Lecciones del socialismo de mercado

Desde hace tres quinquenios se habla del sui generis modelo económico del gigante asiático catalogándolo de “socialismo de mercado”, “socialismo neoliberal” o bien “economía de mercado socialista” que no es otra cosa más que un modelo mixto en el que los grandes sectores industriales medulares continúan en control estatal, con planificación quinquenal,  empero el Estado ha dejado ciertas áreas de la economía al arbitrio de la mano invisible.

Aunque hay autores como el francés Maurice Duverger que ya en 1964 aventuraban –o imaginaban- una especie de “socialismo menos violento que al mismo tiempo desarrollase algunas  libertades políticas y constituyese una primera etapa hacia un socialismo democrático”, según se recoge en su imprescindible manual de “Introducción a la política”.

Para el actual gobernante del dragón asiático, el presidente Xi Jinping  es un momento crucial –dadas las condiciones geopolíticas y geoeconómicas-  para  ejecutar una serie de reformas, acciones y decisiones que consoliden a su país en la órbita del liderazgo merecida para una nación que es eje del comercio global, imán para las inversiones privadas y que cuenta con una demografía –de 1 mil 379 millones de habitantes- con una clase media en expansión.

The Economist, en un informe elaborado por su Unidad de Inteligencia,  basado en el estudio de 300 ciudades chinas recoge que “el consumo privado crecerá  una media anual  del 5.5% hasta el 2030”, ello significa que aproximadamente “480 millones de personas,  el 35% de  la población china, serán parte de la clase media”.

Jinping  está obsesionado con modernizar la estructura del país, prepararla para los nuevos tiempos para que pueda hacer frente a los desafíos del entorno. Tiene una mirada de largo plazo.

Ya en su momento, en 2018, el mandatario chino avalado por  su politburó llevó  a cabo una serie de  modificaciones constitucionales: un total de 21 enmiendas a la Carta Magna puesta en vigor en 1982 y que contienen varias aristas modernizadoras, antiburocráticas, anticorrupción; además  permite al presidente y vicepresidente quedarse en el poder indefinidamente tras eliminar las trabas a la reelección (dos períodos consecutivos, cada uno por cinco años como máximo); de esta forma Jinping, de 65 años, podrá morirse gobernando.

Otros cambios torales fueron la creación de una Comisión Nacional de Supervisión (para continuar con la limpieza en el sector público y en el sistema privado de personas corruptas); además, el Partido Comunista se erige en  un nuevo monolito mega reforzado dentro de la supraestructura china.

Por cierto que, el comunismo, se ha inscrito con letras doradas en la Constitución china. Jinping ha logrado cumplir un sueño que tenía desde joven: elevar a rango constitucional que el Estado chino es comunista y que ejerce una ideología comunista.

China es toda una paradoja. Al final, las autocracias no han caído rendidas ante el libre comercio y la globalización, dos binomios que según el consenso de Washington, generan per se democracia. Como si fuese por generación espontánea.

Pues no ha funcionado. China está demostrando que se puede tener una economía socialista de mercado con un sistema político e ideológico comunista, es decir, bajo el control del Estado. El capitalismo en su fase neoliberal y globalizadora no ha roto  las autocracias no ha germinado la democracia.

A COLACIÓN

El periódico South China Morning Post advirtió en sendos editoriales de la “nueva monarquía” naciente en Beijing respaldada por una casta de incondicionales.

En sentido más apocalíptico, el británico The Guardian afirmó que la nueva concentración de poderío en una sola figura y con el  Partido Comunista por encima de todo “podría terminar destruyendo a China”.

Tampoco se ignora que China lubrica cuestionamientos en axiomas relacionados con la política, las libertades y el mundo de la economía y muy seguramente, el hecho de que refrenda con tanta vehemencia  su vocación comunista, le dará alas a muchos otros grupos, en otros países, que pretenderán emularlo.

Nuevo emperador o no, autócrata reinventado o no… lo cierto es que los desafíos en manos de Jinping no son nimios: a los apremios internos demográficos, de políticas públicas y consolidación de objetivos del Estado aunados a la presión social en pro de una auténtica libertad de expresión y de aceptación de culto a otras religiones (el Vaticano intenta normalizar la situación de sus sacerdotes católicos) están las crecientes presiones internacionales.

Una China de bajo perfil en la política internacional es un error  y que demuestra, nuevamente, que al gobierno solo le importa abrir mercados, facilitar su Nueva Ruta de la Seda pero influir en los grandes temas de preocupación global, no le interesa prefiere el soft power. Lo mismo respecto a Rusia y su invasión y de Israel en su asonada bélica atroz contra la Franja de Gaza.

 

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