Recuento familiar

No cabe duda: los días 25 de cada diciembre son únicos: los niños, ansiosos, se levantan a jugar con los regalos –casi siempre juguetes- que les ha dejado la Navidad en cualquiera de nuestras creencias: Santa Claus, en la tradición anglosajona, o el Niño Dios, en nuestra muy querida y mexicana costumbre; los juguetes eléctricos ya no sufren con los niños lo que nosotros, cuando críos, padecimos.

Eran tiempos distintos sin lugar a dudas, pero no olvidaos aquellos días en que al pie del árbol de navidad aparecían juguetes como el proyector Mi Alegría o los carros eléctricos que requerían baterías, por lo general, que no vienen incluidas en el juguete y que, por cuestiones naturales, en un día feriado y tan especial no se encontraban: nada había abierto y teníamos que aguantar a buscar que en alguna farmacia hubiera las baterías que necesitábamos. No era común encontrarlas en estos negocios, así que, cuando nuestros padres no tenían la precaución de comprarlas, no había juguete sino hasta el día 26. Tiempos aquellos.

Hoy hemos visto mucho de lo que vivimos pero distinto: los chicos salen con sus carros eléctricos o bicicletas a la calle, a mostrar ufanos lo que les dejó la Noche Buena. Otros, lucen la sudadera o la chamarra que amaneció en el árbol, producto de la prevención que Santa o el niño Dios hicieron para que tuvieran un regalo útil, más que un juguete, aunque a decir verdad, los juguetes son tan necesarios para un niño como un par de tenis o un pantalón nuevo.

Los adultos somos los que a veces olvidamos nuestra etapa de niños y pensamos que los juguetes son secundarios. No podemos olvidar esos días en que nada más importante existía que aquel “monstruo de plástico y cuatro ruedas” que hacía las delicias de nuestros minutos y horas.

Y claro, el tradicional e inolvidable recalentado: lo que ha quedado de una abundante cena se prepara para almorzar y comer. No faltan las deliciosas tortas de pavo o de pierna que disfrutamos con Josesito en algunas ocasiones, y con Alejandro y con Iola en otras. Las tortas deliciosas, con bolillos recién tostados en el comal, acompañados de algún bacalao del que Iola siempre nos deleita en tiempos de navidad.

Son muchas las cosas que vivimos en un día 25: las calles lucen desiertas casi en su totalidad y podemos andar tranquilos, sin el congestionamiento que apenas hace veinticuatro horas nos ahogaba y ponía de muy mal humor. Hoy, las calles son nuestras y disfrutamos de la Victoria de los abuelos como pocas cosas en la vida.

Añoramos y lloramos a los seres que no compartieron la Noche Buena con nosotros porque se han adelantado en el viaje eterno, pero por otra parte, disfrutamos a los hijos en la medida que la situación actual lo permite.

La cena de David, cuyas manos culinarias han aprendido de lo que la tía Tere o papá mismo les ha mostrado a través de los años, o lo que la necesidad al vivir solo en otro sitio le permitió aprender. Un delicioso pollo con sopa de pasta y la crema de brócoli que simplemente, hicieron que la noche se tornara inolvidable, única, indescriptible.

Nos jactamos de ser agradecidos con al vida y lo que nos llega a diario, producto de lo que merecemos o creemos merecerlo, pero somos conformes con la idea de que Dios nos envía lo que debemos tener: ni más, ni menos.

¿Que quisiéramos más? Suponemos que todos los individuos siempre queremos tener más: anhelamos vivir mejor en todos aspectos, y la situación material nos afecta en muchas ocasiones. Hoy, no podemos dejar de agradecer al Creador lo que nos ha permitido vivir en una Noche Buena como la de este año tan difícil y especial: hoy tuvimos la maravillosa fortuna de poder decir a los tres: los amo, de poder compartirlos una vez más, que El nos ha permitido tener.

Son lo más especial, el mejor regalo navideño, sin lugar a dudas, y nos ha permitido conservarlos cerca aún. Con nosotros, que es, insistimos, el mejor regalo que la vida nos da.

Lo material es secundario: todo lo que venga sobra cuando podemos tocar sus rostros, acariciar sus manos y besar sus mejillas. Los tenemos aún, y eso, es, simplemente, el mejor regalo de Navidad.

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