Debe saber Usted que me desvele para escudriñar con cierto morbo en los pasajes un tanto desconocidos del asesinato del ex candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Resistí hasta las 3 de la madrugada y no deja de sorprenderme el estado que guardan aun las investigaciones del asesinato del malogrado priísta en 1994 y que por estos días difunde profusamente el Canal “Discovery” en un documental tan completo y tan crudo auxiliado por escenas reales y otras dramatizadas que se basan en las versiones de testigos de aquel hecho que pinto con sangre el suelo terroso de Lomas Taurinas.
Oiga Doctor, si la vida misma es un enredo, la muerta de una persona de ese tamaño es una telaraña que se va cubriendo con más hilillos de seda y que aun levantan sospecha entre quienes aun recuerdan a aquel líder que soñó con rescatar a México de su mediocridad, de la pobreza y de la injusticia.
Paso a paso ese documental echa por tierra la versión gubernamental de que fue un asesino solitario el que ultimó a Luis Donaldo y hace una exhibición tan exacta de los garrafales errores que cometieron fiscales que fueron y que vinieron en torno a ese caso tan cruel, tan confuso y tan condenable.
La palabra “complot” adereza con firmeza ese trabajo periodístico y da cuenta de la incapacidad gubernamental para convencer al pueblo mexicano de que fue iniciativa de un joven desequilibrado y enemigo de la vida quien tomo la decisión de jalar el gatillo de la pistola que escupió la bala mortal que privo de la vida a quien ahora se le recuerda como un mártir.
Y, oiga Doctor, eso motiva a pensar que si las lagunas van creciendo en torno al caso “Colosio”, ¿Qué se podría esperar de lo que le sucedió a Usted y a su comitiva a unos pasos de Ciudad Victoria, Tamaulipas, y cuyas investigaciones se confiaron a la federación por una razón que extraña y que invita a la duda?.
Debe, Usted saber, que muy quedito se dice aquí que todo estaba programado para que el ruido que produjo su asesinato, el de su compañero Enrique Blackmore Smer, y de sus tres escoltas, sería inmediatamente arrastrado por el torrencial que produjo el Huracán “Alex” y que al paso de un mes ya nadie los recordaría.
Pero no es así, Doctor, de las ventanas de las casas de los municipios de Tamaulipas y en los cristales traseros de los vehículos los amigos que cosechó se resisten a retirar su imagen sonriente, como si intentaran mantenerlo vivo hasta que caigan quienes lo fusilaron a la mala.
Oiga, Doctor, muchos hablan aun de Usted y pasan saliva amarga cuando notan que los de la PGR doblan el papelillo que contiene escasos datos en torno al quíntuple atentado y lo guardan en el bolsillo con desden, como si nada.
Pero, oiga Doctor, de pronto una lucecita se encendió aquí y despertó del letargo de aquellos que ya se habían resignado a que su recuerdo y el nombre suyo y el de los otros pasarían a formar parte de un archivo que con el tiempo se cubriría de polvo y que se iría deteriorando.
Y es que sí, Doctor, el Gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández Flores, exigió justicia y el esclarecimiento de su asesinato y el de sus compañeros, una obligación que tiene como líder de empujar para que este hecho no quede impune en los archivos del gobierno federal.
Por eso hay confianza, Doctor, de que se rescate del cruel olvido el nombre de Rodolfo Torre Cantú, y que el rostro de sus asesinos se exhiba, tal como lo hizo la federación con los secuestradores de tres periodistas mexicanos que pertenecen a importantes empresas.
Y es que así como los funcionarios de la federación actuaron con inusual rapidez en ese caso, me pregunto, Doctor, ¿Qué les falta para abonar siquiera un dato adicional sobre su asesinato y el de los otros que cayeron junto con Usted.
Lo único que nosotros sus amigos periodistas podemos hacer es escribir, Doctor.
Porque la respuesta la tiene la PGR.
Pero Usted no se desespere, Doctor, porque en su caso.
Lo que no descubre el tiempo.
Lo descubre el agua.
Y aquí va a seguir lloviendo.
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