“El ciudadano de a pie cree que es una locura. Incluso la gente del equipo que está trabajando en el proyecto… a veces nosotros también pensamos que es una locura.”
El que así habla es Adam Steltzner, responsable de hacer aterrizar al Curiosity, un aparato que cuesta US$ 2.500 millones, en la superficie de Marte el lunes 6 de agosto.
“El ciudadano de a pie cree que es una locura. Incluso la gente del equipo que está trabajando en el proyecto… a veces nosotros también pensamos que es una locura.”
El que así habla es Adam Steltzner, responsable de hacer aterrizar al Curiosity, un aparato que cuesta US$ 2.500 millones, en la superficie de Marte el lunes 6 de agosto.
Tras soltar más lastre, a 11 kilómetros de altura y a una velocidad de 1.400 kilómetros/hora la cápsula despliega un paracaídas supersónico, que deberá soportar un impulso de casi 30 toneladas tras abrirse casi instantáneamente.
Tan solo medio minuto después tiene lugar un hecho crucial: la estructura que sirve de protección contra las altas temperaturas se separa. Y si no lo hace, el radar del Curiosity no podrá ver el suelo.
“El radar es fundamental”, señala Matt Wallace, el director del sistema de vuelo del proyecto.
“Hay que posarse en la superficie lentamente para no romper el aparato, y para hacerlo lentamente hay que saber obviamente a qué distancia se está del suelo. Pero incluso más importante es saber a qué velocidad se viaja, tanto horizontal como verticalmente.”
“Es un sistema de radar de impulsos Doppler y se beneficia de que es extremadamente preciso tanto en velocidad como altura, y muy difícil de engañar.”
El paracaídas ralentizará aún más al aparato, hasta unos 450 kilómetros por hora, y es en este punto, a una altura de 1,5 kilómetros, en la que ocurre la “locura”.
Una “grúa espacial” que sostiene al aparato se separa del paracaídas y utiliza cohetes de empuje para continuar con la disminución de la velocidad a medida que se acerca a la superficie.
A tan solo 20 metros de la superficie la grúa empezará a planear y hará descender al aparato a la superficie mediante tres hilos de nylon.
Una vez que las ruedas contactan con el planeta los hilos se cortan y la grúa sigue volando para estrellarse a una distancia segura. Steltzner y su equipo pueden respirar otra vez.
Todo esto está automatizado y programado. La Tierra y Marte están tan lejos (250 millones de kilómetros) que las comunicaciones tienen un retraso de 14 minutos, por lo que el control de la misión no puede intervenir como si se tratase de un videojuego.
Pirotecnia
Y aún queda lo mejor por llegar: los fuegos artificiales.
Una serie de dispositivos pirotécnicos inician los procesos clave como el corte de los hilos de nylon o la apertura del paracaídas.
Todos deben accionarse en secuencia para que la misión tenga éxito. En total, son 76.
Pero aunque todo esto suene como una locura, tiene un propósito.
A pesar de que sabemos las líneas básicas de la historia geológica marciana, para aumentar nuestro entendimiento se necesita llevar instrumental sofisticado a lugares cada vez más difíciles de alcanzar.
Todo esto se consigue con mayores aparatos y más sofisticados sistemas de aterrizaje.
Todas las misiones a Marte han utilizado sistemas de aterrizaje más sofisticados que el anterior, pero solo con la tecnología usada en esta misión es posible llegar a lugares como al cráter Gale, uno de los agujeros más profundos del planeta rojo.
“Los científicos quieren ir a lugares complicados porque allí es donde las rocas están expuestas. En el pasado, los ingenieros querían llegar a lugares planos donde sus aparatos no sufrieran daños”, explica el profesor Sanjeev Gupta, un investigador en el equipo del Curiosity.
“Pero ahora nos hallamos en la siguiente fase. Las cuestiones sobre vida y habitabilidad solo pueden estudiarse en las rocas, y para encontrar estas rocas necesitas ir a los cañones y a las montañas- para poder ver la cronología, para ver las relaciones y entender los cambios climáticos del pasado. Todo esto no se puede ver en las llanuras”, concluye.
Fuente:
bbc.co.uk