Kei Kamara cuenta la historia de un final feliz. Una excepción entre tantos otros que -por bala, por enfermedad curable, por hambre o por desatención- mueren en los primeros días o en los primeros años posteriores a ver el primer rayo de sol bajo el cielo del occidente africano. A él -sueño de fútbol al nacer- no lo acribillaron, ni lo secuestraron para que fuera soldado ni se lo llevó ninguna de las epidemias que por allí frecuentan, como ahora el Ebola. El sufrió, lloró, creció. Y un día logró alejarse -en cuerpo; porque su alma, según cuenta, sigue en Kenema, su ciudad- de tantos dolores a la vista: fue como refugiado a los Estados Unidos. En la mochila tenía casi nada: ropa vieja, zapatillas gastadas y un deseo enorme de jugar, como cualquier chico a los 16 años.
Kei nació en un espacio complejo del mundo. Uno de los más hostiles para vivir. Sierra Leona -antigua colonia británica, independizada en 1961- es uno de los cinco países más pobres del mundo. En la lista de Indice de Desarrollo Humano confeccionada por la ONU sólo supera a cuatro estados del vecindario: Níger, República Democrática del Congo (ex Zaire), República Centroafricana y Chad. Con un dato que cuenta que el pasado no fue para nada mejor: en nueve de los últimos 20 años fue el peor país en este rubro. Vive días de mejoría, cuentan los números. Una reconstrucción a paso de mula. Se trata, sin dudas, de uno de los países más golpeados por la historia reciente del mundo.
Lo sabe toda la familia Kamara, que escapó de tantas guerras que las entrañas de ese país sufrieron. Duraron más de una década los enfrentamientos (entre 1991 y 2002). No era casual: el país se divide en catorce grupos étnicos; por “mandato colonizador”, como solía recalcar el inmenso Eduardo Galeano. Sierra Leona apareció en el mapa de las noticias: el conflicto pasó a ser visible a partir de sus numerosas masacres, amputaciones de miembros como normativa de guerra, el uso masivo de niños soldados y el tráfico de diamantes como método de financiamiento. Sirven dos películas como retrato de aquellos días de horror, espejos de la industria de las guerras olvidadas: Diamante de sangre, protagonizada por Leonardo Di Caprio y candidata a cinco premios Oscar en 2007, y El Señor de la Guerra, con Nicolas Cage.
De aquel infierno escapó en días de la adolescencia. Como lo cuenta en el documental Kei: Soccer in Salone, él ya imaginaba desde que amanecía ser delantero como su ídolo Mohamed Kallon, alguna vez atacante del Monaco y del Inter. El mismo compatriota que -a través de su fundación- creó un club en el país, el Kallon FC. Allí gritó Kei sus primeros goles. Pronto, a los 16 años, le apareció una oportunidad: la de partir como refugiado junto a su familia. El destino: California. Allá fue. Allá comenzó otro recorrido como futbolista.
Tuvo suerte Kamara. Ese destino no es el de todos. El fútbol resulta por esas latitudes un resquicio para huir, un destello para escapar de la oscuridad de cada día. En Sierra Leona acontece lo mismo que en casi todos los rincones profundos de Africa, sobre todo en países subsaharianos: bajo el sol sin clemencia y la arena que lastima muchos niños y adolescentes caminan el desierto tras la fantasía de acceder al Viejo Continente. No hay muchos finales felices para la expedición. Entre el calor, las pateras, los representantes de la trampa y las restricciones por falta de documentación se devoran la ilusión. O la vida. También están los otros: los que cruzan el Mediterráneo. En breve, esos adolescentes y niños tienen que jugar a la altura de lo que pretenden los que les pagan para no ser deportados. El andaluz Gerardo Olivares -director de la película Catorce kilómetros, que aborda la cuestión- lo dijo tras el estreno, en 2007: “Es la historia de un dolor y de una brutal injusticia”.
Kei fue uno de los que convenció a todos en el inicio de su sueño americano. Comenzó en el Orange County Blue Star, de California. Y pronto lo contrató el Columbus Crew (sí, el mismo en el que se destacó Guillermo Barros Schelotto). Jugó bien, como debía. “No cambiaría nada de lo que he vivido. Me ha hecho el hombre que soy hoy. Mi pasado me ha hecho respetar a mi país y estar preparado para los sacrificios. No quiero que nadie se críe en una situación como la que viví yo al crecer. Fue una bendición venir a Estados Unidos, y agradezco todo lo que se me ha dado. Ahora intento utilizar mi posición para devolverle algo a mi país”, le contó al sitio oficial de la FIFA, en una entrevista reciente.
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