El maldito alcohol

Sigue siendo motivo de debates en todos sentidos: hay quienes lo ven como un placebo, como un motivo de celebración, o como un pretexto para sacar los asuntos que pueden tener relación con tristeza, alegría, celebración, pena o más: el alcohol es en la actualidad una de las principales sustancias que tienen que ver con accidentes automovilísticos, con muertes y con violencia intrafamiliar, entre muchas otras cosas que se le pueden atribuir.

Es el alcohol motivo de leyes que no se cumplen pero que existen: se supone que quien maneja en estado de ebriedad es sujeto a fuertes sanciones que tienen que ver en algunos estados con penas corporales y económicas. Nosotros somos más generosos con los “borrachines”: solo les quitamos un poco de pasta y a veces se les otorgan descuentos en las multas. O sea: no es tan importante hasta que sabemos del fallecimiento de un ser querido.

Es cuando tenemos conciencia de la pena que puede provocar la sustancia que usamos para brindar por el bautizo, la primera comunión o la boda, entre otras cosas.

La ley en nuestra entidad es clara… pero no se lleva a cabo como debiera. Recordamos esos operativos anti-alcohol que se montaban en cruceros de mucho tráfico, y ahí se ajustaba a cuentas a muchos irresponsables que decían haber bebido poquito, pero que no eran capaces de pararse en un pie o decir siquiera su nombre sin equivocarse.

Es el alcohol una de las drogas más mortíferas que hay. Llama la atención la lucha antidrogas en otros sentidos que ha dejado al alcohol fuera de toda duda en su reputación. Quien toma en fiestas y casinos se cataloga como “bebedor social”, aunque si no se tienen los recursos humanos, políticos, económicos o materiales, se redice a simple borracho. Así de claro.

Pero hemos descubierto que el alcohol no sabe leer ni escribir, por lo que no tiene conciencia ni criterio y a todos afecta por igual: el que toma se marea, se intoxica el torrente sanguíneo y sus reflejos por consiguiente disminuyen en forma por demás considerable. No hay duda alguna al respecto.

Decía Baden Powell en su libro “Roverismo hacia el éxito” que era el texto básico para el clan de Scouts, que cuando tomaba la primera copa la disfrutaba por su sabor y más, pero ya la segunda no la disfrutaba igual, porque tenía adormecida la lengua y las papilas gustativas, por lo que no sabía igual.

Es así como comienza la euforia y las distintas etapas que en broma manejamos con nuestros amigos: la de la tristeza, la de cantar corridos o canciones de dolor, la de la euforia, del reclamo y hasta la del pleito que puede ser de palabras o acciones, teniendo como corolario la muerte de mucha pero mucha gente.

También, hay que recordar que nos hace valientes e intrépidos –para nosotros- en el volante, y es cuando vienen los terribles accidentes que tantos millones cuestan a México anualmente. La cantidad de vidas que se pierden en ses sentido.

¿Qué hacer con este enemigo?

Tomarlo como lo que es y aplicar las leyes, nos parece lo más adecuado: que las autoridades castiguen a quien abusa del alcohol, y, nosotros, en casa, enseñemos a nuestros hijos que el exceso de ingesta de bebidas alcohólicas no nos hace ni más maduros ni más interesantes, menos más valientes. Enseñarles a beber con medida si es que lo van a hacer.

Tenemos aún tiempo para trascender como miembros de familia, de la sociedad, de la comunidad: hay que declarar una lucha sin cuartel ni tregua al alcohol y propiciar que haya más responsabilidad en quien maneja, quien circula por las calles, quien se encuentra donde sea, pero también, y es muy importante, que la autoridad tome la problemática con la seriedad del caso.

No queremos borrachos que matan ni personas que, por no medir su consumo tienen el mismo fin: el camposanto.

Es tiempo de dar la guerra al alcohol, autoridades, sociedad, padres, casa… todos en conjunto.

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