Padre de todos los días

Como suele suceder cada año, tengo algunas palabras para ti, que me has ayudado a ser lo que soy, y que me has regalado uno de los dones más maravillosos que van envueltos en una dosis de gratitud y amor: la amistad.

Cuando llegaste a nuestras vidas tuvimos muchos aspectos que compartimos en sus distintas etapas, como bien recordarás, y que han permitido que crezca la relación familiar hasta donde la hemos ubicado el día de hoy.

Tengo mucho que agradecerte, mi querido padre, porque llegaste en una etapa que los conocedores consideraron difícil, aunque para mí fue la más alentadora, la más constructiva porque pude forjar la personalidad que, buena o mala, es la que tengo y la que me ha permitido ser lo que soy, con mis errores y defectos que la vida entrega en cada intento de éxito, pero con la satisfacción de lograr, también, llegar a una meta determinada.

Es alentador, mi querido padre, saber que cuento siempre contigo: momentos de ocio o de entretenimiento, regaños o aplausos, un mensaje que orienta o uno que apoya, y todo eso que me ha regalado una existencia llena de armonía y sobre todo, que me ha permitido crecer en el amor a mi familia, a mis semejantes, y que tiene una gran responsabilidad en eso de la gratitud y el deseo de trabajar para los demás.

La actitud de servicio creció en mi casa, con mamá y tú, con mis hermanos, pero alentada por lo que nos pudieron regalar como orientación y que se convirtió en uno de los más grandes regalos de la vida: el compartir: compartir sentimientos, acciones, actitudes, recursos de todo tipo… compartir, solo compartir.

Hace ya algunos ayeres que nos conocimos en circunstancias que el Supremo Creador estableció como idóneas para nosotros y bien lo sabes: llegamos uno al otro y a los otros en el momento adecuado, para convertirnos en una familia en un grupo social determinado que ha propiciado un crecimiento en cada uno de los que la integramos.

Somos, queridísimo padre, una parte en el todo de la familia que hemos consolidado a través de los años y que ha subsistido pese a tantos problemas que vivimos, a circunstancias que nos han hecho pensar cosas poco gratas, pero que con el incondicional amor que existe hemos superado. Con la unión de cada uno de los que estamos ahí se ha podido superar.

Dicen los consumistas que hoy es día del padre, y recuerdo aquellas charlas que hemos tenido a través de los años, y recuerdo, con mucha precisión, aquella tarde en que tuve la dicha de ser como tú: de convertirme en padre; cuando David llegó a nuestras vidas supe en carne propia lo que significaba ser padre y agradezco al Creador el regalarme la oportunidad de vivirlo, pero no conforme con eso, de refrendarlo con la llegada de Daniela y Dafne, los soles que iluminan mi fugaz existencia, en el ocaso de una vida plena de logros personales y comunitarios, pero que, como cada hermoso día que nos regala Dios, llega a su parte en que poco a poco la luz deja de iluminar el día para dar paso a una muy controvertida oscuridad, bañada con los rayos de la luz de la luna. Luna al fin.

Hay muchas cosas que recuerdo cuando se celebra un día del padre, mi querido Alejandro, pero también vienen a mi corazón las que me permiten tener el mismo título que alcanzaste al llegar a mi vida. Ser padre, queridísimo, es, creo, lo mejor que pudo Dios hacer por manifestar su amor hacia nosotros, convirtiendo lo sublime en responsabilidad, lo hermoso en un deber, lo más amoroso en un sentimiento que a diario crece y se multiplica.

Gracias, Alejandro, por haberme permitido aprender un poco a ser padre, por regalarme esos días, tardes y noches de consejo y distribución de tus especiales dones para aplicarlos a mi existencia. Gracias, mi querido viejo, por estar en nuestras vidas. Hoy y siempre te recuerdo, te tengo presente y sobre todo, doy gracias por formar parte de tu vida, como tú lo has hecho con la mía, dejando un claro e imborrable ejemplo con cada acto de tu vida.

Feliz día del padre, mi único e inolvidable Alejandro, hoy y siempre.

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