Tramposos

Es alarmante, y perdone el lector que se aborde de nueva cuenta el tema, pero el caso de aquel hombre que, como investigador dela Universidad Nicolaíta y el Colegio de México plagió no uno sino varios textos, llama a poner atención en lo que sucede con la investigación en México.
Hay muchos, cientos –miles, probablemente- de casos de gente que no tiene siquiera idea de cómo se cursó una maestría o un doctorado y se encuentran en posesión de un título que avala esos estudios. Tenemos casos muy cercanos de gente que ostenta beneficios investigadores sin merecerlos. Grave, muy grave.
También vemos como una práctica común el que algunos profesores de todos niveles pidan a sus alumnos trabajos monográficos o de investigación y posteriormente los utilicen como propios en publicaciones científicas o congresos. Lo más común que sucede en México, ese México que la corrupción está a punto de hundir.
No podemos como parte de una comunidad investigadora, permitir este tipo de atropellos.
Siempre pensamos en esos que hicieron una maestría o un doctorado apócrifo, avalados en sus influencias, su posición o su situación económica y que cuelgan en la pared de su casa el título correspondiente: ¿No les dará vergüenza? ¿Sentirán orgullo al mostrarlo a sus hijos? ¿No se sentirán raros si les dicen doctor o maestro sin merecerlo?
Hay que ser muy cínico para aguantar estas situaciones.
En ese sentido, es menester que las autoridades científicas locales y nacionales establezcan una serie de candados para garantizar que quien firma ha escrito su texto, que no hay ese plagio tan común hoy en nuestros días.
Pero no los candados como los que ha instrumentado el Conacyt que nos llevan a sufrir para poder merecer ser tomados en cuenta, y con una mano muy ancha y suave para los que ostentan cargos y más, es decir, donde el influyentismo ha propiciado que los miembros del Sistema Nacional de Investigadores sean cuestionados acerca de sus reales méritos para estar ahí, o por qué se ha permitido que vividores y tramposos ostenten un nivel que nunca habrían soñado, dado que no son capaces de investigar siquiera el origen de su apellido.
La crisis de valores ha alcanzado a esa élite social que era la parte académica e investigadora de las universidades e institutos de enseñanza superior.
En otros países el plagio se castiga muy fuertemente, y sobre todo, el desprestigio en que caen quienes lo practican alcanza niveles mundiales: en el orbe, quien hace estas cosas queda marcado de por vida y no hay poder humano que pueda hacer que recobre la comunidad científica su opinión antes del plagio.
Es tiempo, por ejemplo, que nuestros investigadores tamaulipecos nos ofrezcan la certeza de que sus productos son tan válidos como nada, y que las autoridades tanto del Cotacyt, de la UAT y de universidades privadas se pongan de acuerdo en un método o sistema, grupo o instancia que revise y garantice los contenidos y la reputación de quienes son maestros, doctores, SNI nivel 1,2 o 3, y que castiguen con toda la severidad del mundo a esos que roban a sus muchachos los esfuerzos semestrales para presentarlos como propios o como co-autoría, cuando no inscribieron nada más que las letras de su nombre.
En representación de muchos investigadores universitarios que queremos que nuestro esfuerzo no sea cuestionado, nos atrevemos a exigir mecanismos de revisión escrupulosa, tanto de candidatos como de trabajos, y que los contenidos sean congruentes con las líneas de investigación, con las políticas nacionales y estatales, así como universitarias y de la comunidad científica en general, para que no padezcamos el desprestigio como el de este individuo, cuya reputación ha sufrido un daño irreversible.
¿Su nombre? No importa: mejor preocupémonos porque ningún tamaulipeco se encuentre en esa situación, y si lo está, que renuncie antes de que sea sorprendido.
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