Obama disputa a los conservadores…..

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-La bandera del pueblo frente a la élite.

-El presidente quiere capitalizar el enfado popular con la crisis económica y el paro.

-LAVANGUARDIA.es/EnLineaDIRECTA.

Washington.-El populismo detesta a la élite: el de derechas, al Estado; el de izquierdas, a los ricos
El populismo renace en Estados Unidos. La crisis económica y el paro persistente inyectan energía al movimiento que, con mensajes sencillos y retórica encendida, contrapone los intereses del pueblo a los de las élites.

Esta vez, al contrario que en otros momentos de la historia norteamericana, el populismo más pujante es de derechas.

Tras la derrota demócrata en la elección al Senado en Massachusetts, en enero, atribuida a la irritación popular con la Casa Blanca y el Congreso, Barack Obama ha intentado hacer suya esta irritación, con una retórica encendida contra los “peces gordos” de Wall Street, y en favor de las sufridas clases medias.

El populismo está al orden del día. Este fin de semana, en Nashville, la primera convención nacional del movimiento tea party dará visibilidad a este populismo de nuevo cuño –anti-Washington, antiimpuestos y anti-Obama–, que ha revolucionado a los conservadores, debilitados hace un año, cuando Obama llegó a la Casa Blanca.

El término populismo tiene connotaciones distintas en Europa y en EE.UU. En Europa son negativas. Populistas son Le Pen, Haider, Bossi, Chávez: raramente figuras modélicas. En EE.UU. populista no tiene por qué ser un término despectivo. Al contrario.

Aquí un populista es un político que defiende al pueblo frente a los abusos de las élites intelectuales, económicas, políticas. E históricamente el populismo fue de izquierdas, desde el Partido Populista del siglo XIX hasta el new deal de Roosevelt, que contenía elementos populistas.

El populista clásico era partidario de la intervención estatal; sus enemigos eran los banqueros y especuladores. El cineasta Michael Moore desciende de esta tradición tan americana.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando las ideas del new deal se convirtieron en el consenso nacional, emergió un populismo conservador. El enemigo ya no era sólo Wall Street, sino Washington y el establishment, infestado de comunistas dispuestos a traicionar a la nación.

Sam Tannenhaus, autor del ensayo recién publicado La muerte del conservadurismo, distingue entre populistas (de izquierdas) y puristas (de derechas). Les une el odio a la élite, pero para los primeros la élite son los ricos; para los segundos son los políticos, el Gobierno federal.

A ambos populismos les une a veces, en su vertiente más perversa, lo que el historiador Richard Hofstadter llamaba la “mentalidad conspiratoria”, la idea de que “todos nuestros males pueden rastrearse a un solo centro y, por tanto, eliminarse con algún tipo de acto final de victoria contra el centro malvado”.

El movimiento tea party –que evoca la rebelión del té en Boston en 1773, hito de la independencia– y su musa, la ex candidata a la vicepresidencia Sarah Palin, recogen parte de esta herencia. Son antielitistas cuando oponen la small-town America –el país idealizado de los pueblos rurales– al monstruo burocrático de Washington. También son antiintelectuales en el desprecio por la arrogancia de los académicos de la Costa Este (y Obama, por mucho que intente parecer populista, es un intelectual). Y asimismo recogen elementos de la tradición paranoica, como los rumores de que Obama no es estadounidense o es musulmán, las mentiras sobre un supuesto plan para que comités gubernamentales decidan si practicar la eutanasia a los pacientes, o las acusaciones al presidente de querer convertir EE.UU. en un país socialista.

La novedad sería la preeminencia del discurso antiimpuestos y anti-Estado, frente al mensaje antiabortista o antimatrimonios homosexuales, según el historiador Michael Kazin. En declaraciones al National Journal, Kazin expone otra novedad: el uso de las tecnologías, al estilo de Obama durante la campaña electoral.

El movimiento ha propulsado a los republicanos, alicaídos tras la victoria del demócrata Obama.

El presidente intenta ahora capitalizar la irritación con Wall Street y con Washington, emblema de un Gobierno federal desconectado del pueblo. Con el horizonte de las elecciones legislativas de noviembre, el populismo regresa.

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