Si su nombre se resumiera en solo dos palabras ajustarían bien las de poeta loco.
A sus más de cincuenta y diez años de edad él acumula en el fondo de su mochila una fama bien ganada y no se mortifica por las palabras, a veces por las acusaciones que escapan dilapidarias por su boca entre melodía y melodía.
Con un manojo de canciones que para muchos son de colección, para otros simples poemas que rayan en lo pueril y para algunos más una ofensa que peca en la irreverencia, él está de pie, de buen humor y en plena jornada para seguir siendo creativo y para defender sus convicciones.
Observarlo por primera vez a unos metros de distancia en la Arena Monterrey produce sensaciones que son nuevas, porque su vigorosidad, su entrega, su talento y su forma tan peculiar de concederle la importancia exacta a cada palabra que contiene sus canciones estremece y motiva a rascarse las neuronas para que no se equivoque el significado de la frase completa.
Y es que el cantante español Joaquín Sabina no cuida las formas y a veces tampoco el fondo y en ello radica que se le ubique como un artista diferente que combina lo fino con lo burdo, lo que a final de cuentas arroja un resultado que es atractivo.
Sus melodías y sus anécdotas son famosas y Joaquín no pierde el tiempo para hacer mofa de los cantantes que admira, venera y bendice en el escenario.
Vestido con un pantalón camuflado y su clásico sombrerillo negro, el cantante le dedica unas palabras en su concierto de Monterrey a la costarricense nacionalizada mexicana Chavela Vargas, “La Vargas” como él la identifica.
“Con Chavela me unen tres cosas. Una que los dos somos muy borrachos, la otra que ambos somos muy viejeros y la tercera que somos retirados”, lo que arranco carcajadas entre las más de 17 mil almas que asistieron a su concierto.
Pero tampoco escapo de su sarcasmo la gobernadora de Arizona, Jan Brewer, aquella que pretende etiquetar a los ilegales como delincuentes en potencia.
“No se quién es la pin…. Madre que parió a la gobernadora de Arizona”. Esto no solo motivo un grito de protesta, sino también nutridos aplausos que sonaron como un trueno en la Arena.
Es, Joaquín, un hombre hiperactivo que se mueve rápido por el escenario lo que hace difícil que se le capte en video y sabe bien que con su juego de palabras, con su peculiar vestimenta y con su potente voz, se le venera como a un ídolo,
En este concierto de Monterrey, que fue en número diez en la república mexicana, a Joaquín se le notaba sumamente satisfecho. ¿Saben porqué uso sombrero?, le pregunto al respetable. “Porque me lo quito en señal de respeto en el lugar que se lo merece y éste es uno de ellos”.
Sacude, mueve la vibra como un terremoto, escuchar por su boca clásicas melodías como Princesa, 19 días y 500 noches, Y sin embargo te quiero y, por supuesto, Una canción para la Magdalena.
Antes de interpretar ésta última, Joaquín volvió a hacer uso de su imaginación: “En un país me detuvo una señora que llevaba de la mano a una niña y me pregunto si yo era Joaquín Sabina.”Si señora, lo siento, discúlpeme pero soy yo”, le contesto. “Es que en honor a su canción de La Magdalena bauticé a mi hija con ese nombre. Ojala que no me salga igual de pu…”, le comentó la mujer.
Vaya que combinación de canciones y anécdotas guarda en su morral Joaquín Sabina, un cantante que pone chinita la piel con su Nos sobran los motivos, La del pirata cojo, Quién me ha robado el mes de abril y, sobre todo, A los 40 y diez, una melodía que en lo personal me impacta porque describe lo que fue la vida de Luis, de mi cuñado invidente que ya no está entre nosotros. “A quién le importa que después de muerto tenga uno sus vicios”, raza uno de los fragmentos de esa canción tan descriptiva, tan precisa y tan triste.
Escuchar y ver en vivo a Joaquín Sabina es un regalo que concede la vida.
Porque la suya es como la del “Pirata loco con pata de palo”.
“Con parche en el ojo y con cara de malo”.
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