Cuando leo el Fondo de Recuperación de la Unión Europea (UE) aprobado in extremis para evitar el hundimiento de las economías pertenecientes al selecto club europeo –en total 27– afectadísimas por el golpe de la pandemia, no puedo más que reconocer, que los acuerdos que han permitido a lo largo del tiempo la formación de la UE responden a las necesidades de una paz permanente pero también a un criterio de bloque estratégico.
La UE quiere ser un gran jugador global y sabe que la unidad le permitirá serlo, sin embargo, los desafíos que tiene enfrente no son fáciles: hay un ascenso preocupante de la extrema derecha y de los nacionalismos rancios que ven con desdén a la integración como si, en ésta, perdieran el sentido de la patria.
Yo lo único que puedo decir como economista y periodista especializada en geoeconomía y geopolítica es mi admiración total para el bloque que a lo largo de sesenta años lo ha aguantado todo desde una guerra como la de Kosovo hasta la crisis de 2008 y el golpetazo de la pandemia.
No ha sido fácil y nunca lo ha sido. Tomemos en cuenta que hablamos de un continente, como el europeo, que de forma histórica ha peleado entre sí por tener la hegemonía terrestre, de los mares y sobre todo trasatlántica.
No existe otro continente en el mundo con dos guerras mundiales en su haber y eso habla del espíritu natural beligerante que caracteriza a los europeos, de ese afán tan suyo de conquista.
Yo siempre lo diré: el éxito mayúsculo de la integración de la UE consiste en conservar la paz entre sus miembros tan distantes y equidistantes entre sí. Su marchamo es la unidad y preservarla cuesta dinero… muchísimo dinero.
Ese caudal se ha abierto como un grifo con la pandemia del SARS-CoV-2, porque era rescatar o morir, no había forma de avanzar en un club bastante tocado tras la marcha de Reino Unido (el Brexit maldito) y el constante desafío de Europa del Este por acatar las premisas de la UE en el renglón de los derechos humanos, la libertad de expresión y la democracia.
A COLACIÓN
Yo veo a España e irremediablemente pienso en México en la pertenencia tan dispar que ambos países sostienen en acuerdos económicos y de integración. La del país ibérico es más democrática, más equitativa y más horizontal. El dinero fluye y les llega, me refiero a los fondos de ayudas, subsidios y estímulos.
Ningún país de la UE considera a España como un maquilador de tercera o un país segundón, en cambio en el acuerdo de integración de México, Estados Unidos y Canadá, digamos que el país azteca compite porque maquila barato y su mano de obra está sobreexplotada y muy mal pagada.
A España, pertenecer a la UE, le ha beneficiado muchísimo a tal grado que en la actualidad pelea por ocupar el espacio de la economía de Reino Unido y es un actor cuya situación es tomada en cuenta dentro del caleidoscopio europeo.
Muchas cosas han pasado en las últimas décadas entre España y México a tal grado que, el país ibérico, ha despegado y el azteca se ha estancado sobre todo en el renglón socioeconómico. Y eso tiene que ver con el espaldarazo recibido por parte de la UE.
A tal punto lo es que España recibirá en los próximos seis años un total de 140 mil millones de euros, algo así como el 11% del PIB, para ser destinados a reactivar y fortalecer sectores torales para la generación de la riqueza.
Un total de 72 mil 700 millones de euros serán recibidos en forma de ayudas directas, transferencias a fondo perdido, esto es, no hay ningún compromiso de devolver dicho dinero ni habrá que cubrir ningún tipo de interés.
Ojalá que México, tuviese algún día, esa enorme oportunidad de contar con el respaldo de Estados Unidos o de Canadá, sus socios comerciales para salir avante del golpe de una crisis sin que ésta significase el anatocismo lacerante de siempre. Qué diferente es el rescate entre España y México eso marca, porque implica liberar a una generación o varias, de cualquier deuda o bien atar a otras generaciones al pago de los intereses y del capital prestados. Son dos modelos distintos de integración…