Leche tóxica

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La alergia a la leche es un trastorno que se universaliza por una serie de razones que ignoramos como consumidores y muy a pesar del esfuerzo de las autoridades por exigir etiquetados más específicos y controles de calidad, la verdad dicha sea de paso, es que son los productores los que ostentan el control de calidad primigenio.
Si en adultos mayores de cincuenta años provoca trastornos gástricos no es difícil entender que niños y recién nacidos sean los que más rechacen la fórmula láctea una vez dejan el seno materno.
La Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC) asegura que la leche es “la primera causa de alergia en niños menores de cinco años”. Y aunque no existe un consenso global de si es la primera o la tercera causa de alergia (huevos, pescado, leche, cacahuates, mariscos, soya, frutos secos, trigo) lo cierto es que su consumo está desapareciendo de las mesas de muchos hogares.
La culpa es de los productores por la cantidad de hormonas y otras sustancias químicas combinadas con piensos para hacer rendir la producción en las vacas.
La doctora María Flora Martín Muñoz explica el mecanismo de rechazo a la leche señalando que “se trata de una reacción adversa del organismo frente a las proteínas de este alimento. No todas las reacciones adversas a la leche son alérgicas. La alergia a la leche es una reacción adversa mediada por un mecanismo inmunológico. Se trata de una respuesta desproporcionada del sistema inmunitario frente a un alimento normalmente inofensivo. Los individuos con una predisposición alérgica, tras los primeros contactos con el alimento, reconocen proteínas extrañas o partes de estas proteínas (denominadas epítopos o determinantes antigénicos), que difieren de las de la leche humana, y que son capaces de inducir una respuesta inmunológica”.
Los síntomas añade la especialista se inician en los primeros meses de vida, al sustituir la lactancia materna por una fórmula adaptada de leche de vaca, casi siempre en la primera semana tras el inicio de la lactancia artificial.
“El niño suele tolerar bien los primeros biberones pero, a veces, aparecen síntomas tras la toma del primer biberón. Raramente aparecen con la lactancia materna, coincidiendo con la ingestión previa por la madre de leche de vaca, ya que el niño puede sensibilizarse y posteriormente desarrollar una reacción alérgica a las escasas proteínas del alimento transportadas en la leche materna. En estos casos, los síntomas son casi siempre leves, como vómitos o urticaria alrededor de la boca coincidiendo con la toma.”
A mí me parece que no es casual que, así no más de repente, esté de moda que los niños no toleren la leche y los bebés presenten problemas también. Los productores están cavando su propia tumba porque además un mercado inestable es precisamente el de la leche y cada vez a la baja.
Tanto que me atrevería a decir que en el mundo desarrollado tarde o temprano desaparecerá el consumo de leche no así el de sus derivados y en cambio incrementará el de los sustitutos.
A COLACIÓN
Hace algunos años, en España, país que presume de los pastos y el ganado favorables para el mejor líquido lácteo, fue difundido un estudio que colocó por los suelos la calidad de la leche en casi todas las marcas españolas.
Entonces el periódico ABC, en un reportaje de Israel Viana, cuestionaba: “¿Es la leche que compramos en el supermercado ese producto de calidad y nutritivo que suponemos?”
Para dar respuesta, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) analizó 47 marcas cuya inspección formó parte de un documento que terminó en manos de un juez para avalar la certeza de la investigación y el resultado negativo para la calidad de la leche.
“El informe destaca que de las 47 marcas inspeccionadas, una mayoría no aportan el contenido mínimo de grasa, son más pobres en calcio que hace 20 años, han sufrido tratamientos térmicos muy agresivos que pueden degradar las vitaminas y proteínas y algunas más han utilizado leches demasiados viejas”.
En México, no es la OCU sino la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), la que analiza las distintas calidades de la leche, de hecho, lleva varios años con un proceso de seguimiento.
En el documento “No todo lo que parece leche lo es”, el organismo defensor de los consumidores, advierte de la confusión entre leche, fórmulas lácteas y productos lácteos, muchas veces plasmada por la propia publicidad en las etiquetas.
Eso suele pasar en México, la práctica de la confusión en el etiquetado que no es otra cosa más que un engañife al consumidor. Crearle una fantasmagoría mental, hacerle creer lo que no es. Así una persona puede comprar una fórmula láctea creyendo además que tiene la misma calidad y contenido graso y proteínico que una leche.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2008, las familias gastan más en leche que en ninguna otra bebida: en 2006, las familias gastaron en promedio 233.66 pesos mensuales en leche, para 2008, 248.66 pesos.
En cuanto a bebidas alcohólicas y no alcohólicas, en 2006, el gasto mensual se situó en 198.33 pesos; mientras, en 2008, dicho gasto lo hizo en 187.33 pesos.
Mientras beber leche todavía le gana la carrera a la coca cola como preponderante en el hogar, se entiende la preocupación de la Profeco porque las empresas productoras de leche, productos lácteos y sus derivados honren sus marcas con mejores normas de calidad y que garanticen, que efectivamente, el consumidor está bebiendo un vaso con leche en todo rigor.
Y que además ese vaso con leche contenga los menores químicos posibles para garantía de la salud de los consumidores.

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