Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *Un legado eterno

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Los seres humanos vivimos de recuerdos en gran parte, y éstos nos refuerzan sentimientos positivos y no tanto, es decir, las experiencias que tenemos tienen una base en algo que vivimos.

Sin lugar a dudas, los legados recibidos son la parte fundamental de nuestra historia: son la base para levantar muros y torres, para alzar murallas que sepan detener todo tipo de conflictos y males.

De ahí el interés por ciertos temas que en ocasiones vemos en las películas, inclusive, de niños, como es el caso de “Brijes”, una cinta de dibujos animados, orgullosamente mexicana, que tiene muchas cosas para la reflexión y para hacernos pensar que tenemos mucho de qué sentirnos orgullosos.

Pero quizá el mejor de los legados es el que los padres nos ofrecen cuando pequeños. Los seres que nos dan vida y protección –en la mayoría de las ocasiones- nos prodigan todo tipo de cuidados en una amorosa falta de experiencia paterna que les hace cometer errores, a veces dolorosos, a veces irreversibles, pero sin lugar a dudas, llenos de la bondad y amor que solamente un padre o una madre puede tener hacia ese ser al que ha traído al mundo con un cúmulo de expectativas como nada, y que a veces no responden a lo que uno quería, pero otras más, las que mejor se recuerdan, dejan una huella imborrable.

Recibir de un hijo un mensaje en el que nos haga ver que ha valido la pena lo que hemos pensado o realizado no tiene precio, como diría aquel comercial de una conocida tarjeta de crédito. La verdad, el hecho de que un hijo nos diga una pequeña frase como “gracias, papá”, o “me siento orgulloso de ti”, no dejarán nunca de llenar el corazón de alegría y de sembrar la esperanza de ser mejores, a pesar de los años pasados y vividos, a pesar de cualquier cosa.

Recibir esos mensajes en la condición que sea, a la altura de la vida que sea, siempre será rejuvenecedor, sobre todo, cuando sabes que has tratado de ser para tu hijo el mejor ejemplo, el mejor apoyo… el mejor amigo.

Insistimos: no siempre se logra ser lo que uno quiere, y lejos de ser amigos nos convertimos en un amoroso estorbo; amoroso a fin de cuentas, pero estorboso como todo lo que no se ocupa. El querer ser para los hijos la piedra que falta para levantar el muro es una meta de cualquier padre, pero saberte quitar a tiempo para que él labre ese material que falta para que el muro no caiga, significa tener la inteligencia necesaria para apoyarle sin hacerle inútil, para ser su amigo sin ser su cómplice… para ser su padre, su camarada, no su sustituto.

Siempre se aprende mucho de los hijos, y cuando llega uno más, hay una nueva escuela, porque no son iguales dos herederos, ni por sexo, distancia entre uno y otro, fuerza mental, sentimental o física: todos tienen sus cosas buenas y muy buenas, así como otras por mejorar, pero todos, sin lugar a dudas, ocupan ese especial sitio en el corazón y la vida de todos nosotros.

El mejor legado que puede uno recibir en vida, sin duda alguna, es el mensaje del hijo que considera que lo realizado juntos ha valido la pena, pero que sigue su camino buscando sus propias experiencias.

El hijo es el mejor amigo del hombre, y eso lo sabemos quienes hemos experimentado esta maravillosa oportunidad divina.

El hombre pensó que era todo en su vida: de repente, se derrumbaron los sueños y las esperanzas. La gente cercana se alejó poco a poco y, aunque le regalan a diario una o muchas sonrisas, él sabe que son por un compromiso más profesional que humano. El hombre se siente solo, triste, abandonado por muchas razones, y por consiguiente, la depresión ha hecho presa de su vida.

Ha aprendido a vivir solo, sin el cariño o el afecto de años anteriores, pero los ciclos no pasan en vano y cada vez la losa es más pesada: se siente más.

Sin embargo, un mensaje en la madrugada ha hecho que el individuo se sienta de nuevo con vida, que haya aprendido que hay una tierra fértil donde quedó aquella pequeña semilla que, con muchos problemas, llegó a enterrarse en tierra buena, logrando salir una buena rama que poco a poco se convierte en un fuerte roble.

Ese roble que siempre tiene una frase fuerte y dura para la vida ha abierto su corteza y su corazón, ha llegado al centro de sus raíces y ha dejado el mejor de los frutos: la respuesta a una serie de amorosas acciones, involuntariamente equivocadas unas, acertadas otras, pero indudablemente, todas, como dijimos antes, llenas de ese sentimiento más puro y especial que el Ser Supremo nos enseñó a compartir.

El mensaje ha llegado en el momento preciso como lo hace la droga con el desahuciado para salvarle la vida. El mensaje tenía un objetivo y probablemente lo cumplió de más, porque ha significado un cambio en la actitud hacia la vida, sobre todo, hacia la nueva vida que comienza dentro de unas semanas quizá, y que significará una de esas etapas, quizá las últimas de la existencia, pero llenas de aprendizaje nuevo.

Lo que sí es cierto es que el mensaje llegó, se grabó y dejó una imborrable huella que seguramente tendrá una repercusión en la existencia personal y familiar. Es el mejor mensaje que ha llegado en los últimos veinte años.

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