El amor verdadero no busca la independencia; no busca la “liberación” de todos los vínculos y responsabilidades. Al contrario, impulsa a actuar justo al revés: se entrega, y no anhela nada más que atarse para siempre a quien quiere ¡y no dejarle nunca más! Estos son los grandes deseos, los grandes impulsos naturales del amor. Sin embargo, todos conocemos las flaquezas de nuestra naturaleza: hoy, sentimos gran pasión por una persona; mañana, quizá, por otra. Por eso, no bastan los deseos de fidelidad; no bastan las promesas secretas o clandestinas.
Jutta Burggraf, doctora en Psicopedagogía, propone: Hace falta llegar a una alianza objetiva: comprometerse también de cara a la sociedad. Esta alianza es una protección del amor. Es como decir a otra persona: “Yo te quiero verdaderamente, y siempre quiero quererte. No sé todo lo que pasará a lo largo de la vida. A lo mejor hay tentaciones y conflictos. Pero tengo la voluntad de superarlas, y para probártelo, te doy una promesa oficial”.”Conocemos a los grandes navegantes de la mitología griega. Estos prometían a sus amigas y amantes volver a casa pero nunca volvían”.
Muchos, quizá, no rechacen el matrimonio “en sí”, sino un tipo de matrimonio lleno de mentira y de traición tras una imagen respetable. Rechazan a los matrimonios que se cierran, ponen barreras, no tienen amigos, viven una vida cómoda y aburguesada. Hay quienes buscan nuevos caminos, más interioridad y autenticidad, y -por desgracia-terminan frecuentemente en la confusión. La crítica es dura, pero nos puede servir para plantear de nuevo la vida matrimonial. Es decir, el matrimonio no es anacrónico, pero tampoco debemos vivirlo con estrechez de miras y falsedad.
Uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo consiste en demostrar que el matrimonio es atractivo, también para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Y que, realmente, es el amor el que reina entre los esposos. Conviene demostrar, en definitiva, que la fidelidad matrimonial es posible y que lleva a una felicidad mucho mayor que el amor “espontáneo”: éste puede ser muy apasionante, pero queda inmaduro, si huye de la entrega definitiva. Hoy en día, hacen falta parejas que sean un ejemplo de que el matrimonio, como vida en común indisoluble, es la mejor garantía para la felicidad.
Todo matrimonio pasa por crisis, igual que toda persona, cuando crece, experimenta sus crisis de desarrollo. Es muy normal, que haya momentos duros en la vida. Se nota monotonía, desazón, quizá la falta de una plena realización profesional; ve que los planes se derrumban y que los hijos son muy distintos de lo que se deseaba. A veces, con los años, aparece el remordimiento de no haber dado al otro todo lo que se le podía haber dado… Pero, toda crisis trae consigo un cambio, y puede ser un cambio hacia una madurez mayor, hacia una confianza más plena. No hay recetas fijas. Pero podemos reflexionar sobre lo que puede facilitar la vida cotidiana.
1. Amor decidido. Si al contraer matrimonio, los cónyuges son conscientes de que toman una decisión de por vida y tienen la firme voluntad de permanecer unidos hasta el final, pase lo que pase, en tiempos de sol y de lluvia, de nieve, hielo y tormenta, entonces pueden desarrollarse libremente, en un clima de seguridad y de confianza. Conviene perder el miedo a las crisis. Conflictos y divergencias de opiniones existirán siempre allí donde varias personas viven en estrecho contacto. Lo decisivo es la actitud que se adopta ante aquellas situaciones difíciles: aprovechar la oportunidad de estrechar los lazos de unión, superando juntos las dificultades, buscar el camino de la reconciliación.
2. Respeto mutuo. Hoy en día, casi nadie duda de que el hombre y la mujer se encuentran en el matrimonio uno junto al otro con la misma dignidad, para enfrentarse unidos a la vida: que son, en definitiva, de la misma altura; que tienen los mismos derechos y deberes. Hay, a veces, mucha independencia social y económica entre los cónyuges y, a la vez, una gran dependencia afectiva, que los une de un modo casi enfermizo. Por tanto, hay que reconocer también la necesidad de mantener una sana distancia en el matrimonio. La vida en común no debe convertirse en una atadura.
3. Apertura a la vida. Un matrimonio en el que el marido y la mujer viven pendientes sólo el uno del otro, y en sus vidas no hay lugar para nadie más, acabará por cansarse y amargarse. Un matrimonio verdaderamente feliz descubre continuamente nuevos horizontes, está abierto a otras personas, también a una futura descendencia. Tiene el valor de transmitir la vida, de conservarla, de amarla y de velar por su desarrollo. Pero, si la unión sexual se entendiera exclusivamente como la procreación de descendientes, se denigraría al cónyuge al tratarlo como un simple medio; en última instancia se abusaría de él. Esto ha sido reconocido generalmente en nuestro tiempo de manera muy clara. Más, de la misma manera se humilla al cónyuge si se hace de él un mero objeto de placer.
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Victoria y Anexas/Ambrocio López Gutiérrez *EL MATRIMONIO ES GARANTÍA DE FELICIDAD.
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