Los niños de Venezuela: Sueños e ilusiones rotas por una migración forzada

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Entre juegos, risas y recuerdos olvidan sus penurias.

Nuevo Laredo, Tamaulipas.-Ajeno a los juegos que un grupo de niños y niñas realizaban a pocos metros de donde se encontraba, dentro del improvisado, inadecuado y hacinado refugio municipal de la plaza Morelos, León, un joven espigado de 12 años de edad hace memoria del extenuante y peligroso viaje de tres mil kilómetros que hizo al lado de su padre, hasta llegar a esta frontera.

Salió de la provincia de Valencia el 17 de mayo, una ciudad muy industrializada y la más poblada del Estado de Carabobo, lo hizo debido a la extenuante inseguridad que impone el régimen dictatorial del presidente Nicolás Maduro, quien ha empobrecido a la población al grado de tener que abandonar miles el país en busca de mejores oportunidades.

“Tenemos que irnos porque no hay dinero para pagar la casa”, fue lo último que su padre le dijo antes de abandonar el país.

La odisea

De Venezuela salió hasta llegar a San Antonio, luego a Cucutá y Medellín, en Colombia, y de allí a Panamá en donde se ubica la temible selva del Darién, la que cruzó durante tres largos días y noches.

En su trayecto dijo León que vio muchos muertos, hombres, mujeres y niños; algunos entre la espesa maleza de la selva, y otros arrastrados por las corrientes de los ríos.

“Uno piensa que el Darién es tranquilo, pero es todo lo contrario porque vi muchos cadáveres y mujeres muertas, y algunas personas que se ahogaron en los ríos; tardamos tres días y medio para cruzarla”, explica con detalle.

En muchas ocasiones de su trayecto, León se aterró por todo lo que veía, y hubo momentos en que lloró gritando que quería regresar a su casa en Venezuela, en donde dice que dejó todo; su casa, su familia, sus amigos, sus sueños y sus ilusiones.

“No me regresé porque sabía que ya no había vuelta hacia atrás, y seguimos caminando durante horas y días hasta llegar en bote a Costa Rica y luego a Nicaragua, y de autobús en autobús llegamos a la frontera con Honduras. Allí nos cobraron derecho por cruzar el país y así llegamos a Guatemala”, relata.

La entrevista se realizó con la condición de no poner su nombre verdadero ni la foto de su rostro, ya que dijo tener miedo, mucho miedo sin dar explicación de los motivos. Agrega que al llegar a la Casa del Migrante en Guatemala cruzaron la frontera con México al seguir un sinuoso camino y una empinada cuesta para librar a los agentes migratorios de Tapachula, en Chiapas.

Tuvieron que pagar los servicios de un ‘coyote’ para que los cruzara en una balsa por el río Suchiate hasta llegar a ciudad Hidalgo, luego a Arriaga, hasta llegar a la ciudad de México, y en Monterrey estuvieron dos largos meses antes de dirigirse a Nuevo Laredo, sin contratiempos.

Los sueños

En Venezuela los sueños de León eran convertirse en pelotero, un jugador de Beis Bol, el deporte nacional de ese país, porque desde niño su padre le motivó el gusto por ese deporte, y así creció, ilusionado por formar parte de uno de los equipos beisboleros…pero la crisis y la dictadura le cortaron de tajo sus sueños.

“Siento mucha presión, y sentí que no quería estar en ese momento en ningún lugar. No es justo lo que me pasa porque tenía mi vida hecha en Venezuela, y de pronto todo se terminó porque mi sueño era y sigue siendo ser beisbolista”, relata con la voz entrecortada, tal vez al recordar como vivía en su país con sus amigos y familiares.

León y su padre viajarán a un lugar que no especificó, en Estados Unidos, en donde unos amigos les facilitarán la estancia mientras se instalan, eso en el caso de que califiquen para una cita para ser entrevistados con un juez federal de asuntos migratorios, por lo que nada es seguro mientras sigan en México.

Los juegos

A pocos metros de donde León fue entrevistado, una docena de niños y niñas de Venezuela realizan diversos juegos y concursos propios de su edad, los que organizan jóvenes de la Pastoral Social y del Migrante, de la Casa del Migrante Nazaret, administrada por la Diócesis de Nuevo Laredo.

Entre risas y juegos estos niños olvidan por momentos su trágica y penosa situación migratoria. Olvidan que están muy lejos de sus hogares, pero saben que sus padres están cerca de ellos, los que también se divierten y comparten el alimento que manos bondadosas de esta Pastoral les ofrecen.

Los juegos son divertidos. Se meten en unos sacos y brincan hasta llegar de regreso al inicio; los que ganan tienen un premio, pero al final todos obtienen el tan ansiado premio, que puede ser un juguete de acuerdo a las edades, ya que son niños de entre tres y 12 años.

Ángel interrumpe uno de los juegos en los que participa para esta entrevista. Tiene escasos 11 años pero no recuerda cuando salió de Venezuela, aunque sabe que en el barrio donde vivía con sus padres había mucha violencia y delincuencia, y que el salario que ganaba su padre no les alcanzaba ni para comer.

“El dinero no alcanzaba para comer en Venezuela, pero sí en Ecuador adonde nos fuimos a vivir”, dice este pequeño venezolano quien viajó hasta esta frontera con su mamá un tío y otra persona”, exclama al decir que se siente bien en este lugar, y que espera estudiar cuando ingrese a Estados Unidos. “pero quiero ser beisbolista profesional”, dice convencido.

Valentina es una niña precoz, morena, delgada y de ojos vivarachos. Tiene 11 años pero ya tiene 45 días viviendo en esta ciudad, en espera de que a sus padres les avisen que ya están en la lista para ser entrevistados.

Hace cuatro meses que salió de Venezuela, país del que huyó porque la pobreza va en aumento y la crisis económica obliga a muchas personas a dejar el país.

“Salí solo con mi mamá y me sentí muy mal cuando dejé mi casa y mis amigos. Fue mucha tristeza la que sentí cuando salimos y dejamos todo, hasta mi escuela. Pero lo más peligroso fue cuando cruzamos la selva (Darién), fue algo muy feo pero la pasamos gracias a Dios”, comenta.

Uno de sus peores momentos de su travesía fue cuando ya habían ingresado a México por Tapachula, y los agentes de migración los detuvieron para ser deportados a Guatemala.

Los datos

De acuerdo a datos preliminares de Unicef, de los 7 millones de venezolanos que han salido de ese país como resultado de la severa crisis migratoria que asola esa Nación, más de un millón son niños y niñas menores de edad, lo que requieren de una pronta protección y acceso a servicios básicos.

Durante la crisis de la pandemia del Covid-19, en el 2021 esos menores de edad al llegar a otros países tienen que enfrentan amenazas y riesgos que ponen en peligro su integridad física, su salud y sus vidas, sobre todo cuando se encuentran en Colombia o al cruzar la peligrosa selva del Darién, en Panamá.

Cuando llegan a la frontera norte de México, muchos de estos niños llegan solo con su madre, con su padre o con un familiar cercano, aunque una gran mayoría lo hace con ambos, y en casos muy excepcionales llegan con algún acompañante que no es familiar suyo.

Pero todos o casi todos mencionan que quieren llegar a Estados Unidos en busca de algún familiar, pero al llegar a esta frontera llegan enfermos, desnutridos y con un enorme estrés psicológico motivado por el abandono de sus hogares, amigos y familiares, como lo relatan los niños y niñas entrevistados.

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