Querido maestro…

Grandes personalidades han desfilado a lo largo de los años en la biografía personal, que han dejado una imborrable huella dentro del aspecto de aprendizaje: académico, práctico, de vida y sentimientos, administrativo y afectivo. Grandes personas forman esa lista que, si tuviéramos que ponerla en letras doradas, n o alcanzaría el muro del Congreso del Estado para hacerlo.
Desde el inolvidable maestro Lechuga, guía de primero de primaria, pasando por tantos nombres que dieron forma a lo que hoy somos, para bien o para mal, pero que dejaron sembrada una semilla cada uno de ellos, aunque no todas las semillas tuvieron la fortuna de crecer en buena tierra.
El término de maestro se ha desprestigiado y devaluado en los últimos años, con la presencia de un grupo de vividores que, bajo las siglas de un sindicato alterno han hecho de México uno de los países más conflictivos en el ámbito educativo, pretendiendo que les sean validados sus caprichos, sin querer ser sometidos a una evaluación de aptitudes, como teniendo miedo a que la autoridad sepa que no tienen ni la vocación ni la preparación necesaria, comenzando por el dirigente de la sección XXX del SNTE en la entidad, quien seguramente no ha tenido oportunidad de conocer los pupitres o los pintarrones.
Esos maestros que han dejado por los suelos el término tan sagrado que se emplea en civilizaciones completas como símbolo del que sabe y enseña, del que predica con el ejemplo, del que transmite y comparte sus conocimientos.
Ese es el maestro que bien vale la pena recordar: cuando se tiene una enorme vocación para compartir el conocimiento, se da un enorme e importante paso en la trayectoria personal, y nos hace crecer enormidades.
Y entre los muchos maestros de vida, no es fácil dejar de pensar en aquel que nos ha enseñado muchas cosas: a ser padres, a ser amigos, a ser guía o ejemplo, a ser humanos con errores, a ser pacientes y ansiosos… a ser perfectos, aunque esto último no se consiga jamás.
Es ese maestro de vida, con el que este sábado hemos compartido el aula de la maestría, y nos ha permitido aprender de su experiencia y entusiasmo hacia la vida, y que nos ha permitido también, en mucho, aprender lo que es el amor por tu sangre, por los tuyos… el amor por uno mismo.
Con sus aspectos por mejorar que son muchos, pero también miles de virtudes, ese gran maestro llegó hace unos treinta años a mostrarnos que podríamos ser padres y amigos a la vez, o que podríamos confiar y reprender al mismo tiempo: el maestro de la vida que llegó en condiciones difíciles y, por disposición divina y la ayuda de un magnífico grupo de médicos logró sobrevivir y está con nosotros.
Ese gran maestro que hoy también celebra su actividad profesional, en la que se ha destacado pese a todo, y ha mostrado su enorme capacidad y empatía para con sus alumnos.
David Santamaría, el maestro de vida, el ejemplo, el hijo, el que todo lo tiene para hacernos felices. El ser humano valioso y maravilloso que comparte la vida con sus seres amados.
El testimonio de un gran maestro.
Y para los demás, la satisfacción de que hacemos todos los días algo en bien de los que se confían y tratan de, a través de nosotros, avanzar y aprender más de la vida y llevarlo a la práctica.
El maestro que nos permite seguir siendo aprendices en todo momento, porque es un momento nunca antes vivido que experimentamos a diario, pero que nos deja enseñanza enorme y satisfactoria.
Podría decirse, en otros tiempos, que va por él un brindis, por ese maestro de al vida que es el que llega al corazón en todo momento. David, querido maestro de vida, querido hijo y ejemplo para los que te amamos: Feliz Día del Maestro.

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