Debo confesor que el siguiente escrito es producto de un correo electrónico que intenta hacer reflexión sobre un problema real y el texto se lo adjudican a Gaby Vargas, ésa publirrelacionista que se ha convertido en una excelente Asesora de Imagen.
“Un viernes por la tarde en un restaurante, una familia “convive” en la mesa contigua de una manera, desgraciadamente no poco común: El papá con un Blackberry como si se tratara de una extensión de su mano y fuera un elemento indispensable para comer.
La hija adolescente metida en su mundo, con una sonrisa en los labios, enviaba mensajes de texto a dos pulgares desde su celular con asombrosa velocidad; El niño, seguro estudiante de la escuela primaria estaba hipnotizado con su Game Boy, parecía desaparecer del planeta Tierra y transportarse a alguna competencia en un planeta virtual.
Y la mamá, a ratos veía al infinito, hasta que aburrida, se “pegaba” otro aparato a la oreja y, como el resto de su familia, procuraba conectarse con alguien “allá afuera”.
“¡Qué gran comunicación entre ellos!”, pensé.
Esta escena es cada día más típica del paisaje urbano… Lo sé porque la he vivido y con toda seguridad usted comparte la idea conmigo y yo, trato de evitarla al interior de mi familia.
Estar conectados es una adicción tan fuerte que nos hace creer que es un mal necesario, es una mentira que “…necesito saber en este instante qué pasa en el resto del mundo…” lo mismo da en asuntos de trabajo, noticias, redes sociales y demás.
Si es de los que se “mete” a las nuevas tecnologías, usted entonces sabe que comienza como un inocente pasatiempo, para convertirse paulatinamente en una necesidad y después en una adicción, tal como la nicotina lo es para el fumador o el vino para el alcohólico.
Sin embargo, esa tarde al ver a la familia, me dieron ganas de sacudir a cada uno de sus integrantes y transmitirles lo que Odín Dupeyrón nos invita a hacer a gritos en cada función de su monólogo teatral ¡A vivir! (por cierto una maravilla de obra teatral).
Tú papá: ¡A vivir!, esos niños que hoy tienes sentados a la mesa, mañana preferirán estar con sus “cuates” o respectivos novios. ¿Ya sabes qué les inquieta?, ¿con qué sueñan?, ¿qué quieren ser de grandes? Pronto quizá se vayan a estudiar fuera, o decidan irse a vivir solos o a probar suerte con una pareja. La vida se va, se va, se va y se acaba, señores.
Tú mamá: ¡A vivir!, aprovecha esos momentos de oro para platicar con tu familia y comunicarte de corazón a corazón, platícales sobre el libro que estás leyendo, sobre la película que acabas de ver, sobre lo importante que es tener amigos, o bien, sobre lo que más te gusta y te reta de tu trabajo. ¿A dónde vas?, ¿Con quién vas?, ¿A qué hora llegas?, ¡Qué horas son estas de llegar!, ¿Ya hiciste la tarea?
Ustedes niños: ¡A vivir!, que no siempre tendrán a sus papás disponibles y junto a ustedes. ¡Aprovéchenlos! Pregunten todo lo que les inquieta de la vida, averigüen cómo se conocieron, qué les enamoró del otro, qué peripecias han pasado para tener la casa en la que viven…
Investiguen un poco más acerca de la vida de sus abuelos, de los tíos, de los amigos. Les aseguro que no saben casi nada de ellos y que están llenos de anécdotas interesantes y divertidas. Si esto les parece aburrido, entonces platíquenles cómo funcionan las redes sociales y por qué son tan importantes para ustedes.
Estar conectados quizá nos da la sensación de estar actualizados, tener conocimiento de los hechos y un sentido de pertenencia; pero si bien es una posibilidad maravillosa, todo tiene un tiempo y un lugar. Tener a las personas que quieres junto a ti, es un lujo. Créanme. Cuando se levanten de la mesa, el momento y la oportunidad de comunicarse entre ustedes se habrá ido, ¿volverá? Nadie lo sabe.
Estar conectados es una adicción tan fuerte que nos hace creer que es un mal necesario”.
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Maremágnum/Mario Vargasuárez *Comunicación para vivir
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