-Dejan el campo, la escuela y sus familias.
Nuevo Laredo, Tamaulipas.-En la comunidad de Buenavista, ubicada en la región de ‘Tierra Caliente’, en Michoacán, ya no sobran familias; de las escasas 50 que existían ya abandonaron el lugar al menos 30, debido a la inseguridad, a la falta de trabajo y a la guerra entre bandas de delincuentes que asolan este pequeño pueblo que obligó a Mariana a huir junto con su hijo, quienes se encuentran en la Casa del Migrante ‘Flores Méndez’ de esta ciudad.
Aún aterrada por lo que vivió durante mucho tiempo en este pequeño lugar enclavado en la sierra de Coalcomán y en medio de la región que integran Tierra Caliente, Aguilillas, Apatzingán, Nueva Italia, Parácuaro y Tepalcatepec, esta joven de 33 años de edad, cuenta que esta región muy cercana a Michoacán está en ‘guerra’ entra bandas de delincuentes por el control de los campos de siembra de droga, también ricos en la producción de aguacate, limón, mango y papaya.
Ella y su familia vivían de la cosecha de estos productos que distribuían a varias partes del país, “pero debido a la inseguridad es porque estoy aquí”, relata con voz aún temerosa al recordar esos momentos de terror cuando las balas pegaban en las paredes de su humilde vivienda.
Balaceras, atentados, homicidios, secuestros y enfrentamientos todos los días casi han convertido a esta pequeña comunidad en un pueblo fantasma porque los negocios mantienen sus puertas cerradas y los campesinos son obligados a sembrar droga.
“Con salir a trabajar o de compras arriesgamos nuestras vidas por una bala perdida, y todo es de miedo. A mi esposo lo ‘arrestaron’ (se lo llevaron) y sabemos dónde está pero no nos dejan verlo porque ellos son la autoridad”, explica tras decir que este fue el motivo por el que abandonó Buenavista al lado de su hijo de escasos 13 años.
La situación se tornó insoportable cuando dejó de trabajar en el campo, y sacó a su hijo de la escuela porque las cosechas están detenidas por el cierre de las huertas, y eso motivó que ya no tuviera ingresos para sobrevivir.
Dice que algunos se quedaron a defender sus tierras y sus cosechas, pero fueron asesinados, por lo que la mayoría está saliendo y dejan sus tierras en manos de los delincuentes para la siembra de droga, y aunque ocasionalmente llegan las autoridades, las cosas siguen igual o peor que antes.
Por este motivo salió de Buenavista y espera en la Casa del Migrante que las autoridades de Estados Unidos le puedan ofrecen una visa humanitaria porque ya no regresará a su comunidad, pero tendrá que esperar más tiempo porque el proceso está detenido debido a la pandemia y a la crisis migratoria provocada por el arribo de miles de haitianos y centroamericanos a esta región del norte del país.
Dejó su hogar en la Costa Chica
El caso de Manuel y de Yolanda, una pareja de jóvenes de 23 y 19 años de edad respectivamente, no es menos patético que el de Mariana. Salieron de la llamada Costa Chica de Guerrero el 20 de junio debido a la inseguridad que prevalece desde hace tiempo en su natal El Paraíso, una comunidad nahua que pertenece al municipio montañoso de Atoyac de Álvarez, de donde en los últimos años huyeron cerca de dos mil personas debido a la inseguridad.
“Huimos de la corrupción y la delincuencia; somos campesinos, pero nos están llevando (los delincuentes) a la fuerza a trabajar a otros lados, pero no nos pagan porque nos obligan a trabajar para ellos injustamente”, explica con notoria intranquilidad al mover sus manos de manera constante.
En esta región se siembra maíz, frijol, naranja y un café que tiene mucha demanda por su buena calidad, una tradición que viene de muchas generaciones entre las familias que habitan esta vasta y rica región de la montaña baja de Guerrero, ubicada entre Acapulco y Zihuatanejo.
Aunque ambos terminaron la preparatoria, ya no pudieron asistir a una universidad debido a la inseguridad, lo que los obligó a dejar su comunidad hace cuatro meses, hasta llegar hace un mes a la casa del Migrante, en donde esperan que Estados Unidos vuelva a reiniciar el proceso de las entrevistas para la búsqueda de una visa humanitaria.
Hace un mes llegaron al refugio, y desde entonces no salen a la calle para nada porque siguen temerosos en espera de la tan ansiada visa o el asilo político que les permita tener una vida mejor lejos de la inseguridad y la violencia.
Como respaldo de la situación que han vivido en El Paraíso, cuentan con un documento firmado por el comisario de su pueblo, que explica los motivos de su salida.
El Paraíso cuenta con poco más de tres mil habitantes, pero debido a la violencia que prevalece en la región en los últimos 15 años ha disminuido por los homicidios y la migración forzada, pero Manuel y Yolanda esperarán en el refugio que se abran la frontera porque no quieren cruzar como indocumentados al vecino país.
En esta Casa del Migrante hay cerca de 30 personas, la mayoría familias, pero la desesperación y la larga espera hizo que algunos salieran del lugar, tal vez en busca de trabajo o para cruzar el peligroso río Bravo de manera indocumentada.
Cuenta con un amplio patio en donde varios grupos de migrantes platican sus peripecias y peligros; tiene dos plantas que sirven de dormitorios y oficinas a la vez, y aunque nadie ha enfermado desde que abrió sus puertas hace mes u medio, ninguna autoridad se ha interesado por enviar médicos para la revisión de estos migrantes, mexicanos todos hasta el momento.
Todos tienen asegurado el alimento y el alojamiento, pero el director, José Luis, batalla para conseguir víveres y ropa, porque aún no se da a conocer ampliamente, pero espera que la comunidad responda a su llamado.