Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *Comandante Judas

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En la vida conocemos un sinnúmero de personas. Quienes nos dedicamos a la hermosísima actividad del periodismo tenemos la maravillosa fortuna de tratar a todo tipo de personas, desde los más encumbrados individuos en materia política, empresarial, social o deportiva, hasta el más humilde y no por eso menos valioso pepenador, bolero o despachador.
Somos afortunados los que podemos platicar con cientos –miles, en la vida- de personas de toda índole: algunos son buenas personas con nosotros, aunque otros no tanto, sin embargo, de todos aprendemos.
Y más aún, los que tenemos la hermosa oportunidad de convivir en las aulas universitarias, compartiendo los pocos conocimientos y muchas experiencias todavía nos consideramos afortunados en esta vida, porque de cada uno de esos seres humanos aprendemos.
De los que no nos ayudan, aprendemos a sacar fuerza de quién sabe dónde, recursos para sortear los escollos; de quienes son “buenas personas” desde nuestra óptica, tenemos oportunidad de asimilar mucho de lo que ellos manifiestan o transmiten, y nos permiten crecer como personas. Eso es uno de los mejores regalos que la vida nos entrega.
Y como consecuencia, quienes compaginamos la actividad periodística con la cátedra universitaria, podemos considerarnos dentro de ese selecto grupo de “consentidos del Creador”, porque estamos permanentemente ligados a las dos instancias en las que se tiene oportunidad de aprender, enseñar, servir y actuar. Solamente nos faltaría la actividad política propiamente dicha, porque también en ella convivimos, ayudamos, aprendemos… crecemos.
Y de ese mundo de jóvenes con los que hemos compartido experiencias, hay recuerdos que nos hacen sentir fuertes, aunque otros nos llegan al corazón y nos dejan una huella de tristeza, añoranza, aunque por otra parte, llenos de aprendizaje.
Judas Javier Peña Mirafuentes se cruzó en el camino de muchos de los que vivimos a diario y convivimos en la Unidad Académica de Derecho y Ciencias Sociales.
Quienes le conocimos, supimos de su entusiasmo y capacidad intelectual y social para mezclarse con todo tipo de personalidades, así como también por su forma de tratar a los demás, de aprender y participar en proyectos de alta envergadura.
Fue el iniciador del proyecto de cine que encabezó alguna compañera catedrática; Judas se constituyó en el motor de ese sueño hecho realidad, apoyado por autoridades universitarias, pero más, -indudablemente- por el espíritu luchador de quien fuera alumno en las materias de fotografía y periodismo, así como un referente en los pasillos de nuestra escuela.
En una de las bancas de concreto se le veía constantemente compartiendo con los compañeros y maestros una sonrisa o un saludo. No se puede olvidar la penetrante mirada que acompañaba sus dudas académicas y artísticas.
Judas enfermó.
Todos supimos de su intensa batalla, quizá de ahí venga el mote de “Comandante” que algunos compañeros tuvieron a bien compartir con sus seres queridos.
Hoy, el Comandante Judas se nos ha adelantado en el camino.
Ha sido una batalla cruenta, difícil, intensa. Un tratamiento de muchos pero muchos meses procurando la existencia: médicos, hospitales, intervenciones y procedimientos difíciles fueron convertidos en una cotidianeidad en su existencia.
Duele, y duele mucho cuando un joven talentoso se adelanta en el camino.
Y decimos que duele porque hasta el último día no dejó de luchar, y no solamente por su vida, sino por su familia, sus amigos, su novia y sus compañeros.
Hoy, los que estamos inmersos en un profundo dolor, elevamos plegarias al cielo para que pueda su familia tener una pronta resignación ante una pérdida que se antoja inevitable, imposible pero sobre todo, enorme.
Judas, el Comandante Judas ha emprendido el viaje al Eterno Oriente.
Y seguramente, desde el Más Allá, nuestro querido Comandante esté pensando en la realización de algunos proyectos para visualizar hacia nosotros, en un lejanísimo punto, la manera de decirnos que su existencia no ha sido sencilla pero que ha tenido la fortuna, en primera instancia, de haber nacido cobijado por una buena madre, tener una buena hermana, haber vivido una buena vida y saberse rodeado siempre de gente buena, porque lo bueno siempre busca lo bueno.
¿Qué decir en estos casos?
Solamente, insistir en que quienes nos hemos entristecido por esta irreparable pérdida aprendamos de lo que nos dejó como legado, y sepamos que en el tiempo que dura nuestra existencia, es menester nunca bajar la guardia, siempre luchar, en todo momento, buscar la victoria, porque la batalla de la vida nos depara muchas cosas en todo momento.
Nuestra solidaridad a Rocío, su madre, y a todos sus familaires.
Hasta siempre, Comandante Judas, ¡te vamos a extrañar mucho!
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