Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *¿Tenerlos para “usarlos”?

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El ser humano tiene muchas satisfacciones a lo largo de su vida sin lugar a dudas: el vivir una etapa en edad preescolar nos deja cosas maravillosas, sin lugar a dudas. Todos tenemos algún recuerdo grato de esa etapa, aunque, hay que decirlo, también están grabados los recuerdos poco gratos.
En la primaria, viene el contacto prácticamente formal con la sociedad: encontramos grupos de similares en edad, de ambos sexos, y aprendemos a convivir, a defendernos, a negociar, a desarrollarnos y demás. Es cuando también comenzamos a soñar con ser lo que queremos ser de grandes. El bombero, el médico, el periodista o el presidente de la República: todas las profesiones y oficios, actividades y demás pasan por la mente de nosotros, cobijados en muchas ocasiones, por la admiración al padre o algún adulto en especial.
Tenemos por ahí a quien admirar y quisiéramos ser como ellos. No podemos olvidar, por ejemplo, al tío Jorge, futbolista participante en los campeonatos mundiales de Suiza y Suecia allá en la década de los cincuentas en el siglo pasado. Fue quizá la principal motivación para incursionar en el fútbol organizado.
Luego viene la secundaria y el despertar hacia el sexo opuesto: los primeros noviazgos, aunque hoy en día, los chicos de primaria ya cuentan dos o tres novias o novios en su haber. Otros intereses nacen y se desenvuelven, hasta llegar a la preparatoria o bachillerato, donde prácticamente, enfocamos nuestras energías hacia lo que será la carrera que cursaremos, aunque en muchas pero muchas ocasiones la incertidumbre es mayor y no tenemos una remota idea siquiera de lo que queremos. Bien se dice que es la edad de la adolescencia, y según algunos expertos, es porque, precisamente, se adolece de una madurez necesaria para dar los pasos importantes que marcarán la biografía más importante de nuestra existencia: la propia.
En la escuela superior, comienzan sueños de grandeza para quienes hemos tenido la maravillosa oportunidad de estudiar una carrera. No sucede quizá lo mismo para aquellos que no la cursan, pero obtienen sus papeles en forma ilícita.
Es en la universidad –así se le llama en general, aunque puede ser politécnico u otra institución de educación superior- donde plasmamos el proyecto de vida que queremos para nosotros.
Surge o se consolida un noviazgo más interesante, con los sueños de convertirlo en hogar a través del matrimonio o la unión libre, y por consecuencia, vienen los hijos, que son, a nuestro parecer, el regalo más hermoso que puede tener individuo alguno. Los hijos se constituyen según nosotros como la máxima bendición de parte del Ser Supremo, porque nos permiten ser formadores directos de seres humanos, en el número que podamos o queramos elegir.
Sin embargo, hay quien ve a los hijos como negocio, tristemente.
Están aquellos holgazanes y vividores, hijos de la mala fortuna que piensan que los hijos deben trabajar para mantenernos, y desde muy pequeños les roban la infancia mandándolos a vender o a mendigar. Los vemos en las esquinas limpiando parabrisas o pidiendo dinero.
Algunos pensarán que es injusto el comentario porque tienen necesidad y los hijos deben colaborar. No es la misión del niño el trabajar, y para ello, los pronunciamientos mundiales en torno a la protección de los menores es muy clara.
La UNICEF supuestamente protege a los infantes, aunque para ello se requiere la voluntad de los gobiernos municipales, estatales y nacionales. En México existe el sistema DIF que procura mucho de este renglón.
Sin embargo, vemos con profunda tristeza a individuos carentes de toda moral que utilizan a sus hijos en manifestaciones. Los vimos en las de los padres de la guardería ABC, o en los mítines políticos, donde los “avientan” en primera fila hasta con pancartas.
¿Qué saben, por ejemplo, los pequeños de las raterías de Martín Esparza y el por qué el gobierno decidió acabar con la mina de oro llamada Luz y Fuerza del Centro?
¿Qué sabe un niño de que el señor López Obrador no tenga la capacidad intelectual, política y humana para entender que la mayoría no lo quiso como presidente?
¿Qué saben, entre otras cosas, de exigir una pensión o una indemnización, siendo lanzados contra los granaderos para luego escuchar a sus inconscientes padres decir que la policía los trató mal?
Esa es una realidad que vivimos a diario. Somos de la idea de que la autoridad, amparada en los derechos universales del niño, debiera quitar a esos pseudo padres a sus hijos y darlos en adopción.
Estamos reclamando y condenando la adopción de niños por parejas de matrimonios del mismo sexo, cuando nos tapamos los ojos ante la utilización que hacen padres “normales”, es decir, hombre y mujer, de sus hijos, a los que utilizan como mercancía, carne de cañón y hasta motivo para prostituirlos.
Esa es la realidad, lo que falta es una enérgica respuesta de nuestras autoridades, para proteger realmente a la niñez.
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Atentamente: Mtro. Carlos David Santamaría Ochoa ¡Ten un buen día!

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