El Nobel de Química ha premiado los hallazgos en torno a la organocatálisis asimétrica, un método para acelerar las reacciones químicas y hacerlas más eficientes, desarrollada por el alemán Benjamín List y el escocés David MacMillan y que ha beneficiado a diversos campos como la fabricación de medicamentos.
Reconocidos de forma unánime por el jurado por ser “una manera ingeniosa de construir moléculas” se espera que revolucione la industria del tejido y de la producción de plásticos entre otras más.
List, de 53 años, es un químico destacado director del Instituto Max Planck para la Investigación del Carbón también da clases de química orgánica en la Universidad de Colonia; y MacMillan de la misma edad, es un próspero químico investigador en Princeton que ha recibido numerosas distinciones en su campo.
Para comprender la relevancia de la organocatálisis asimétrica, Javier Grande, de Investigación y Ciencia, pormenoriza que los catalizadores son herramientas fundamentales en química porque sirven para fabricar muchas otras sustancias que son utilizadas en la cotidianidad de las personas.
Siempre se creyó que había dos tipos de catalizadores: los metales y las enzimas, pero todos los avances que hicieron estos investigadores permitieron desarrollar la organocatálisis a partir de pequeñas moléculas orgánicas.
List decidió experimentar con un aminoácido denominado prolina. En tanto, MacMillan lo hizo pero en los metales y logró diseñar moléculas orgánicas simples con las características de ceder o alojar electrones de forma temporal.
A COLACIÓN
Otro de los anuncios igualmente esperados tiene que ver con el Nobel de Economía, un ámbito académico que desde hace años viene dominado por las universidades estadounidenses.
Esta vez el Nobel de Economía recayó para trabajos en torno al campo laboral y sus distorsiones e igual en el ámbito de las migraciones en los que fueron introducidas una nueva metodología de experimentos naturales.
Una especialidad compartida por varios economistas docentes e investigadores: el canadiense-estadounidense David Card, de 65 años de edad, y profesor de la Universidad de California; el judío-estadounidense Joshua Angrist, de 61 años, profesor Ford del Instituto Tecnológico de Massachusetts y Guido Imbers, holandés-estadounidense –de 58 años de edad– profesor de Stanford.
“Han introducido en la ciencia económica lo que se conocen como experimentos naturales y mediante situaciones reales en las que sucesos fortuitos o cambios políticos hacen que grupos de personas sean tratados de forma diferente”, reconoció la Academia durante al anuncio del Nobel.
Sus contribuciones han permitido ampliar el conocimiento teórico en la relación del trabajo, el salario y el empleo; y en los efectos de incorporar a la inmigración en el sector laboral desarrollado por trabajadores locales y nativos.
“La teoría económica reconoce de forma mayoritaria que los efectos negativos del aumento del salario mínimo son pequeños y significativamente menores de lo que se creía hace 30 años”, subrayó el jurado del Nobel.
Que el incremento en el salario mínimo no provoque en consecuencia un ajuste a la alza en la tasa de desempleo es una buena noticia a la que, sobre todo, Card llegó tras años de observación directa y de seguimiento en diversas cadenas de alimentación que premiaban a sus empleados con incrementos salariales.
De hecho, Card llevó a cabo esta investigación, junto con Alan Krueger, un famoso economista que se suicidó tras estar en lo más alto de su carrera sin saberse la razón.
Krueger fue asesor económico del presidente Barack Obama y uno de los pioneros en desarrollar los experimentos naturales para analizar el efecto de la educación en los ingresos, el salario mínimo, el empleo y desempleo. De estar vivo tendría el Nobel en sus manos. Todos los galardonados recibirán una dotación económica de 10 millones de coronas suecas.