Los valores humanos

Un poco lo que sucedió al término del encuentro del Correcaminos, un poco la familia, y un poco los buenos e inolvidables amigos: los valores de cada persona, los valores humanos permean en el corazón de cada uno de nosotros, aunque haya cada persona que ni idea tiene de lo que es lo anterior.
Llama a atención el hecho de que un director técnico con madera de líder, que tiene capacidad de motivar a sus dirigidos, tenga tan poca forma de tratar a los demás, y que en actitudes casi “bipolares” encuentre en la diatriba y el insulto una forma de expresión, poco digna para un club que pertenece a la Universidad muchas cosas en cuanto a principios qué ofrecer a la sociedad.
Un poco los desplantes del “Chelís” que deben ser atajados por una directiva que, en un afán de congruencia, debiera obligarlo a pedir una disculpa no solo a los colegas de deportes sino a la afición entera, que cada quince días hace el sacrificio de pagar su boleto por ir a ver el resultado del trabajo del señor, quien olvida que los cronistas deportivos viven de la noticia en torno a su trabajo.
Si no puede asimilar lo anterior, sería prudente que dejara el cargo a alguien que, si no tiene esa reconocida capacidad de liderazgo, al menos tenga educación y sentido de agradecimiento para una afición que lo recibió como un salvador del equipo de todos los victorenses.
Un poco la familia, porque cuando tenemos la oportunidad de convivir con los nuestros en un evento tan íntimo, tan familiar, nos vienen a la memoria los años aquellos en que, en torno a la figura del máximo grupo social existente como es la familia crecimos, con infinidad de carencias… pero millonarios en amor.
Un poco este sentimiento cuando Emiliano recibe el sacramento de la comunión y sus padres comparten con nosotros el altísimo honor de participar directamente en un ambiente pleno de amor, de confianza, de alegría y todas esas cosas que se aprenden en el hogar –y que seguramente Chelís no conoció- y se llevan a la práctica en todo momento.
Somos lo que somos porque tenemos lo que nos han entregado, lo que nos han hecho crecer en el campo fértil del sentido del agradecimiento y la bondad que surge de un ser infinitamente amoroso y nos comparte cada uno de sus pensamientos y oraciones.
Somos, pues, esa parte de la sociedad que nuestros padres sembraron y que nos permiten ser agradecidos con Dios, con la vida y con todo lo que nos rodea. Sobre todo, somos agradecidos con el Ser Supremo porque nos ha permitido crecer en un ambiente propicio para seguir nuestro camino, tantas veces recorrido y tantas veces experimentado, pleno de esos sentimientos que, insistimos, no cualquiera tiene la fortuna de cultivar.
No es el dinero o la posición social lo que da importancia a las personas sino la fuente que alimenta su corazón y sus sentimientos.
Somos producto de esos muchos minutos de bondad y agradecimiento, de esas horas de desvelo y cariños, o de esos años de formación moral, institucional, social y académica.
Pero lo más importante no es lo que somos sino lo que transmitimos, lo que podemos compartir y lo que hacemos con esa mochila de dones que se cultivaron en los años de la infancia y adolescencia, en la juventud y un poco más, y que hemos puesto al servicio de los demás.
Pensamos que es importante hacer, de vez en cuando, una reflexión acerca de lo que somos cada uno de nosotros y de lo que hemos hecho con el tesoro que la vida ha depositado en nuestra alforja de ilusiones, proyectos y pensamientos.
Pensamos, también, que si no compartimos lo que desarrollamos estamos mal orientados, y que debemos ser un poco –o mucho- parte del esfuerzo que entreguemos a los demás.
Porque si no nos damos a los demás, de nada sirve nuestra existencia.
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