–A un paso de otra crisis migratoria.
Nuevo, Laredo, Tamaulipas.-Luego de cruzar 8 países en un largo peregrinar de 4 mil 200 kilómetros, sufrir el intenso calor de selvas y desiertos, padecer extorsiones de delincuentes y policías, burlar la vigilancia de agentes migratorios corruptos y estar muy cerca de la muerte, más de mil 500 venezolanos, hombres, mujeres y niños, se encuentran hacinados y hambrientos bajo improvisadas carpas en la plaza Morelos de esta frontera, en lo que asemeja más un campo de concentración que un refugio humanitario.
Así plasman su penosa realidad estos migrantes que tuvieron que dejar su país, obligados por una criminal dictadura militar que ya expulsó a 7 millones y que amenaza con matar a muchos más ante el incremento de la inseguridad, la pobreza, el desempleo y la carestía en ese país.
Si a ello se suma una política disuasiva anti migrante practicada por Estados Unidos y por la complacencia de México en su frontera común, el riesgo a su integridad es mayor y los coloca en manos de la delincuencia organizada.
Esta situación los acerca cada vez más hacia una crisis migratoria debido a las deprimentes condiciones de insalubridad, de indefensión y de riesgo en que se encuentran a solo unos metros del ‘Sueño Americano’, del temido río Bravo y de los puentes internacionales que están cerrados para ellos.
Gladys Cañas, responsable de la Fundación Ayudándoles a Triunfar A.C., con sede en Matamoros, ciudad desde donde se trasladaron estos migrantes, fue entrevistada y explica:
“Si ellos se quedan en las calles, en casas abandonadas, si quedan privados de su libertad, si son extorsionados, y si están en condiciones infrahumanas al dormir en un campamento, desnutridos y afectados por la deshidratación…eso apunta hacia una crisis migratoria”.
Con una experiencia de 12 años en analizar el fenómeno migratorio, Gladys y la Fundación han atendido a más de 50 mil migrantes de diversas nacionalidades, a la par con organismos internacionales como la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), Médicos sin Fronteras, Alternativas Pacíficas y otros organismos de Texas y de Tamaulipas, que han servido como contenedores de esta migración que ha saturado ya los refugios en Reynosa y Matamoros y que ahora tiene en jaque a Nuevo Laredo.
Pero la ayuda que ofrecen estos organismos es poca al no estar de manera permanente con los migrantes, y no se les puede contener porque siguen llegando en busca de la tan ansiada cita que les permita obtener una visa humanitaria en Estados Unidos. Las solicitudes son limitadas, en Matamoros son 250 diarias mientras que en Nuevo Laredo son solo 50.
“Esto provoca que crucen el río y que surjan rumores que los obligan a cruzar ilegalmente porque están sometidos a mucha presión, aunque una vez que entran a México muchos reportan que han sido víctimas de incidentes desafortunados”, señala Cañas.
La ruta del peligro
Son 4 mil 200 kilómetros que separan Venezuela de la frontera norte de México, distancia que se hace eterna para muchos, porque no todos llegan; algunos se quedan en otros países a recuperar fuerzas y dinero, otros son asaltados y extorsionados, y los menos afortunados son secuestrados, asesinados en el camino…o mueren por otras causas.
Al salir de Venezuela, llegan a Perú o a Colombia en donde algunos se quedan por un tiempo. Otros siguen el camino hasta llegar a la peligrosa selva del Darién, una extensa región de 575 mil hectáreas ubicada entre Panamá y Colombia, la que es considerada como un ‘tapón’ a la migración, porque muchos se quedan en el camino debido a su peligrosidad.
Al cruzar la selva llegan a Costa Rica y a Nicaragua, países que transitan de manera muy rápida para no verse en problemas con la dictadura de Daniel Ortega, amigo del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Hacen lo mismo cuando llegan a Honduras, en donde algunos son asaltados por pandillas de la Mara Salvatrucha, hasta llegar a Guatemala y su frontera con México.
Así vivió este penoso viaje Dolores, una joven mujer que viajó sola con su hijo de 13 años que abandonó la secundaria porque su madre no aguantó más la inseguridad y la pobreza impuesta por la dictadura de Maduro, pero tuvo que pensarlo dos largos años para tomar esa decisión.
“Fuimos extorsionados y amenazados por el gobierno. Tenía un negocio que tuve que cerrar, y quienes se negaban a pagar les tiraban sus negocios a tiros y les mataban a los trabajadores y hasta a los clientes, por lo que cerré y vendí todo”, explica la mujer mientras algunas lágrimas amenazan con brotar de sus ojos de color claro cubiertos en parte por una desaliñada cabellera rubia, mientras el menor aprieta la boca en señal de rabia contenida.
“Llegamos a la selva y luego tuvimos que cruzar el mar en lancha hasta llegar a una isla y regresar a Colombia para luego cruzar el Darién. Allí vimos muertos…el olor a muerto era insoportable, tanto, que caminamos más rápido; vimos a una muchacha embarazada que estaba muerta atrapada en el río por unas ramas”, explica con voz entrecortada como no queriendo recordar esa amarga experiencia.
Dice que hubo momentos en que quería rendirse y retornar a su país por tanto miedo que sentía, pero el haber salido desde Colombia en una caravana de casi 6 mil personas le dio el ánimo que necesitaba, y continuó el viaje al lado de colombianos, ecuatorianos, venezolanos y haitianos, todos con la misma ilusión de conseguir el sueño americano en un país desconocido.
Son dos días y medio de caminata y de temor constante ante la ola de asaltos y muerte que se vive durante esta larga travesía infestada de peligrosos criminales y asaltantes, y cuando se entra al temido Darién, quien no lleva consigo mucho valor, agua, suero o algún medicamento, corre el riesgo de quedarse, morir o regresar.
La frontera del miedo
Al llegar a Guatemala las cosas no mejoran, por el contrario, se vuelven más complicadas porque para cruzar el río Suchiate se tiene que contratar un ‘coyote’ que por 100 dólares les ayuda a cruzar el caudal a través de una improvisada balsa hasta llegar a Chiapas, en donde si tienen suerte les otorgan un permiso provisional de 45 días, para estar no más allá de Tapachula.
Allí muchos sufren la extorsión y persecución de policías, quienes los detienen si no les ofrecen parte del dinero que llevan consigo. Así les ocurrió a Vanesa, de 26 años, y a Beyle de 23; tienen dos niños de dos y 7 años de edad, pero en ese país pasaron una odisea al ser extorsionados por policías que los retuvieron hasta que les dieran el dinero que les pedían; no fueron los únicos ya que viajaban como 30 en un autobús local rumbo a la frontera con México, y todos fueron extorsionados.
Los metieron en un cuarto en donde fueron amenazados por los agentes, y aunque no fueron golpeados, la presión psicológica fue brutal hasta que les quitaron todo el dinero que llevaban.
“Nos tuvieron detenidos varias horas hasta que nos quitaron el dinero a todos, por lo que tuvimos que pedir algo de plata a familiares, para seguir el camino”, explica con rabia Beyle al recodar el penoso incidente.
Una vez en Chiapas, dicen que recibieron ayuda de personas y grupos humanitarios, y aunque algunos fueron detenidos por agentes de migración, los que pasan el cerco impuesto por la Guardia Nacional y Migración, se dirigen a Monterrey y de allí a Matamoros, Tamaulipas, para esperar una entrevista con autoridades de Estados Unidos, bajo precarias condiciones y bajo carpas similares a las que hay en Nuevo Laredo.
Carlos, Miguel e Isabel tienen 21, 21 y 22 años de edad. Salieron de Venezuela en fechas distintas, caminaron en grupos diferentes pero sortearon los mismos peligros durante un viaje que duró 10 días de Tapachula a Matamoros en donde se conocieron, y de allí salieron hasta llegar a Nuevo Laredo hace más de una semana debido al rumor de que aquí ya estaban otorgando permisos.
Carlos estudiaba ingeniería en computación, Miguel apenas trataba de ingresar a una universidad, mientras Isabel estudiaba ginecología, pero todos renunciaron a sus estudios para buscar en Estados Unidos una vida mejor.
“Llegamos a Matamoros por ser la frontera más cercana, y llegamos sin permiso, pero nos dijeron que por Nuevo Laredo ya estaban pasando, y nos dirigimos a la plaza Juárez, pero Protección Civil nos dijo que no debíamos estar ahí, y nos trajeron a esta plaza”, explica Carlos.
Se quejó de que en este lugar nadie les da alimento, a diferencia de la plaza Juárez, en donde a cada momento llegaban grupos de personas con alimento y agua.
Coinciden los tres que lo más difícil y peligroso de su peligrosa travesía es llegar a México, en donde siempre viven en zozobra y temor a ser detenidos por alguna autoridad (policía), y por lo peligroso que les han contado que es México.
El campamento
Apenas amanece y el calor ya es insoportable; se nota en la húmeda piel morena de los migrantes que a pesar de estar bajo la sombra de unas enormes lonas de color blanco, les provoca somnolencia y cansancio, por lo que algunos prefieren dormir hasta que llegue el tan ansiado alimento que grupos altruistas les llevan de manera humanitaria.
Los que están de pie hacen fila para alcanzar los primeros lugares para entrar a los también improvisados baños portátiles que a esa hora ya están saturados y provocan algunos roces por querer ingresan primero.
Otros quieren bañarse con la poca agua que sale de unas llaves públicas o entrar a los sanitarios que usan de unos comercios abandonados desde hace tiempo.
Medio centenar de ellos que no alcanzaron lugar bajo las carpas, se amontonan en una banqueta aledaña al hospital de Seguro Social. La mayoría con el celular en sus manos, tal vez en comunicación con algún familiar en Estados Unidos, o en Venezuela.
Junto a sus padres, decenas de niños lloran debido al hambre y al intenso calor que los agobia, otros juguetean entre sí como una distracción ajena a la cruda realidad que viven. La mayoría son menores de 12 años, muchos lactantes y enfermos, cuyas madres hacen fila para recibir atención médica de un grupo de enfermeras enviados por el gobierno municipal. Al llegar a este lugar, entre los mil 500 migrantes 27 eran lactantes, 129 niños entre 5 y 12 años de edad y muchas mujeres.
Ahí se encuentra el director de Protección Civil de esta ciudad, Humberto Fernández Diez de Pinos, quien se nota molesto, incómodo porque la situación rebasa su capacidad de atención.
Platica y discute a la vez con un grupito de migrantes que le reclaman una mayor atención, pero se ve impotente y vulnerable ante una situación que puede salirse de control en cualquier momento, como ya sucedió el año pasado con los 7 mil haitianos que evidenciaron la falta de capacidad, de organización y de apoyo oficial, en especial de la federación, para paliar una cada vez más cercana crisis migratoria.
“El 90 por ciento de estos migrantes son de Venezuela, entre ellos hay de Colombia y de Costa Rica, pero todos tienen la intención de apegarse al programa CBP One que por esta frontera no está funcionando, y solo pasan 50 personas diario”, explica el funcionario.
Dice que en el puente autoridades estadounidenses los reciben luego de algunas preguntas, y aunque menciona que no han regresado a ninguno, se trata del programa CBP One aplicado de manera personal, debido a las fallas de este programa que está saturado, a decir de los propios migrantes.
No descarta la posibilidad de que el puente pueda ser cerrado en cualquier momento debido a la enorme demanda de solicitudes de asilo, pero dice que todos cuentan con un registro y que tienen conocimiento de esta posibilidad.
Y es que debido a presuntos actos de corrupción registrados entre agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) en esta frontera, el gobierno de Estados Unidos suspendió las citas y las entrevistas desde mayo.
Agregó que tiene instrucciones de la presidenta municipal Carmen Lilia Cantúrosas de aportar lo necesario para que los migrantes estén lo más cómodos posible, como la habilitación de algunos baños, brindar servicio médico permanente, y programas de hidratación, es especial para los menores de edad, además de un alimento por día.
A pesar de que los migrantes argumentan que las autoridades los pasaron directamente a este lugar, el funcionario menciona que ellos no quisieron acudir a los refugios, los que lucen vacíos, aunque tengan mejores condiciones para brindarles atención.
“Ellos no se quieren apegar a los refugios, y la única manera de movilizarlos es a través de Migración”, reitera.
En caso de que el gobierno de Estados decida suspender las citas provisionales que otorga de manera especial, se les comunicará a los migrantes para que las autoridades municipales organizar su traslado a Monterrey, Reynosa y Matamoros, por ser las ciudades de donde vinieron, en donde dijo que sí opera el programa CBP One.
Nuevo Laredo es una de las fronteras del norte de México que durante meses había estado libre de migrantes que mantienen saturadas otras fronteras como Matamoros, Reynosa y Piedras Negras, por citar las más cercanas.
Aquí se encuentran en la plaza Morenos, a solo unos metros del puente internacional ‘Puerta de las Américas’, en donde en mayo hubo denuncias de migrantes de haber sido objeto de extorsiones por parte de agentes de dicho organismo, y aquí esperan pacientes para solicitar una visa humanitaria en Estados Unidos, proceso que puede tardar semanas e incluso meses, el que debe ser a través de la aplicación CBP One, aunque desde la semana pasada pueden ingresar mediante un riguroso ‘filtro’ por dicho puente internacional.
Al respecto, Gladys Cañas opina: “Ellos están desesperados, y lo lamentable es que pueden dejarse llevar por rumores. Si les dicen que los puentes están abiertos se lanzan hacia los puentes, y esto les complica su situación y la hacen más difícil porque son mentiras”.