Julia y Víctor

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En honor a mis 50 años de servicio docente ininterrumpidos, en todos los niveles del Sistema Educativo Nacional, escribo esta vivencia que me permite adueñarme de una experiencia que sirvió para futuras situaciones, el escenario fue la Escuela Primaria que me vio nacer como profesor.

Julia, escolar de cuarto grado de una escuela primaria urbana, enclavada en una zona de nivel socioeconómico bajo, de los muchos sectores en la gran Ciudad de México. Eran tiempos de la séptima década del siglo pasado, 1970, cuando el Tren Subterráneo Metropolitano (Metro), apenas tenía un par de años de inaugurado, con motivo de los Juegos Olímpicos en el trágico México 68.

Era un día regular, la hora del recreo o descanso de las escuelas vespertinas, cuando la puerta del aula se abrió intempestivamente para dar libre paso a Julia, pequeña, delgada, de facciones muy finas y uniforme escolar humilde, medio descolorido. Iba acompañada de otras niñas del grupo. Entraron a su salón y acusaron directamente con el profesor a Víctor, un compañero de clase, tradicionalmente travieso y peleonero, aunque menos que su hermano Juan, también del mismo grupo.

“Maestro -dijeron muy molestas las pequeñas- venimos a acusar a Víctor, porque nos anda correteando y nos levanta la falda del uniforme a todas las niñas… ya le dijimos que no nos gusta eso, pero no nos hace caso y solo se burla de nosotras…” decían con voz atropelladas las ofendidas.

El novel maestro, recién egresado de la escuela normal, pidió a dos de los más ‘corpulentos’ de sus muchachos, llevaran a Víctor ante su presencia, lo que hicieron de inmediato y después de unos minutos, cargado de pies y manos por cuatro ‘gigantes’ del 4º “C”, el travieso y peleonero Víctor fue presentado ante la enérgica figura del maestro.

“Déjenme solo con él… gracias, pueden retirarse… gracias muchachos…” Y en silencio la ‘banda de ángeles guardianes’ y las ofendidas salieron del aula, cerrando tras de sí la puerta de hierro.

Solos, alumno y maestro quedaron de uno y otro lado del escritorio.

El maestro sentado, Víctor parado con la cabeza gacha, sin levantar la mirada ni un ápice, en completo silencio, quizá esperando oír la perorata que seguro el ‘mayro’ le iba a soltar.

“Haber jovencito, dijo con voz briosa el docente, ¿conque anda usted levantando el vestido a sus compañeras?… -el silencio reinaba como si el mismo viento tuviera prohibido pasar- ¿Le gustaría que a su mamá le hicieran lo mismo?” Con voz poco audible contestó una negativa. “¿Y, a sus hermanas?” La misma respuesta en el mismo tono. Levantando la voz un poco preguntó “¿Y entonces porqué anda haciendo esas groserías a sus compañeras?” silencio como respuesta.

En un tono conciliador, intentando entrar en confianza, el maestro dijo “Haber Víctor, el muchachito de apenas 10 años se extrañó hondamente del cambio de actitud del profesor, dime, pero a lo macho… no tengas miedo, quiero saber ¿qué harías en el caso de que yo te trajera a la niña más bonita de toda la escuela frente a ti… ¿Qué harías?”

Víctor se quedó pasmado ante tal pregunta, no podía creer lo que el joven docente le estaba preguntando… “Anda dime…” Silencio por muy breves momentos, abriendo sus pequeños ojos de tal forma que pareciera se le saldrían de sus órbitas por la pregunta imprevista. Todavía para estimular la respuesta insistió: “se me hace que no le harías nada…” Ante tal reto, Víctor siguió en su firme silencio, hasta que con voz firme pero muy bajito dijo: “¡Le levanto el vestido!”

“¡Haaaa muy bien Víctor!

Y… ¿luego?” El muchachito de la colonia Ex hipódromo de Peralvillo, de la Cd. de México, ahora se sorprendió más ante la pregunta intempestivamente directa de su profesor… el silencio se repitió con mayor énfasis, quizá miles de cosas volaron en la mente del escolar… “¿Qué pasó Víctor, ya ahí te quedaste… Nada más levantando el vestido de la niña más hermosa de la escuela?” Silencio… ni los autos que pasaban por la muy transitada Calzada de Guadalupe se escuchaban… el mismo silencio apagaba todo el ruido ambiental.

“Víctor…” -dijo el maestro- el muchachito, tomando aire, fuerzas y templanza, con una voz fija dijo muy claro y directo: “Le bajo los calzones”. La expresión se acompañó de un gesto de triunfo, de una señal de éxito, de confianza en sí mismo y más cuando el profesor de ese cuarto grado le dijo “Muy bien Víctor… ¿y luego?”

El descontrol del pequeño no tenía cabida, no podía creer lo que escuchaba, ese espíritu de triunfo que antes había exhibido, se desvaneció estrepitosamente ante la nueva pregunta… ¿Qué sigue? ¿Qué le hago? ¿Qué? Parecieran interrogantes que taladraban la mente del pequeño… y el silencio volvió a reinar, el aletear de un pequeño mosquito ocular se hubiera escuchado en el aula, pero la tensión nerviosa del niño parecía ocupaba todos los espacios.

“Víctor… ¿y luego?… ya tienes a la niña aquí frente a ti, le subiste el vestido, le bajaste los calzones ¿y qué más Víctor?” Parecía que el timbre de la escuela iba a sonar en cualquier momento, anunciando la terminación de la hora de descanso… pero seguro faltaba tiempo y todo indicaba que el pequeño se negaba a hablar o no sabía que más hacer… Cuando de repente, se le iluminó el rostro y con voz casi atropellada, firme, estable, seguro de sí, Víctor dijo “¡¡¡Le doy una nalgada y me echo a correr!!!”

Víctor estaba feliz de haber respondido el cuestionario fantasioso de su maestro de cuarto grado, no le interesó el regaño, llamada de atención o la amenaza de mandar traer a los papás, el muchachito estaba orgulloso de su reaccionar.

¿Cómo regañar a un escolar que seguramente aprendió observando que las mujeres se molestan si les “levantan” el vestido? El aprendió viendo a los adultos que levantar del vestido es solo para nalguear a la mujer y hacerla enojar. Lejos estaba de la caricia morbosa, irrespetuosa de los adultos hacia ellas.

Víctor con su última respuesta demostró que repite lo que ve en su contexto social, por eso encontró la forma divertida de participar en el juego solitario de molestar a las niñas de su grupo y pese a que sabía estaba haciendo algo negativo, se defendía con golpes para no ser llevado ante la autoridad: su profesor.

Usted ¿hubiera castigado a Víctor?

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