Ruth Barrios Fuentes |
La Crónica de hoy
Mario Andrés camina con los pies descalzos. Como si fuera faquir, transita lentamente sobre el ardiente concreto bajo los potentes rayos del sol.
No lleva una cruz de madera; no la necesita. La cruz la lleva por ‘dentro’. A sus 17 años, ya pisó el Tutelar de Menores Infractores de San Fernando; la razón: fue sorprendido robando autopartes.
Esta es la primera ocasión que Mario se convierte en nazareno en la Semana Santa de Iztapalapa. Dice que es la manera de estar cerca de Dios y de pedirle disculpas por sus errores. Quiere cambiar.
Mario, de aspecto flaco, ojos pequeños y con algunas cicatrices en sus brazos, es sólo una de las cientos de historias de los nazarenos.
Casi la mitad de los penitentes son menores de edad (entre los 17 y 14 años). La mayoría está en busca de encontrar la paz interior, de sanar sus heridas y de ‘reencontrar el camino’. Es una tarea titánica, “pero no imposible”, asegura.
Sin embargo, tampoco es sencillo dejar de delinquir, porque cuando esta actividad se convierte en una forma de vida, es difícil “ver el mundo con otros ojos”, menciona Mario Andrés, mientras el intenso calor le produce un chorro de sudor que poco a poco cae sobre su frente.
En su andar, promete también alejarse de las malas compañías que lo instigaron a robar y a creer que esa es la única forma de sobrevivir en una ciudad con tantos contrastes como el Distrito Federal.
En ese mar de historias también confluyen los jóvenes que adoptan como tradición familiar vestirse de nazarenos, pero que, paradójicamente, no conocen el verdadero sentido de la Semana Santa.
—¿Qué te trae por acá?— se le pregunta a Alan, de 15 años.
—Vengo a pedir por mi hermana, porque está embarazada- contesta.
—¿Qué significan los colores de tu túnica?— se le insiste.
—No sé. Son los colores de la Semana Santa— expresa con titubeos.
Como Alan, una decena de jóvenes que fue cuestionada sobre el sentido de la Semana Santa no contestó o respondió con risas.
Entre la multitud, algunos adolescentes, identificados como “hoppers” —por ser amantes del hip hop, reggeaton y tribal—, también formaron las filas de nazarenos.
La mayoría de estos jóvenes, caracterizados por tener alguna perforación, portar un corte de cabello de casquete corto y usar pantalones holgados, se reúnen ahí porque son sumamente devotos.
Incluso, son ellos los que cada 28 del mes atiborran la Iglesia de San Hipólito para venerar a San Judas Tadeo, su principal beato.
Martín pertenece a este grupo. Debajo de su túnica porta la ropa emblemática de los “hoppers” y sobre su pecho cuelga un Cristo plateado que lo acompaña a todos lados. La moda no está peleada con la fe, advierte.
En la caminata que acompaña a Jesús de Nazareth en su visita por los Ocho Barrios, también va Lidia, quien escolta a su pequeño hijo de cuatro años.
Este año, su trayecto tiene una particular razón: agradecerle a Dios que haya recuperado a su hijo, extraviado por tres horas.
“Cuando tenía un año se me perdió y gracias a Dios está conmigo. Se me perdió cerca de la casa. Fueron dos cuadritas, pero se me perdió por un buen rato”, dice, mientras aprieta del brazo a su pequeño, como símbolo de que ya aprendió la lección.
Las filas son llenadas, de jóvenes y niños, sobre todo; aunque los adultos también se hacen presentes como cada año.
El día de hoy numerosos nazarenos recorrerán varios kilómetros con su fiel compañía: una cruz de madera.
Para muchos, esa cruz es directamente proporcional a sus pecados, tan así, que algunos se quedarán a mitad del recorrido.