Guadalupanos

No podemos negar que somos una nación guadalupana, devota de la Virgen de Guadalupe, y aunque algunos que presumen de ateos digan que estamos en un error, lo decimos por los datos en general de una nación mexicana que reclama muchas cosas y muchos recursos, pero su fiesta del 12 de diciembre la tiene como intocable.
Por lo general, hay peregrinaciones diarias al Santuario que se ubica en la Loma, aquí en la capital tamaulipeca, y culmina en el día 12 con el programa casi similar en todos los años: mañanitas, misa y visitas multitudinarias, lo que también hace en algunos el “milagro” de llevar a su casa algo de comer, por los resultados que se presentan en las ventas que llevan a cabo ese día.
Porque muchos de nosotros vamos al Santuario y sus alrededores a comer fritangas y antojitos, que en esa fecha son insustituibles y los hay de todos colores, sabores y condimentaciones.
Así como somos guadalupanos, con esa inquebrantable fe que os caracteriza, así debemos mantener y fomentar la fe en nosotros mismos. Tamaulipas es una entidad que tiene infinidad de recursos de toda índole: somos de esos puntos del planeta tan privilegiados que parra alegrarnos y hacer justicia, Dios creó el huapango, la polka y la Redoba, el Chotis y la Picota para que todos supiéramos lo que es cantar y bailar.
Con esa fe que nos caracteriza para hacer negocios y más, debemos conducirnos cada uno de los días de nuestra existencia, porque se requiere levantar mucho a un estado que ha sido duramente castigado en los últimos años, y ahora espera el milagro, si no guadalupano, si de cada uno de los hijos de esta tierra, que podemos intervenir y modificar el resultado final, de acuerdo a los estudios que hagamos o impartamos, al trabajo que entreguemos, fomentemos o propongamos, y a los resultados de toda acción solidaria con los demás.
Nos hace mucha pero mucha falta ser más solidarios, y ello debe iniciar con quienes nos gobiernan, con quienes viven de la administración pública, servidores y funcionarios, y por los causantes, los ciudadanos comunes y corrientes que en todo momento esperamos el milagro de que alcance nuestro salario para que la familia viva dignamente.
Y es ahí donde nuestro fervor guadalupano surge y actúa, porque a la fecha, el columnista no conoce a gente alguna que haya dicho que la Virgen bajó a darle recurso para vivir o medicina para curarse: nos ha entregado una fe enorme, grandísima, nos ha dado fuerza y luz para ver el camino que debamos elegir, pero la decisión siempre será nuestra y así lo debemos entender y hacer entender a nuestros hijos.
Que conforme se avanza, uno se va haciendo más y más responable de sus acciones y las consecuencias de ellas.
Así que, en una fecha tan especial, cuando algunos nos desvelamos para ver ese programa anual donde los más populares artistas van al Cerro del Tepeyac a cantar a la Virgen de Guadalupe, cuando nos levantamos a asistir a la Misa, obligada por añejas tradiciones y a veces, con poca fe, cuando queremos dedicar el día a la “Patrona de México”, justo sería que le hiciéramos un reconocido homenaje, tratando de mejorar, hoy, lo que hice ayer; procurando dejar de entrar en conflicto con los problemas o personas con las que tuve conflictos el día anterior, o levantar lo que ayer dejé tirado.
Es tiempo de hacer una conversión convencidos de que si todos ponemos un poco de nuestra parte, esto tiene que cambiar, y, seguramente, los resultados serán mucho mejores que los que hoy tenemos y que a veces nos azolan o aquejan.
Tiempo es, de que todos hagamos de este lugar un verdadero espacio en el que vivir sea una cotidiana actividad y no un verdadero milagro.
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