Mujeres en la bola

Invitado por la escritora Magaly Monserrat Balderas asistí recientemente a la presentación de la más reciente obra histórica del maestro Francisco Ramos Aguirre, investigador del Museo Regional de Historia de Tamaulipas. Quedé gratamente impresionado por el discurso pronunciado por Beatriz Pagés Rebollar, Secretaria de Cultura del comité nacional del PRI y me permito compartir con los lectores algunos fragmentos.
“Mujeres en la Bola, Soldaderas, Espías y Maestras en la Revolución Mexicana es un gran libro. Lo es no solamente por la reivindicación que hace de las mujeres que participaron en la lucha armada sino por tratarse de una amplia y detallada investigación que llevó a su autor, Francisco Ramos Aguirre, a consultar archivos e infinidad de libros y documentos.
Ignoro cuánto tiempo le llevó escribir esta obra, pero supongo que por su extensión y profundidad, un buen número de meses, sino es que de años. Mujeres en la Bola ubica a la mujer en el mapa de una de las gestas más importantes del siglo XX. Agrega un valioso testimonio a la escasa, escasísima bibliografía especializada en el rol determinante que tuvo la luchadora social, la intelectual comprometida con el triunfo de una revolución.
Debo decir también que Ramos Aguirre se metió al desván del olvido para desenterrar de los archivos muertos los nombres y apellidos de muchas mujeres que han permanecido en el anonimato. En esa tumba donde, por regla general, se nos sepulta. Las mujeres no sólo hemos sido víctimas de la marginación sino de la indiferencia. Podría escribirse un libro sobre la indiferencia hacia la mujer a lo largo de la historia humana. Hace un par de años cayó en mis manos un libro titulado La Piedra de la Paciencia.
Es la historia de una mujer árabe que cuidó durante horas y meses a su marido inconsciente. Mientras él dormía, ella se atrevió a reclamarle en voz alta sus interminables ausencias. Un día, cansada, se paró frente a la ventana pensando en huir. El marido se levantó del lecho y la maltó por la espalda. No le reconoció su esfuerzo, su sacrificio y, cuando decidió ser ella misma, también le canceló su derecho a existir. Doy otro ejemplo que El Código da Vinci hizo notar.
En el cuadro de la Ultima Cena pintado por Leonardo hay una mujer al lado de Jesucristo. Ningún crítico de arte, teólogo o historiador, se interesó en decir que esa mujer era María Magdalena, hasta que Dan Brown, lo dejó ver en su novela. Esa revelación como recordarán provocó enojo y reclamos de la Iglesia Católica quien siempre ha negado el papel sentimental, doctrinario e histórico que tuvo esa mujer en la vida del Mesías.
Entonces, el gran mérito de la obra que presentamos es que el autor no solo nos muestra el rostro y los nombres de infinidad de mujeres sino que reconoce lo que siempre se ha negado: que también somos líderes, forjadoras de la Historia. Voy a seguir en mi exposición el mismo orden que el Maestro Ramos Aguirre ha seguido en su narrativa. Me referiré primero a las soldaderas.
Las soldaderas- dice el autor- eran las costureras, campesinas, meseras, artesanas, indígenas, tortilleras, sirvientas, esposas de peones asalariados y obreras quienes vivían inmersas en la desigualdad social. En el capítulo I, aparece un verso del cronista y político Baltasar Dromundo a través del cual hace un crudo retrato de la soldadera: Tienes los ojos de imposible, y la cara y el cuerpo y las manos huesosas; y los pies ya macizos de grietas; y te cubres con una túnica de mugre; ¡salve! Hermana soldadera.
Mujeres pobres, las más pobres, sin estudios, sin derecho al trabajo, las más marginadas y discriminadas por la sociedad de entonces, golpeadas, injuriadas, llamadas prostitutas, y sin embargo las grandes autoras de la Revolución Mexicana. ¿Por qué ellas? ¿Acaso la revolución no la hicieron los políticos? ¿Acaso no la inició Francisco I. Madero con su movimiento anti reeleccionista? ¿No la hizo Carranza con el primer ejército constitucionalista?
¿Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta quienes lanzaron el Plan de Agua Prieta para desconocer a Carranza y disputarle el poder? ¿Por qué las soldaderas? Las que ocupaban el último lugar en la pirámide social. Porque eran las que estaban más cerca del hambre. Las que veían morir a sus hijos de hambruna. Las que fallecían en el parto, producto de la desnutrición. Las que se quedaban con los brazos sueltos frente el fogón porque el esposo no había ganado, ese día, ni siquiera una moneda.
En la Revolución, pero también durante la Guerra de Independencia, en la Revolución Francesa, en la Guerra Civil Española o en las dos guerras mundiales, tuvo un papel estelar. Claro, en el anonimato, pero al final de cuentas, heroico. En el libro se cita al antropólogo estadounidense Frances Toor para decir que la figura de la soldadera no existía en otros países. Se trataba de un prototipo mexicano. Tal vez, no lo sé, – eso no lo precisa Toor- consecuencia de la cosmogonía indígena donde la mujer vivía sometida al hombre.
En las miles de imágenes que tomaron los hermanos Casasola y que hoy vemos lo mismo en libros que en tarjetas postales sobre la Revolución, la soldadera es inconfundible: Una mujer que carga a un niño en la espalda, un perico que coloca en el hombro, llevando consigo cacerolas, jarros, una guitarra y…un fusil. El escritor Vicente Riva Palacio, también citado por el autor nos dice: Las que marchaban a pie, se levantaban las enaguas hasta la pantorrilla, se atan a la cintura su rebozo, cargan al muchacho a la espalda y con el garbo de unas reinas se colocan al lado del batallón.
¿Por qué al lado del batallón? Porque por alguna razón, sentimos más que el varón el dolor de la Patria. Muchas de esas mujeres que se incorporaron a la lucha armada lo hicieron, dicho por ellas mismas, para defender al país del invasor, del traidor, del tirano, del usurpador.
En la página 69, se narra la historia de doña Juana Torres (madre de los tamaulipecos hermanos Carrera) quien dejó su máuser en medio de la batalla y escribió una carta dirigida al general constitucionalista Pablo González, a quien le dijo: No solo Alberto mi hijo está a sus órdenes. Sino hasta yo que traigo a cuatro hijos y si más hijos me ha dado Dios, serían los mismos que habrían de andar defendiendo la Patria del enemigo.
Otro ejemplo: Belem Martínez, en plena lucha cumplió una peligrosa encomienda, al entregarle a Francisco Murguía una carta con instrucciones estratégicas para enfrentar al ejército huertista. Belem tomó su rifle y montó un raquítico caballo tordillo. Entre balas de ametralladora, atravesó la zona de fuego y logro su cometido; ganándose el aprecio de los carrancistas.
Las soldaderas estuvieron presentes en todos los ejércitos. Lo mismo al lado de Zapata que de Villa, Carranza o Madero. Dice el autor: Ser soldada y alcanzar un grado militar en ese tiempo, implicaba suplir su belleza femenina por una apariencia, carácter y personalidad hombruna: hablar fumar, vestir, calzar, montar, portar sombrero, carrilleras torcidas al pecho.
Como siempre, como hasta ahora, la mujer para ser aceptada como una igual, para poder incorporarse a la tropa, tenía que demostrar que era valiente. Se dejaba crecer el bigote, se cortaba el cabello, se veía obligada a negarse como mujer. La soldadera, es una imagen querida y reverenciada en México. Es símbolo de sacrificio, de lealtad y compromiso social…”
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