A partir del día de ayer entró en vigor el ordenamiento de las autoridades federales de salud en el sentido de que no se podrá vender antibiótico alguno sin la presentación de la receta correspondiente. Bueno y malo.
Recordamos aquellos tiempos en que llegábamos a la farmacia y nos atendía, obviamente, un farmacéutico; de repente le decíamos que nos dolía tal o cual parte o que sentíamos los síntomas determinados.
El mismo personaje, en forma diligente nos decía: “tome tal cosa o póngase tal cosa”, y nos daba inclusive la dosis recomendada que, por lo general, era la adecuada.
Muchos de ellos prácticamente eran como médicos. Nos ayudaban y de alguna manera, a quien no podría pagar un médico, le servía la experiencia de estos personajes tan especiales. Hoy, han quedado reducidos a despachadores, únicamente, porque la ley prohíbe que se venda antibiótico alguno sin receta.
La medida ha sido criticada por muchos, sin embargo, somos de la idea de que todo medicamento debe ser sugerido en su aplicación o uso por un profesional de la medicina. El auto recetarse no es bueno y así lo entendemos, pero hay que considerar otros factores en este sentido.
¿Cuáles son los problemas sobre este tema? Que se ha olvidado la autoridad que vivimos en un país correspondiente a los países en vías de desarrollo o tercermundistas; dicho sea de otra forma, somos una nación económicamente débil, “fregada”, para que se entienda, y mucha gente no acude con el médico por dos razones: en el caso de quien tiene derecho a atención en instituciones del sector salud, es decir, la asistencia pública, por lo general hay que perder una mañana en formarse y esperar la consulta, y quien tiene acceso a la medicina privada, tiene que invertir de 300 a 700 pesos por la consulta, amén del medicamento que nos receten, es decir, no cualquiera puede hacer ese desembolso, dado que, o se cura o come.
Es bueno que se regulen las cosas, pero se dará pie, sin duda alguna, a que se lleven recetas piratas, es decir, falsas, y algunos farmacéuticos no se detendrán a pedir la receta, porque entonces se perderán ventas, y para como está la situación en la actualidad, no se pueden dar el lujo de perder un cliente.
Es un problema, sin duda alguna. Casos como el del paciente que tiene que tomar un medicamento y tiene problemas probables –casi seguros- de infección: le llama al médico y él le dice: “toma penprocilina, 3 al día, cada ocho horas”.
Antes, íbamos a comprar el antibiótico de referencia y listo. Hoy, hay que pedirle al doctor que nos atienda urgentemente, sin importar día y hora, y luego, pagar la consulta para obtener el papelito que piden las autoridades para tener acceso a curarnos.
Es una medida populista, más que práctica, desde nuestra óptica.
Entonces, no podemos más llegar y comprar el antibiótico que necesitamos y que sabemos cuál es, aunque tengamos el conocimiento necesario para saber que es lo que nos hace falta. Nada valdrá, hoy, receta o nada, o al menos, esa es la creencia de la autoridad federal, y han amenazado con multar y clausurar, como suelen hacerlo.
Actitudes represivas, sin duda alguna, pero no podemos dejar de vivirlas con un gobierno como el que tenemos hoy en día.
Habrá que buscar alternativas: las farmacias del doctor Simi, donde hay consultas por 20 o 30 pesos, y de esa forma, poder acceder a los antibióticos necesarios.
Otra forma, que suponemos desgraciadamente que se va a generalizar, es la expedición de recetas “patito”, es decir, falsas y,
La última, que nunca falla, es la corrupción, o sea, un dinerito extra para el farmacéutico que se preste a ello y listo, no hay problema. Porque este será el caso más recurrente, y muchos se la jugarán para no perder clientes y dinero.
En este sentido, hay muchos dueños y despachadores que se prestan a actos de corrupción; vaya, en la localidad hay dueños de farmacias que venden las muestras médicas de medicamentos, como “medicamentos sueltos” y que de esa forma nos salen más baratos a todos: a ellos, porque ganan con el medicamento que han robado, y a nosotros, los pacientes, porque en lugar de dar los 400 o 500 pesos pagamos 200 o 300, y ya nos salió más barato el asunto.
Entonces, no le extrañe al lector saber que un amigo o pariente ha hecho uso de estos mecanismos, sobre todos los dos últimos, porque no tenemos muchos la capacidad de pagar consultas cada vez que nos sentimos mal, y el aparato oficial de salud no se podría dar abasto para atender a todos, absolutamente todos los que necesitamos una medicina.
Esa es la realidad, aunque la autoridad federal asegura que es otra.
Es solamente salir un poco a las calles y darnos cuenta de lo que siente cada persona que sabe que hay dinero dos veces al mes y que hay que hacerlo rendir. Nada fácil, y eso no tiene duda.
Estemos preparados pues, para ver el cúmulo de información sobre los abusos, fraudes y venta de medicamentos en forma ilegal, que será, a partir de esta fecha, el pan de todos los días.
No ocultemos el sol con un dedo, veamos las cosas como son. Esperemos que no haya problemas, pero no somos tan optimistas.
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Atentamente: Mtro. Carlos David Santamaría Ochoa ¡Ten un buen día!