Con esta frase no me refiero al magnífico tomo de Vladimir ilich Lenin, que escribió en 1902, y que sirvió como severa crítica al desarrollo de la socialdemocracia rusa, y de su lenta transformación como base para el inicio de una revolución socialista iniciada por los obreros y campesinos de ese país, que emergía de una dictadura militar para entrar después en una dictadura del proletariado.
Tampoco me refiero a la teoría del empirocriticismo ruso, que se basó en la libertad de crítica y en el papel y función social que los diarios de aquella época (y tal vez la de hoy) debían tener, como críticos del sistema político y económico imperante, función que desafortunadamente hoy ha desaparecido casi por completo entre los diarios de nuestra ciudad y de la mayoría de los que existen en el país, pero con unas muy honrosas excepciones.
Mis comentarios de hoy están más relacionados con el cuestionamiento inicial que Lenin se hizo antes de escribir y publicar el ¿Qué Hacer?, y que se referían al ¿Cómo Empezar?
Tal vez usted amigo lector, se pregunte en donde está la relación de ese escrito y de ese autor con la actualidad. Y yo le contestaré que existe mucha relación, debido a que actualmente la crítica periodística ha desaparecido casi por completo en esta ciudad, porque ha caído en un marasmo que la ha convertido en cómplice del silencio y en mudo testigo y simple espectador de los hechos que a diario ocurren en nuestra ciudad.
Con justa razón los nuevos medios de información, las llamadas redes sociales que aparecen en la Internet como aliados permanentes de quienes tengan a la mano una computadora, aunque carecen de veracidad total por la ausencia de fuentes fidedignas, están supliendo de manera peligrosa a los diarios y a los autores de las noticias, pero escondidos en el anonimato.
Ellas suplen la labor que deberíamos tener los reporteros en el manejo de la información y de los hechos cotidianos que desafortunadamente no hacemos, ya sea por temor, por fatiga, por falta de iniciativa, o por todas esas razones.
Con esto no quiero decir que el diario tienda a desaparecer ni que los reporteros vayamos a ser suplidos por los blogeros, sino que debido a la coyuntura tan especial de inseguridad y de crisis por la que atraviesa no solo esta ciudad y Tamaulipas, sino todo el país, los periodistas y nuestros medios de información, hemos perdido la confianza por parte del lector y del ciudadano, los que se están volcando peligrosamente hacia medios alternativos, que aunque en ocasiones ‘informan’ sobre algunos hechos que los diarios ocultan, en la mayoría de los casos no se les puede comprobar por la ausencia de fuentes y caen en el amarillismo.
Sin embargo, debo reconocer que los periodistas de esta ciudad estamos faltando a nuestro deber periodístico, que es el de informar de manera objetiva, clara y veraz al público que requiere estar informado de los acontecimientos que ocurren en la ciudad, y si no lo hacemos, ellos seguramente nos darán la espalda, como seguro ya lo están haciendo.
Los hechos violentos que durante las últimas semanas han ocurrido en la ciudad, y la forma en que los medios y los reporteros lo hemos callado, así como la forma en que lo hemos ventilado, da mucho en que pensar a la sociedad, y con justa razón dudan ya de nosotros y nos han retirado esa confianza que antaño era muestra de orgullo para nosotros.
Bajo esa perspectiva que supongo tiene la sociedad de nosotros los periodistas, pregunto: ¿Al callar y no informar sobre esos acontecimientos, somos leales a nuestra profesión? ¿Realmente cumplimos con nuestra misión, que es la de informar con calidad y responsabilidad? ¿Entendemos la diferencia que existe entre lo que es un simple periodista y lo que debe ser un buen periodista?
Desafortunadamente, muchos de nosotros nos hemos ‘blindado’, o al menos eso creemos, con el silencio al no publicar una nota relacionada con la inseguridad, y le damos la vuelta bajo la absurda premisa de que al así hacerlo nos estamos protegiendo, cuando en realidad estamos siendo cómplices de quienes desean que nos mantengamos al margen de la verdadera noticia, que a mi juicio no es la de estar solo en el lugar donde ocurren los hechos violentos, sino narrar esos hechos con profesionalismo y responsabilidad, ni más ni menos, solo la noticia clara y objetiva.
El blindaje del que hablo tiene como perversos aliados la censura y la autocensura, elementos que a su vez generan en la sociedad (cuando no encuentra eco a su necesidad de estar informada), más temor, incertidumbre, indefensión y rumores, elementos que bajo ese blindaje no somos capaces de despejar ni mucho menos de contrarrestar.
Todo ello tiende a formar un círculo vicioso que nos envuelve y que envuelve a la sociedad, generando un clima de efecto ‘boomerang’ que se propaga rápida y peligrosamente, y disfraza la realidad con un velo ficticio, protegiendo más a quienes generan el rumor y la violencia, y vulnerando cada vez más a la sociedad, la que se vuelve más indefensa ante los embates de la inseguridad.
Los periodistas no hemos sido capaces de proteger a la sociedad con noticias reales y objetivas, porque no hemos sido capaces de cumplir con nuestra misión social, que es la de enfrentar el desafío que nos propone la inseguridad, y porque no hemos sido capaces de informar con imparcialidad.
¿Cómo evitar la censura y la autocensura? ¿Cómo hacer que la sociedad vuelva a creer en nosotros y nos devuelva su confianza?
El reto lo tenemos frente a nosotros: Saber diferencias entre lo que nos dicte el sentido común y lo que nos indique el sentido periodístico.
Muchas veces sacrificamos el sentido periodístico por lo que nos dicta el sentido común. Es una lucha incesante entre lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer, entre asumir los riesgos de nuestra profesión y el quedarnos solo como espectadores de los hechos; entre sólo cubrir la noticia o descubrirla con entusiasmo.
Cuando hacemos caso solo al sentido común, le damos la espalda al sentido periodístico y le fallamos a la sociedad y a nuestra ética periodística, porque priorizamos nuestra seguridad y la anteponemos a nuestra responsabilidad; pero cuando le hacemos caso al sentido periodístico, no le fallamos al sentido común, sino que lo hacemos nuestro aliado al transformarlo en un escudo que nos permite manejar mejor la situación de inseguridad.
Por ello es que un buen periodista debe saber combinar ambos sentidos, pero más, saber cuándo debe utilizar la combinación para no cometer el error de perder la perspectiva de lo que busca, y dimensionar la noticia, en este caso generada por la violencia y la inseguridad, para convertirla en calidad informativa.
Llego así al final de mis consideraciones respecto a la forma en que debemos asumir la inseguridad y la violencia como periodistas, no como simples reporteros, y dejo sobre todo a mis compañeros periodistas, una reflexión que pudiera ser útil para sus futuros trabajos relacionados con la inseguridad.
¿Somos reporteros que cubrimos la noticia diaria que nos dictan otros, o realmente somos periodistas que pretendemos descubrir la noticia que otros pretenden ocultar?
Hasta mañana
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