Plácido Domingo rinde homenaje a víctimas del terremoto de 1985 en el DF

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En lo que quizás fue el concierto más corto de su carrera, el tenor español, Plácido Domingo, necesitó solo tres segundos de canto para sojuzgar hoy a sus admiradores en el cierre de un homenaje a las víctimas del terremoto que en 1985 asoló la capital mexicana y su propia familia.

Después de derrochar virtuosismo durante casi 40 minutos como director huésped de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, la multitud lo invitó a cantar, ante lo cual el artista habló del cansancio de su voz y dejó claro que su garganta estaba fuera de forma y no iba a poder responder.

Era la hora de irse, pero un hombre de edad madura le lanzó un sombrero de charro que Plácido capturó con habilidad de beisbolista, a partir de lo cual firmó su rendición porque la gente empezó a entonar la canción “Cielito lindo” y lo dejó sin defensas.

En un principio hasta la escritora de 83 años de edad, Elena Poniatowska, cantó con más vitalidad que Plácido, quien parecía derrotado por no presentación, pero llegó el final de la melodía y entonces el terremoto de alegría lo provocó su voz cuando, como solo él sabe hacerlo, hizo su buena obra del día y gritó a voz en cuello: “porque cantando se alegran los corazones”.

El lugar escogido para celebrar el concierto, la Plaza de las tres culturas de Tlatelolco, tiene una simbología especial para la ciudad, pues esta zona fue una de las más lastimadas por el movimiento telúrico del 19 de septiembre de 1985.

Y también para el propio Domingo, pues allí, en el edificio Nuevo León, donde centenares de personas perdieron la vida bajo los escombros, perecieron también cuatro de sus familiares.

El concierto homenaje empezó con unas palabras tristes de Poniatowska, premio Cervantes 2013, quien calificó la plaza como sagrada porque en ella asesinaron a jóvenes (en una matanza estudiantil en 1968) y cayeron edificios.

El director de orquesta José Areán dirigió a la Filarmónica que interpretó el “Réquiem” de Giussepe Verdi y a los 17 minutos le pasó a la batuta a Domingo, quien con su sola presencia transformó la energía de una tarde con cielo color gris ratón.

Ensimismado, orgulloso, quizás porque el aire arrogante era incapaz de mover su cabello canoso, Plácido dejó claro que a los 74 años sigue siendo confiable como director de orquesta y se echó al hombro un hermoso espectáculo que tuvo tonos mustios por el tema de la obra.

La orquesta hizo enmudecer a la gente mientras interpretaba tres de los siete movimientos del “Réquiem” (“Réquiem”, “Dies irae” y “Libera me”) con las voces de la soprano María Katzarava, la mezzosoprano Grace Echauri, el tenor Dante Alcalá y el bajo Rosendo Flores.

De manera mágica la lluvia había cesado justo un minuto antes de empezar el concierto y a la media hora una niña de cinco años encima de una silla se decidió a imitar a Plácido con unos movimientos raros de manos, mientras mantenía la vista fija en lo que fue el primer espectáculo grande de su vida, según confesó su madre.

“Con las mismas manos que se hirió cuando hace 30 años sacaba los escombros en busca de sus familiares, el maestro Plácido ha dirigido la orquesta, esto es demasiado hermoso. México no es el mismo después del terremoto, el dolor dura, pero aquello nos hizo tomar conciencia y esto de hoy ha sido muy emocionante”, dijo Gabriel, abogado de profesión.

En la mañana del viernes, Domingo fue reconocido por el Gobierno de la capital mexicana como uno de los “ángeles” que ayudó a la reconstrucción de una Ciudad de México derruida, que salió a flote gracias al empuje de sus ciudadanos.

Junto con Poniatowska, contadora de las historias del temblor, y otras personalidades, recibió el premio Ángel de la Ciudad, que reconoció a quienes jugaron un papel relevante a raíz del devastador movimiento telúrico.

“El tiempo pasa tremendamente rápido en la vida, pero lo que sentimos está ahí tan profundo que parece que ha sido una eternidad”, señalaba el cantante al recibir el premio.

Horas después, a pocos metros de donde hace tres décadas se dejó las fuerzas levantando piedras, en la imagen final de un concierto eterno, Domingo levantó sus manos grandes para decir adiós.

Treinta años más tarde tienen venas, pero mantienen la calidez de aquel hombre de cabello negro que, con una camisa blanca de rayas azules, conmovió al mundo mientras buscaba esperanza entre los escombros.

Con información de EFE.

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