Botica Central; una tradición de 110 años que se resiste al exterminio

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Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Ni el paso del tiempo, ni las grandes cadenas de farmacias, han logrado que la Botica Central, ubicada en el corazón de Nuevo Laredo y con 110 años de tradición, desaparezca, como ya ocurrió con decenas de farmacias de barrio que cedieron ante la modernidad y la crisis económica.

La Central ha sobrevivido todo ese tiempo gracias a una tradición familiar que hoy en día casi se ha extinguido también, y que Don Felipe Pinedo Martell, actual propietario, logró rescatar desde hace 35 años, cuando aceptó del dueño anterior, Mario Delgado Pérez, agobiado por la edad y la enfermedad, el traspaso del negocio cuando era su empleado.

Creada a inicios de siglo pasado por una familia de farmacéuticos integrada por los hermanos Marcial, Arturo y Santiago Delgado Pérez, esta botica fue administrada por el hijo de Santiago, Mario, quien sufrió los embates de la revolución y de las inundaciones de 1957, hasta que en 1977 fue traspasada a Don Felipe.

“Inició la farmacia como botica, haciendo fórmulas magistrales y con productos que no son de patente. Con el paso del tiempo hemos conservado la tradición, e incluso cuando tomamos el traspaso seguimos con la misma tradición hasta donde es posible porque hay mucha materia prima que ya no se consigue”, relata.

Se ubica sobre la avenida Guerrero, entre las calles Doctor Mier y Pino Suárez, y está muy cerca del puente internacional I y del río Bravo, por lo que forma parte del llamado Centro Histórico, razón por la que hace algunos años era muy visitada por el turista norteamericano, sobre todo de Texas.

Con olor a pueblo

A diferencia de las farmacias modernas que están convertidas en pequeños supermercados, en la Botica Central, la única en su tipo que existe en esta ciudad, aún se respira ese aroma clásico de una botica pueblerina y de las fórmulas compuestas con alcanfor, ácido cítrico, citrato de potasio, citrato de sodio y un sinfín de fórmulas que solo Don Felipe conoce y que guarda de manera celosa como un preciado tesoro.

De un mostrador saca unas pequeñas latas blancas, que son cremas de una fórmula suya, y que es utilizada por los dermatólogos para curar algunas afecciones de la piel, como el acné, paño e incluso el vitíligo o manchas blancas de la piel, pero la mayoría las surte con una receta previa de algún médico.

Relata que tiene una fórmula que es muy aceptada por las mujeres cuando han dado a luz, para evitar las inflamaciones del vientre.

Los nombres de las fórmulas las escribe Don Felipe sobre un papel engomado que coloca en el ‘carro’ de una vieja máquina de escribir, tan antigua quizás, que hasta la marca se le borró de tanto uso que se le ha dado.

Gracias a la aceptación de cientos de personas que acuden a la botica por algunas de las fórmulas que sirven para curar algunos malestares, es como ha subsistido ante el embate de las grandes cadenas.

“Tratamos de seguir con la misma agenda de antes. Y siempre hemos hecho las fórmulas magistrales”, señala tras mostrar una botella transparente con una fórmula de tres cítricos que utilizan los urólogos para deshacer las piedras en los riñones.

Las fórmulas están por separado en lugares distintos en donde se ubican las medicinas de patente, pero su laboratorio, en donde elabora los compuestos, permanece oculto y al fondo del local, y solo Don Felipe sabe la razón, ya que piensa heredar la botica y sus conocimientos a uno de sus hijos, para que la tradición continúe por otra generación.

María Antonia, compañera y ayudante

Originario de Villa Guerrero, Jalisco, Don Felipe llegó a Nuevo Laredo a los 13 años de edad; hoy cuenta con 74, pero su amor a esta profesión y sus conocimientos de medicina, al haber estudiado la carrera sin terminarla, le han dado prestigio no solo a su botica, sino a él mismo.

Pero más que ello, su esposa María Antonia Ojeda, con quien está casado desde hace 41 años, ha sido su fiel ayudante desde entonces.

Se conocieron en la iglesia del Santo Niño, la más antigua de la ciudad, y bajo la tutela del padre Enrique Tomás Lozano, protector de los niños, Don Felipe la hizo su esposa cuando él tenía 33 años de edad.

El apoyo de su hija Claudia, quien es química, al igual que su esposo Julio, y de un hijo abogado de nombre José Felipe, así como de su cuñado Gilberto, ha sido vital para que la botica perviva en el tiempo casi con la misma dinámica con la que inició a principios del siglo XX.

“Hemos pasado por muchas crisis económicas, pero gracias a Dios nunca nos hemos visto en la necesidad de cerrar porque la gente es muy bondadosa y siguen viniendo”, explica emocionado y a la vez melancólico, al recordar tal vez, tiempos mejores.

El sector donde se ubica la botica, hace unos años era boyante en comercios de todo tipo, tanto que recuerda que todos los locales estaban ocupados, y muchos comerciantes tenían que hacer lista de espera hasta que alguno desocupara para rentarlo con depósitos de hasta 40 mil pesos para el separado.

Pero hoy la situación es muy diferente, refiere Don Felipe. Decenas de comercios cerraron ya sus puertas, y la misma cantidad de locales permanecen vacíos sin ser rentados, debido a la crisis económica, la ausencia de turistas y la inseguridad.

“Pero a pesar de todo eso seguimos adelante, con la esperanza de que esta situación mejorará…tiene que ser…tiene que ocurrir algún día…”, expresa tras un suspiro que le dejó la mirada perdida en el recuerdo.

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