¿Por qué los extraterrestres tienen ojos grandes y rasgados?

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Desde 1950 hasta mediados de 1980, los protagonistas de los llamados “encuentros cercanos” con ovnis nunca describieron el mismo extraterrestre. Ningún alienígena era igual a otro. Desde hace 25 años, sin embargo, se ha ido perfilando una tendencia, un estereotipo que hace de los presuntos visitantes del espacio unas criaturas fáciles de reconocer. De hecho, si un manual de zoología cósmica intentase trazar un promedio fisonómico-anatómico de esta peculiar fauna saldría el siguiente identikit: “Ser antropomorfo de pequeña estatura, tez grisácea y gran cabeza calva, con nariz, orejas y labios casi imperceptibles y grandes ojos negros, sin pupilas y oblícuos”.

Este es el retrato de extraterrestre más frecuente en la literatura ufológica. No hay acuerdo sobre cuándo esta descripción apareció por primera vez. Sí se sabe, en cambio, cuál fue el primer relato más promocionado. El 19 de septiembre de 1961, Betty y Barney Hill iban por una ruta cuando les pareció ver a unas luces que seguían al coche. El matrimonio volvía de unas vacaciones de Canadá hasta su casa, en la localidad de Portsmouth, Nueva Hampshire, Estados Unidos.

“Ser antropomorfo de pequeña estatura, tez grisácea y gran cabeza calva, con nariz, orejas y labios casi imperceptibles y grandes ojos negros, sin pupilas y oblícuos”.

La increíble experiencia (que está por cumplir el 50 aniversario) los perturbó tanto que se convirtió en tema de gran preocupación, especialmente para Betty Hill. Es más, quizás el caso no hubiera trascendido si Betty, quien se comenzó a interesar en los platillos voladores, no hubiese sufrido pesadillas recurrentes sobre el asunto y la derivasen al consultorio de un psiquiatra. Bajo hipnosis, Betty contó al doctor Benjamin Simon cómo cuatro hombrecitos la rodearon mientras su esposo yacía inconsciente y era transportado por otro grupo. En ese estado reveló cómo fueron llevados dentro del platillo, donde los sometieron a un examen médico.

En su detallado relato, Betty mencionó la conversación que tuvo con el líder alienígena y recreó un presunto mapa estelar que vio en la nave. Tres años más tarde, al conocerse públicamente el episodio, se instalaron tres temas cruciales de la mitología ovni: las abducciones, ya que la historia de ese “secuestro” alcanzó difusión mundial desde 1966, el “tiempo perdido” y los extraterrestres de ojos grandes y envolventes, tal como los describió Barney.

Pese a que el psiquiatra opinó que sus pacientes habían tejido una fantasía basada en los sueños de Betty, la historia cobró credibilidad y difusión gracias a un libro del periodista John Fuller, “El viaje interrumpido” (1966), y una película para la televisión, “El incidente ovni” (1975). Este caso no sólo fue un catalizador sino una especie de patrón de validación: de ahí en más, todos los relatos de abducidos debían parecerse al de los Hill si querían gozar de la misma credibilidad, algo que en parte sucedió.

Para los creyentes en la realidad física de los raptos extraterrestres, como David Jacobs, John Mack o Budd Hopkins, la aventura de los Hill es canónica, es el pilar sobre el cual se asienta todo el andamiaje de las abducciones. Un etnólogo, Thomas E. Bullard, señaló dos películas donde hay escenas de examen médico en un contexto similar, “Invaders from Mars” (1953) y “Killers from Space” (1954). Aún así, Bullard consideró que “no existen fuentes culturales” de las que pudiera derivarse una experiencia como la descripta por los Hill. Ellos estaban, literalmente, “libres de toda predisposición” que les llevara a fabular una situación previamente codificada en el cine, la literatura o los medios masivos.

Las cosas hubieran quedado como pretendía Bullard si el crítico cultural Martin S. Kottmeyer, quien sin haberse recibido de etnólogo es un observador más agudo que unos cuantos matriculados, no hubiese decidido averiguar si realmente no había ninguna potencial influencia en el entorno de la época que pudiera haber predispuesto a los Hill a “recordar” (hipnosis mediante) una experiencia como la que describieron.

En un artículo precisamente titulado “Libres de toda predisposición”, se detuvo a revisar varios detalles del caso. Un aspecto fueron los ojos de las criaturas, tal vez el rasgo más vívido que informó Barney durante las sesiones con el doctor Simon. “Esos ojos parecían hablarme”, destacó.

Kottmeyer analizó otras escenas (como el mapa estelar o la aguja hipodérmica que los seres le clavan en el ombligo cuando dice haber sido recostada sobre una camilla), que sí aparecen en “Invaders from Mars”, una película estrenada diez años antes del caso.

El alien protagonista de “The Outer Limits”. (Tomado de video en YouTube)
Pero la “flor en el pantano” fue lo que Kottmeyer descubrió en un capítulo de “The Outer Limits”, serie que por aquí se conoció como “Rumbo a lo desconocido”. Resulta que apenas doce días antes de la primera vez que Barney describió y dibujó a esos seres ojudos (sin pelo, orejas ni nariz) se emitió un capítulo titulado The Bellero Shield, protagonizada por un alienígena casi idéntico al descripto por Barney (quien, dicho sea de paso, contó con la ayuda de un artista gráfico, David Baker).

Como señaló el mismo Kottmeyer, este hallazgo no es una prueba definitiva de que Barney se inspirase (conscientemente o no) en el extraterrestre de la serie, ya que falleció antes de que alguien pudiera preguntárselo (y, tal vez, cualquiera hubiese sido su respuesta, no se hubiera cerrado el enigma). Sin embargo, contesta a la afirmación de Bullard, según la cual “no había ninguna fuente cultural” que pudiera predisponer a describir lo que vieron los Hill.

Desde luego, había antecedentes literarios, como el cuento “El Profesor Selenita” (1909), donde James Alexander imagina un humanoide con una gran cabeza globular y ojos enormes que viaja manipulando la fuerza de gravedad. Pero es significativo que, a tan pocos días de la regresión, una serie de televisión mostrase, por primera vez, unos seres con la misma mirada hipnótica que los humanoides descriptos por Barney Hill.

De ahí en más, los alienígenas de ojos enormes, que casi eran una convención de la filmografía extraterrestre, migró a la literatura abduccionista. En la portada del libro de Whitley Strieber “Comunión” (donde el abducido, curiosamente, es un escritor de novelas de terror) y en los influyentes libros “Intrusos”, de Budd Hopkins, “ellos” nos miran fijo con sus grandes ojos negros. Y de esa narrativa para pocos los ETs entraron, con esos ojazos, en la cultura popular.

Esos ojos tan grandes necesitaramente debían ser parte de una cabezota, aunque las grandes cabezas de los seres que proceden de civilizaciones tan avanzadas nos remontan a una noción del imaginario evolucionista del siglo XIX (una idea introducida por H. G. Wells según la cual el cerebro del hombre, en el futuro, iba a crecer tanto como su inteligencia). Por el contrario, como bromea el investigador español Luis R. González en un extraordinario libro que dedicó a las abducciones, “la cabeza de los extraterrestres debía estar hueca”. Desde 1977, cuando se estrenó E.T., la película dirigida por Steven Spielberg, la gente comenzó a ver humanoides con cuello de cisne, lo cual nos lleva a preguntarnos si un cuello tan delgado es capaz de sostener tal cantidad de masa encefálica. Esta especulación escéptica tal vez es innecesaria: el peso de sus cabezas, y la resistencia de sus cuellos, son factores desconocidos. ¿Cómo discutir la contextura anatómica de unos seres que hasta ahora no han dejado mejores evidencias de su existencia que elfos, hadas o querubines?

Lo que sin duda existen son las fuerzas culturales. Ideas preexistentes que, si no influyeron directamente, dieron una orientación sobre cómo se piensa sobre ciertos temas en una época dada.
Ahora sabemos, por ejemplo, que los ojos de los extraterrestres ya eran grandes, profundos y rasgados antes de que los visitantes del espacio exterior comenzaran a secuestrar personas. O lo eran, al menos, doce días antes de la primera sesión de hipnosis a un abducido.

Fuente:
Yahoo Noticias

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