Cien años de soledad sanitaria

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Abc.es:

ANNA GRAU | NUEVA YORK

La votación de este domingo en el Capitolio culmina casi cien años de soledad sanitaria de Estados Unidos. Antes de Barack Obama muchos otros quisieron hacer historia. Algunos lo consiguieron, como Lyndon B. Johnson cuando en 1965 firmó la creación del programa Medicare, que provee atención médica a los mayores de 65 años (actualmente se acogen a él 45 millones de personas) y Medicaid, para los ciegos, los discapacitados y los verdaderamente indigentes (59 millones de beneficiarios a día de hoy).
En el momento de estampar su firma al pie de la ley Johnson citó al presidente Truman, el primero que, concretamente en 1945, trató de articular algo parecido a una Sanidad americana universal. Ni Roosevelt se había atrevido a tanto. Truman fracasó dos veces en el empeño de estructurar lo que sus enemigos tildaban de “socialismo médico”.
Pero si el ejemplo venía de Truman, el impulso venía del gran presidente caído, John Fitzgerald Kennedy, quien trató de hacer de la reforma sanitaria su bandera desde el principio. “Esto no es una campaña contra los médicos”, había dicho JFK ante 20.000 espectadores en el Madison Square Garden de Nueva York, y ante muchísimos más que seguían su discurso por televisión, “esto es una campaña para ayudar a cada uno a cumplir con sus responsabilidades”.
El empeño de los Kennedy
Ni con todo su encanto consiguió Kennedy impedir que sus ilusiones reformistas embarrancaran en el Congreso, como les había pasado a todos sus predecesores. Sólo con grandes penas y trabajos prosperaban avances mínimos, tales como exenciones fiscales para los empleadores que asumieran el seguro médico de sus empleados, o para los trabajadores que se lo pagaran ellos mismos.
Si la Historia demuestra algo es que es un error ver la reforma sanitaria como una cuestión de todo o nada, como algo que se consigue en un día. En la práctica se parece más bien a una escalera que se va subiendo peldaño a peldaño. Con rellanos espectaculares como la creación de Medicaid y Medicare en los 60.
Apeados los demócratas de la Casa Blanca por Richard Nixon, Ted Kennedy, el único de la saga que queda vivo, se convierte en el nuevo campeón sanitario de la nación. Lo será hasta el final. Liberado (después de la tragedia de Chappaquiddick) de los compromisos y componendas que obligan a todo aquel que aspire a ser presidente, el joven Kennedy se concentra en su objetivo desde el Senado. Es su carismática lucha sin cuartel la que consigue mantener vigente el debate hasta la llegada de Obama.
En 1968 se ve que el tema no es sólo una preocupación de los idealistas. Los costes sanitarios han empezado a dispararse en Estados Unidos y se impone la evidencia de que hay que hacer “algo”. Pero, ¿qué clase de algo? Nixon quiere obligar (no meramente incentivar) a los empleadores a asumir una cobertura sanitaria mínima de sus empleados, pero manteniendo el status quo y sobre todo la competencia entre seguros médicos privados. Ted Kennedy plantea por primera vez un seguro único, universal y público. Huelga comentar quien se llevó el gato al agua.
Las promesas rotas de Carter
Pero la presión utópica obligaba a seguir aprobando adelanto tras adelanto, así estos fueran microscópicos. Lenta pero inexorablemente crecía la masa de americanos con cobertura sanitaria. Y también crecía la conciencia de la necesidad de hacer más. Jimmy Carter gana las elecciones prometiendo una Sanidad omnicomprensiva. Una recesión de caballo le obliga a envainarse sus promesas y en los años siguientes se sigue con el pasito a pasito: por ejemplo en 1986 se aprueba la ley que permite que una persona que pierde su trabajo conserve su seguro médico durante dieciocho meses.
En julio de 1988 el mismísimo Ronald Reagan firma la creación de un programa federal destinado a impedir que las personas mayores se arruinen por los gastos derivados de una enfermedad, poniendo un techo a sus gastos médicos y garantizando que el Estado llegará donde no lleguen ellos. En diciembre de 1989 el Congreso vuelve a tumbar esta ley por las muchas presiones y protestas en contra, principalmente de personas mayores acomodadas que se niegan a sufragar el programa con un incremento de sus impuestos. Es sólo una muestra de lo vidriosas que son estas reformas.
El mayor fracaso de los Clinton
En 1993 llegan Bill y Hillary Clinton. Sus grandiosos planes de reforma se estrellan espectacularmente en 1994. Entonces se atribuyó este fracaso en parte a la presión de los lobbies médicos y a la ferocidad partidista del Congreso, pero también a la torpeza negociadora y explicativa de la Casa Blanca. Tener razón no basta, he ahí la amarga lección que los demócratas extraen de la derrota. Tras fracasar en el todo, los Clinton tratan de salvar alguna parte, por ejemplo, un programa federal especial de cobertura médica para niños.
Entretanto los costes sanitarios siguen disparándose, particularmente el gasto farmacológico de los mayores. En 2003 George W. Bush firma una expansión del programa Medicare para hacerle frente. A esas alturas la situación es tal que no queda muy claro si a Bush le mueven afanes sociales o de engordar los bolsillos de las aseguradoras médicas, que son las que proveen los medicamentos que paga Medicare, dejando además claros clamorosos en lo que los mayores realmente necesitan.
En 2006 el gasto sanitario norteamericano se planta globalmente en los 2 billones de dólares, o 7,421 dólares por persona al año. Estamos hablando del 16,2 por ciento de la economía. La cifra de los no asegurados es de 46 millones de personas –más que toda la población de España- cuando en noviembre de 2008 Barack Obama gana las elecciones.

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