Los servidores del pueblo

Hace ya algunos calendarios, quien se ostentaba como dirigente de los obreros en la entidad, Diego Navarro Rodrí­guez nos declaraba en una de sus muchas participaciones con la prensa local y estatal, que ellos, los diputados, no eran más que œsirvientes del pueblo; en esos términos resumí­a la idea de lo que era ser servidor píºblico o representante popular.

Diego lo decí­a tal y como lo sentí­a: no tení­a mucha preparación que digamos, y sus declaraciones eran un poco torpes, pero significativas. Decí­a lo anterior, para señalar la importancia que tiene el ser elegido por una comunidad como representante o como gobernante, entiéndase: presidente, gobernador, alcalde o diputado, sin restar méritos a los sí­ndicos y regidores, pero esos entran en una plantilla sin derecho a reclamo, es decir, algo así­ como œde chiripa, porque no los escogemos, sino que son nominaciones partidistas para equilibrar las fuerzas polí­ticas que gobernarán.

Y en definitiva, para poder gobernar de cerca y hacerlo con la sensibilidad adecuada, se deben dar este grupo de ciudadanos lo que conocemos como œbaños de pueblo, que no son más que acciones en las que se œrebajan a rozarse con los de abajo, los asalariados, los comerciantes en pequeño y los ambulantes, los productores y toda esa gente que siempre espera que los que llegan cumplan con sus promesas.

Servir es un acto difí­cil, y no cualquiera está preparado para hacerlo ni tiene la vocación necesaria; lo vemos, por ejemplo, con los œjuniors, los hijos de funcionarios y polí­ticos que heredan cargos y compensaciones altí­simas, que llegan a ocupar puestos que debieron ser para alguien con capacidad probada, pero que no ha tenido al padre o al padrino adecuado.

Lo importante es que, ahora que vienen las candidaturas de partido e independientes, quien aspire a llegar deberá reunir ciertos requisitos, más, en un tiempo en el que la información se ha diversificado, y aunque padecemos de un sinníºmero de irresonsables que manejan información en redes sociales de acuerdo a sus intereses y con sus trabas mentales correspondientes, hay más apertura para conocer lo que sucede, aunque muchas veces sea información sesgada.

Ser funcionario no implica viajar en vehí­culo de lujo rodeado de guardias y recibir compensación cada mes: es un poco más que eso.

Y la mayorí­a de los que votamos esperamos, sinceramente, que haya un cambio en ese grupo de tamaulipecos que aspiran a servirnos, o al menos, que así­ lo externan. Porque se les paga bien y se espera mucho de ellos.

Hay casos que satisfacen al electorado cuando vemos que las acciones de gobierno responden a nuestras necesidades. Se sabe que no es posible un cambio radical de 360 grados, pero sí­ cuando hay avances la gente lo sabe ver, independientemente de uno o dos amargados y nefastos que solo saben escribir lo malo.

El caso es que la selección en todos los ámbitos, entiéndase, partidos polí­ticos y los que en forma independiente se lanzarán, deberá ser con estricto apego a la honestigad y al qué nos ofrecen, porque, finalmente, se supone que ganará el que mejor oferta administrativa y polí­tica nos haga, en el sentido de que haya obra, avances, y sobre todo, que ya no se roben el dinero de todos, que es lo más insultante.

Y miente quien diga que no se presenta este fenómeno, porque los que trabajamos sabemos que el dinero se gana quincena a quincena y no en maceta, y no es honestamente posible hacerse rico de la noche a la mañana.

Los tamaulipecos ya estamos cansados de los excesos de un grupíºsculo de deshonestos que navegan como decentes en una sociedad agraviada: queremos gente que nos sirva porque así­ lo ha decidido.

A nadie se obliga a gobernar, pero sí­ se le exige que lo haga en forma clara y honesta, por lo menos.

Y esos son los requisitos que deberán tener para convencernos de emitir un voto y apoyo para determinada corriente, partido o como le quiera llamar.

Que se ganen nuestra confianza es importante, urgente y necesario.

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