Juego de ojos/Miguel Ángel Sánchez de Armas *Marzo, mes de la expropiación

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1. Los corridos del petróleo

Mediante hábiles acciones de propaganda que operaron sobre el extendido antiyanquismo de la idiosincrasia mexicana, el cardenismo pudo insertar en el imaginario colectivo la idea de que las dificultades del año 1938 eran consecuencia de una venganza de los gringos por la expropiación y no producto de políticas económicas equivocadas o de la lucha de facciones desatada por la proximidad de la sucesión presidencial. El resultado fue el fortalecimiento y no la deslegitimación del gobierno entre los sectores populares, gran parte de la clase media y una fracción de la inteligencia, principalmente de la izquierda.

La expropiación rápidamente se hizo tema de corridos, la expresión musical, generalmente anónima, que a la manera de los juglares difunde entre el pueblo hazañas y sucesos relevantes, y que de acuerdo a Simmons, es el mejor instrumento para conocer y entender el sentir colectivo del pueblo mexicano.

Año de mil novecientos / del treinta y ocho a contar / sucedió lo que enseguida / yo les vengo a relatar. / El día dieciocho de marzo, / fecha de gran sensación / nacionalizó el petróleo / el jefe de la Nación.

Este género de expresión popular históricamente incorpora el sentimiento antiyanqui en muchos momentos de nuestra historia. Una perspicaz interpretación es de Lewis Gannett, quien al reseñar The Wind that Swept Mexico de Anita Brenner, escribió: “Sea que la revolución avance o retroceda […] la mayoría de los mexicanos se han acostumbrado a que Estados Unidos esté en contra. […] Están seguros de que la revolución avanzará, pero que sea suavemente o con la fuerza de un huracán, dependerá en gran medida de la actitud de los Estados Unidos. El pueblo mexicano identifica instintivamente a la contrarrevolución con la influencia norteamericana”. Un diplomático inglés que estuvo involucrado en el enfrentamiento de las petroleras con el gobierno de México, explicó a su gobierno en una nota que “el único tema en que los mexicanos de todas las clases están totalmente de acuerdo es en la convicción de que es un principio inalterable de la política estadounidense evitar el desarrollo económico y la consolidación política de su país”. Un historiador norteamericano contemporáneo propone: “Como un país repetidamente humillado por los Estados Unidos y al mismo tiempo dependiente económicamente de este país, México ha desarrollado una cultura política muy sazonada por el anti americanismo… o por lo menos asentada en un gran escepticismo respecto a los motivos y acciones de los Estados Unidos”. En una carta fechada el 2 de julio de 1938 en Ciudad Victoria, Marte R. Gómez confiaba a Jaime Torres Bodet: “Cuando la radio transmitía el mensaje presidencial y en las conciencias penetraba la idea de que algo grande acababa de ocurrir, un ranchero de Matamoros se volteó para decirme: ‘Ya el Presidente se fajó los pantalones; dígale que no se los afloje y aquí nosotros o nos morimos a balas o nos morimos de hambre, pero no nos rajamos’”.

Durante la guerra de 1847, el pueblo cantó con ánimo rebosante de odio hacia los norteamericanos:

Los yankees malvados / no cesan de hablar / que habrán de acabar / con esta nación.

Y durante la primera guerra mundial, un olvidado trovador entonó al son de la vihuela:

Y por esos ambiciosos / nuestra Patria idolatrada / recordara el pueblo entero / que siempre ha sido ultrajado / no una sino varias veces / por esa gente ilustrada.

Inexactos como pudieran ser respecto al detalle histórico, estos corridos sin duda reflejaban con un alto grado de certeza los temas y la inclinación del pensamiento popular, y recogían la verdad como el pueblo la percibía. Los cronistas musicales estaban cerca del pueblo y buscaban adecuar sus canciones al ánimo del auditorio a la que iban dirigidas. Dice Simmons: “La mayoría de los compositores de corridos viajan de pueblo en pueblo cantando sus propias composiciones y las de otros en las plazas y en las cantinas. Las exigencias de su profesión les mantienen en estrecho contacto con las corrientes de opinión, lo que justifica nuestra creencia de que los corridos, cuando son adecuadamente interpretados, son importantes documentos sociales e históricos”.

Mucho antes de la expropiación los petroleros ya eran tema del corrido. Entre 1923 y 1924 se registran varias composiciones que se refieren al intervencionismo norteamericano a favor de las empresas aceiteras y en contra del gobierno de Álvaro Obregón:

Los petroleros han jurado / boycotear á este gobierno, / el gringo es muy desgraciado / y es nuestro enemigo eterno.

Otro cronista recogió el sentir de los trabajadores cesados de los campos petroleros alrededor de Tampico en los años veinte:

Los cesados en Tampico / y también los repatriados / quieren comer puros gringos / crudos y también asados.

El cardenismo hizo de la expropiación un potente y cuasi-religioso símbolo nacionalista que permeó el fervor popular. Identificó el acto expropiatorio con el rescate de la Patria, la operación de las instalaciones con la recuperación del mando sobre la nación y el enfrentamiento a los poderosos barones del petróleo con la reafirmación de los valores nacionales: el triunfo del David católico sobre el Goliat protestante. El petróleo fue colocado en el altar patrio al lado de la Guadalupana. En su estrategia de comunicación y movilización de masas, el cardenismo también operó exitosamente en el frente religioso, terreno de la iglesia católica. Hubo una tregua en el enfrentamiento en torno a la “educación socialista”. El clero mexicano se sumó al cardenismo y declaró desde el púlpito que la ayuda para el pago de la deuda adquirida era una medida patriótica. Bajo la firma de Luis M. Altamirano, arzobispo titular de Bizia, coadjutor de Morelia y secretario del Comité Episcopal, la revista Christus del 31 de junio de 1938 publicó una nota titulada “Los Católicos Mexicanos y la Deuda Petrolera”:

Aunque no ha sido necesaria ninguna exhortación para que los católicos mexicanos contribuyan generosamente con el Gobierno de la República a pagar la deuda contraída con motivo de la nacionalización de las empresas petroleras; juzgando que es oportuno expresar la actitud uniforme y reflexiva del Episcopado Mexicano en asunto tan importante, el Comité Episcopal, en nombre de dicho Episcopado, declara que no solamente pueden los católicos contribuir para el fin expresado en la forma que les parezca más oportuna, sino que esta contribución será un testimonio elocuente de que es un estímulo para cumplir los deberes ciudadanos la doctrina católica, que da una sólida base espiritual al verdadero patriotismo.

Pero contrariamente a una idea bastante generalizada, la expropiación, con toda esta simbología, no fue una medida extraordinaria nacida en la trinchera de la defensa de la Patria y al calor del asedio de un poderoso enemigo. Se trató más bien de un hecho predecible y en sintonía con la lógica política del régimen cardenista -urgido de consenso interno- que tuvo la inteligencia política y la audacia para reconocer y operar -dada la naturaleza estratégica del petróleo en vísperas de la segunda guerra mundial- en una ventana de oportunidad.

Además de los factores económicos y políticos, da a la expropiación petrolera relevancia excepcional la guerra de propaganda que desató. Se debe estudiar desde la perspectiva de una acción para generar cohesión y apoyo político internos y no sólo como una acción económica. Llama la atención el que casi en paralelo al enfrentamiento con los empresarios norteamericanos e ingleses del petróleo, el gobierno de Cárdenas, por conducto nada menos que del general Múgica, conducía una difícil negociación con los concesionarios suecos y estadounidenses de la telefonía, y pese a que también se trataba de un sector estratégico con grandes capitales invertidos e interés diplomático de gobiernos extranjeros, este enfrentamiento fue solucionado, si no amigablemente, sí con cierta conformidad de las partes y sin que adquiriera las dimensiones de conflicto internacional que tuvo el caso del petróleo.

En la expropiación fueron factores de naturaleza política interna y simbólicos, más que económicos, los que modularon el desarrollo del conflicto. En 1938 México ya no era uno de los principales productores de petróleo y de acuerdo con los conocimientos geológicos de la era sus reservas se encontraban en agotamiento. El mantenimiento de las instalaciones productivas por parte de las empresas había sido escaso en años anteriores. Tanto los estadounidenses como los ingleses habían trasladado el centro de gravedad de su interés a otras zonas del mundo que prometían rebasar ampliamente las riquezas del subsuelo mexicano. La proximidad de una guerra mundial había alterado la geopolítica y por ende las prioridades estratégicas. El conflicto con el sindicato era ciertamente una incomodidad desde el punto de vista industrial, pero las empresas, como se vería con el tiempo, siempre pudieron disponer de los recursos para satisfacer las demandas económicas del gremio y el gobierno de Cárdenas nunca perdió la capacidad de encauzar la movilización sindical hacia acuerdos de naturaleza menos radical que la expropiación.

Para las empresas, el problema de fondo era el temor de que el ejemplo se extendiera a los campos petroleros de Venezuela, en donde ya de diciembre de 1936 a enero de 1937 se había registrado la primera gran huelga de la industria en aquella nación. Ceder a las demandas de los trabajadores mexicanos era mandar un mensaje que pondría en riesgo las operaciones en Sudamérica. Para el gobierno mexicano, una solución de medio camino entre las partes no habría bastado para generar el efecto simbólico necesario para impulsar una movilización popular que blindara al régimen contra una creciente oposición política doméstica y cada vez mayores presiones externas. (Continuará)

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.

3/3/10

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