Escuchar a los demás

Hoy en dí­a está de moda el creer que somos escuchados: los candidatos a alcaldes, diputados, senadores y hasta presidente de la Repíºblica han llevado a cabo campañas en las que tratan de mostrar en fotos lo que algunos dicen œmíºsculo, es decir, conglomerados de gente que, todos lo sabemos, al menos enb un 50 por ciento son llevados extra-voluntariamente, es decir, acarreados por un pago en dinero o especie.

Quien niegue lo anterior será, o candidato, o quien presenta informes al Instituto Electoral, o de plano quien cree que los ciudadanos no pensamos.

Y los candidatos organizan caminatas y eventos masivos, pero sin lugr a dudas, uno de los actos que realmente pudieran servirles para estructurar un buen plan de gobierno, y una serie de propuestas congruentes, podrí­a salir como producto de la conversación con la ciudadaní­a, pero la que realmente vive en sus sitios donde pelean el voto.

Muchos de nosotros vemos una ciudad distinta a la que ven los gobernantes, porque andamos sus calles, vamos a sus mercados y privadas, y entendemos el tráfico, en nuestro caso, de la calle Hidalgo, o los congestionamientos frente al Repiso, la Secundaria 4 y esos sitios que urgen de atención de los invisibles agentes de tránsito que, aunque diga su director que son implacables, no se notan por ninguna parte.

Los que andamos en las peseras y conocemos la plaza Hidalgo o la Juárez, los que sabemos la diferencia de las dos rutas de peseras azules que pasan por Las Adelitas, o los que vamos a los centros comerciales a buscar ofertas para que alcance nuestro dinero.

No somos los que invitan a los foros para que digamos lo que quieren escuchar; ya nos ha sucedido en el pasado, cuando nos invitaban a los foros de salud, y nos decí­an al llegar: œfirma aquí­, anoche hicimos la propuesta de la mesa, sin explicar por qué nos habí­an dejado fuera.

Y obviamente, los documentos estaban completamente terminados, pero carecí­an del sustento popular, lo que nosotros pensábamos.

No nos puede decir un candidato qué se siente salir del hospital y ver en la farmacia que la insulina cuesta más de 600 pesos; no nos puede debatir quien no tiene idea quela Ryzodeg, insulina de íºltima generación costaba en diciembre 1,600 pesos, en enero costaba 2,300 pesos, y ahora se encuentra arriba de los 3 mil.

No nos pueden decir que no tomemos antihipertensivos genéricos cuando no podemos pagar los de patente por la voracidad que ningíºn gobierno en más de 80 años fue capaz de detener, y ninguna gestión o beneficio fiscal para los que somos enfermos crónicos.

Tampoco pueden decirnos por que la gasolina sigue subiendo, y llenamos el tanque con más de 700 pesos, cuando en diciembre nos costaba alrededor de 500.

Todas esas cosas, señores candidatos, se aprenden en la calle y no con su pléyade de œexpertos, que por lo general, cambiando colores de acuerdo al personaje, son los mismos: los que creen conocer la realidad del Altiplano o de los sorgueros de la zona centro; de los pescadores del sur tamaulipeco o las necesidades de quienes promueven el turismo para subsistir.

Y los candidatos no escuchan. Están sordos. Algunos te dan -por tu posición en la ciudad- su teléfono celular y nunca lo contestan; en Whats app te dejan en œvisto, es decir: no les importa un carajo lo que podamos pensar, ni como periodistas que andamos en las calles midiendo lso termómetros sociales, ni como œamigos que dicen, somos.

Nada más falso que esas frases que no tienen sustento.

Pero tenemos la culpa los que les creemos. Tiempo es que salgan a la calle y empolven un poco sus Dockers, para saber qué pensamos de ellos, sus partidos y qué queremos del próximo alcalde.

Es tiempo de que surjan cambios reales, no ficticios. No más mentiras, pues.

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