en la ruta de los ciclones y el Océano Índico es zona de maremotos.
Lo inesperado en cada caso es la severidad del fenómeno púes (1) ni todos los sismos del Caribe alcanzan el grado siete en la escala de RICHTER, (2) ni todos los sacudimientos marinos del sureste asiático rebasan la magnitud de nueve, como tampoco es común que (3) un huracán toque tierra con la categoría más alta de la clasificación SAFFIR-SIMPSON que es de cinco.
La buena noticia es que no siempre ocurren con esa fuerza devastadora. La mala es que dicho factor propicia el descuido criminal de muchas autoridades.

ENFOQUES BAJO SOSPECHA
Tal combinación de elementos (gran potencia y rara eventualidad) se convierte en el coctel ideal para que en ciertos sectores de la opinión pública prosperen interpretaciones de corte apocalíptico donde lo mismo caben el agujero de ozono y el sobrecalentamiento terrestre que presuntos castigos divinos o la cercanía del juicio final.
La desmemoria histórica es alimentada, pues, con fantasías evasivas que si bien representan un astuto gancho de venta para la prensa sensacionalista, a la postre encubren la incompetencia de los gobiernos que jamás se preocuparon por prevenir desastres.
El caso de “KATRINA” resulta ejemplar. Mientras los tele-predicadores de Miami clamaban al cielo buscando en el Antiguo Testamento la profecía bíblica más adecuada, pocos medios prestaron atención a los académicos estadounidenses que anticipadamente alertaron a la Casa Blanca sobre la necesidad urgente de reforzar los agrietados diques que protegen las zonas bajas de Nuevo Orleans contra los embates de la zona lagunaria.
Lo cuál nos remite a casos como el terremoto de 1985 en la capital mexicana y huracán “GILBERTO” que devastó Monterrey en 1988.
Muchos defectos de construcción (verdaderas sinvergüenzadas de contratistas y funcionarios) salieron a la luz tras los peritajes efectuados en los edificios que colapsaron en el Distrito Federal.
Con “GILBERTO” pasó algo similar. Tras el recuento de daños afloró la ilegalidad de asentamientos irregulares junto al río Santa Catarina y también la ignorancia de las autoridades que jamás contemplaron medidas de salvaguarda civil, pese a que la historia local registra fenómenos semejantes ocurridos dos o tres generaciones atrás.

LA ACCION TARDÍA
Y luego ocurre que después del niño ahogado sobran voluntarios que quieran tapar el pozo. El sistema de alerta sísmica y los reglamentos más estrictos en materia de construcción que hoy funcionan en la capital mexicana pudieron fácilmente haberse instrumentado antes y no después de la tragedia que enlutó a millares de hogares capitalinos.
Igual podríamos decir de las redes satelitales que hoy monitorean el comportamiento del lecho marino desde Sumatra hasta Sri Lanka y los operativos de protección civil que ahora existen en Monterrey, por citar otros ejemplos.
La prevención es más barata que la cura, dicen los médicos. El consejo deriva del dicho popular que sugiere prevenir en lugar de lamentar.
Lo cuál se aplica a los más diversos campos, no sólo a la medicina. Entre ellos, desde luego, las tareas institucionales relacionadas con la prevención de desastres.
Esto es, actuar responsablemente por rutina, sin esperar a que el agua nos llegue al cogote o toneladas de escombros sepulten a nuestras familias.

POBLACION DESPROTEGIDA
Desde luego, nada podría impedir que ocurriese el terremoto que hoy tiene postrada a una nación de 9.7 millones como Haití, pobre entre los más pobres del mundo.
Sin embargo el impacto social del sismo se agigantó a niveles macabros ante situaciones como el atraso y la indolencia de una clase política incapaz de ofrecer alternativas de crecimiento a un pueblo secularmente saqueado por el capital filibustero desde los tiempos de FRANCOIS DUVALIER.
Tras la hecatombe, la sociedad haitiana quedó descabezada. Se derrumbó el palacio de gobierno y también la sede del poder legislativo.
Lo mismo pasó con la catedral (murió el arzobispo JOSEPH SERGE MIOT), el hospital general de Puerto Príncipe, cuarteles de policía y hasta la penitenciaría local (vergonzante pocilga aún antes del sismo, si nos atenemos a las imágenes que mandó LORET DE MOLA).
En las primeras 48 horas, tiempo clave para salvar vidas, el auxilio internacional no tenía manera de intervenir con la prontitud necesaria.
Sencillamente, no había a quien entregarle los cargamentos de ayuda y tampoco quien coordinara las tareas de rescate.
A los enviados de diversos países les faltaban sus pares, los representantes del gobierno local, cuya ausencia es hoy reflejo cabal de la inoperancia institucional crónica que mantiene a este país en condiciones de vulnerabilidad extrema.
La reconstrucción haitiana deberá ir más allá de atender heridos, enterrar muertos, edificar hospitales, iglesias o sedes gubernamentales.
Tendrá que ser haber un resurgimiento de la vida política que, con nombres y apellidos, deslinde responsabilidades.

BUZON: [email protected]

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